PEDRO Y UNA
EXPRESIÓN “MALSONANTE”
EDUARDO
SANGUINETTI, FILOSOFO
“Vine para que hagan mierda a Tabaré Vázquez”,
dijo Pedro Bordaberry en el hotel NH de Montevideo, en apasionada muestra de
incondicional apoyo al candidato del Partido Nacional Lacalle Pou.
Y
se armó la discusión. ¿Explosión del lenguaje? ¡booom! Los sentimientos
quedaron expuestos sin medias tintas: “toda la carne al asador”; “los límites
se han roto”; “al pan, pan, y al vino, vino”. Pedro Bordaberry ha renunciado a
todo, se ha jugado de manera clara y sin dobleces. Toda la aversión hacia el
candidato ganador a la presidencia del Uruguay quedó de manifiesto, cual
declaración de una guerra en este balotaje que aguarda.
“Si
hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos
suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la
mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. De eso se
desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo
en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este
ideal estético se llama kitsch”. (La insoportable levedad del ser, de Milan
Kundera).
El
deber ser quedó al borde del camino pues independientemente de mi sentir hacia
Pedro Bordaberry y demás candidatos, doy espacio a lo que debiera primar: los
buenos modales en naturalidad, maneras y formas que hacen al buen vivir y a la
relación sobre diferencias y anacronismos, sobre todo cuando uno, en este caso
el candidato del partido colorado, se encuentra en antípodas con la otredad, en
este caso el Frente Amplio y sus candidatos.
Los
buenos modales deben primar, incluso con enemigos, tal pareciera la instancia
que planteó el colorado Bordaberry, que inevitablemente me remitieron a las
palabras del presidente Mujica cuando en ocasión de una decisión de los
dirigentes de la FIFA, en suspender al jugador Suárez, en el mundial Brasil
2014, los calificó de “viejos hijos de puta” o la recordada humorada del Pepe
calificando a la presidenta Argentina de “vieja terca”. Lo dicho por Mujica, en
frase disonante y altisonante, ha tenido su espacio de ¿honor? en las portadas
de los más diversos medios del planeta; sin lugar a dudas por la popularidad
internacional de que goza quien las ha pronunciado, el presidente Mujica,
representante de todo un pueblo, el uruguayo.
Creo
que no vale la pena preguntarse por qué la desmesura en el uso y abuso del
lenguaje monopoliza casi patológicamente la atención de los pueblos y la
devoción de los medios de comunicación hacia quienes lanzan la palabra fuera de
espacio y tiempo. Pero ¡no! Pareciera se asimilan a las maneras y modos de una
comunidad que marcha inexorablemente a la degradación del lenguaje, sin mediar
metáforas que generalmente se aplican para aplicar “paños fríos” en el marco
donde se dispara en compulsión, plena de intención proyectada sobre una
dimensión espectacular: el sentido de pertenencia, ausente, a una comunidad que
sin dudas está perdiendo el sentido de la relación y el diálogo.
No
adhiero de manera alguna a que tomen estado público las declaraciones de guerra
subliminales, en complicidad con medios afines a una tendencia y una ideología
implícita, pues la palabra lanzada por razones expuestas e impresas en un
inconsciente reprimido, no han logrado detener el funcionar del mundo en su
habitual rutina, salvo claro está en las guerras y genocidios que continúan su
devenir de muerte y sangre.
Con
una lucidez tal vez simple, quizás insuficiente, entiendo que las palabras no
dicen lo que se intenta expresar. Un gesto inesperado, una imagen, un suceso
pueden empujarnos a la experiencia indecible. La palabra no muestra, la palabra
es literaria, las palabras impiden que hable el silencio, la palabra ensordece,
la palabra gasta el pensamiento. La garantía de la palabra debería ser el silencio.
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