MÉXICO: LA MADRE DE TODAS LAS FOSAS
ROBERTO IGNACIO HERRERA MACIQUE
La madre de
todas las fosas ha quedado pues, al descubierto. En ella no aparecen restos
humanos. Lo que habita en esa y en todas las fosas, son los restos putrefactos
del sistema.
La
desaparición forzada de 43 estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos de
Ayotzinapa y la muerte de seis de sus compañeros y otros civiles por mano de
las fuerzas encargadas de la protección ciudadana, ha puesto en evidencia lo
que a gritos y desde hace décadas se ha venido denunciando: el Estado no sirve
al pueblo, sirve a los intereses de sus enemigos de clase.
El
neoliberalismo no es un concepto inventado para denostar al poder, es la
filosofía y el principio que sustentan al modelo económico prevaleciente. Es la
forma más acabada de la justificación del capitalismo salvaje que sostiene que
las fuerzas del mercado son el eje, motor y guía que fundamenta la vida
económica, política y social de los pueblos. A partir de tal sustento,
cualquier otra postura que lo desconozca o pretenda socavarlo, es considerada
subversiva, criminal, inaceptable.
En
México, los dueños del poder institucional y del dinero –que son los mismos- le
han declarado la guerra al hartazgo, a la denuncia y a la inteligencia. Sólo
basta no caer en el garlito que el Estado y sus testaferros mediáticos han
elaborado para sostener lo insostenible, para entonces convertirse en enemigo
del sistema. Hoy –y siempre- resulta peligroso pensar diferente, proponer
alternativas, pensar en mundos distintos que son posibles pero que no encajan
en la concepción que desde arriba se quiere imponer a toda costa. Y mientras la
desesperación, la pobreza, la castración de futuro para el grueso de la
población y la injusticia crecen, la respuesta del pequeño grupo en el poder
institucional recrudece su respuesta con represión y campañas mediáticas de
descalificación para todo aquello que les huela a disidencia.
Pero
la fuerza del libre mercado ya no da más. Está en una clara fase terminal que
no le permite sostenerse en pié. Las cifras elaboradas por los mismos
organismos que desde el poder dictan las reglas y las políticas públicas, ya no
pueden ser maquilladas. Los resultados de sus líneas de acción son contundentes
y no precisamente alentadoras para sus propios intereses. Ni siquiera la labor persistente de los
medios de comunicación a su servicio son ya capaces de disfrazar la realidad
opresiva y lacerante que vive la mayoría de la población.
La
historia es una herramienta que ejercita la memoria. Y la memoria es un
instrumento que permite desagregar la realidad para comprender nuestro presente
y delinear la acción necesaria para cambiarla. El futuro entonces no tiene
dueños por dedazo como nos quieren hacer creer, ni estrategias mágicas salidas
de escritorios institucionales, por más “democrácticas” y bondadosas que la
quieran pintar. La historia y la memoria colectiva han sido siempre cooptadas
desde el poder, en armonía y contubernio con la invaluable intervención del
aparato ideológico dominante, y ha sido efectiva, no se puede negar, ¿cómo
explicar, sin esa efectividad, el regreso del Partido Revolucionario
Institucional al poder?
Pero
paradójicamente, olvidan los poderosos que la memoria no se impone con mensajes
a modo ni desinformación pagada, ni mucho menos con la fuerza violenta de la
represión artera; la memoria es el resultado de la vida cotidiana que nos llena
de preguntas a las que la historia, en gran medida, nos responde. Dicen por
ahí, que alguien dijo algo así como: “loco es aquel que haciendo lo mismo
pretende conseguir resultados diferentes” y tienen razón para decirlo los que
lo dicen.
¿Hasta
cuándo pretende el sistema, haciendo lo mismo, que nos comamos sus mentiras
cuando la realidad exige cotidianamente un cambio radical?
Aprendamos
pues, de la historia. Desde el poder institucional nos han querido vender un
sistema depredador como si fuera una panacea. Se han cansado de prometernos un
mundo feliz que no llega nunca y que, por el contrario, cada día está más
lejano. Nos han vendido la idea de que “tener” es lo que da sentido al “ser” y
que es más importante que compartir. Se nos ha inculcado la idea que el
individuo “por sí solo” tiene la capacidad de cambiar “su” realidad, ajena a, y
en disputa con, la de “los otros”. La “competencia” se nos plantea como el
motor para el “progreso”, aunque implique luchar entre nosotros mismos para
arrebatarnos lo poco que nos dejan, convirtiéndonos así en rapiñeros que
orgullosamente elevan un canto de victoria al quitarle a su igual un pedazo de
futuro, haciéndonos “mejores” que “el otro”. Nos quieren hacer pensar que un
crimen de Estado es obra de la mente perversa de “un par de individuos” en
colusión con “el crimen organizado”, aun cuando la realidad innegable evidencia
que esos individuos forman parte de su “honorable” membresía y que el crimen
organizado es creatura simbiótica del propio Estado.
La
estrategia es la misma, una y otra vez. Pero la realidad grita la verdad sin
tapujos y los pone en evidencia. El sistema oprime, despoja, inmoviliza, aprieta,
asesina, empobrece, margina, no es ninguna panacea, es un infierno. Conceptos
como “tener”, “poseer”, “acumular”,
“único”, “propietario”, “mío”, “tuyo”, nos desmantelan como sociedad, y no nos
une -como nos quieren hacer pensar- mas allá de una idea pervertida del ser. Es
en “compartir”, “distribuir”, “común”, “colectivo”, “nuestro”, “todos” en donde
se encuentra nuestra fuerza y nuestro cuerpo social. No es la competencia
rapiñera motor alguno para mejorar la realidad, es en la emulación de lo más constructivo,
digno y noble, de los enormes ejemplos de humanismo y acción colectiva que han
transformado la vida, en donde se nutre la energía del cambio. Y eso les da pavor a los poderosos, porque lo
saben. Y también se saben simuladores, mentirosos, incontenibles en su
ambición, por eso no cambian su estrategia, la recrudecen una y otra vez.
El
sistema está podrido, no hay duda pues, ¿entonces? Propongo que comencemos por
retomar la historia refrescando nuestra memoria colectiva. Hablemos de ello,
compartamos, marchemos, discutamos, reelaboremos, cuestionemos. No es verdad
que seamos incapaces de construir nuestra propia historia, eso es otra de las
mentiras que el sistema nos quiere endilgar, y es por ello que cuando la
realidad los evidencia, utilizan el miedo, el terror, para que aun con la
consciencia de que son nuestros enemigos los que no permiten cambio alguno, nos
quedemos pasmados e inmovilizados. Frente al miedo, la acción colectiva. La
historia nos habla del poder inconmensurable de la unión. Solos, como el
sistema nos ha querido siempre, no podremos ser más que individuos arrinconados
presas del miedo. Juntos, tendremos el futuro en nuestras manos, porque no hay
terror que pueda detener a un colectivo con la razón y la verdadera justicia
como bandera.
Es
evidente que hoy no se puede buscar justicia en las instituciones que
supuestamente están creadas para ello, mucho menos seguridad, trabajo
digno, acceso a la salud, educación,
derechos humanos, dignidad. Los poderosos se han apropiado de todas ellas, las
dominan y utilizan para sí. Es entonces necesario buscar otra forma de
gobierno, porque éste, ya no le sirve al pueblo. Es momento entonces de
reaccionar, de plantearnos las vías necesarias para cambiar esta realidad
insostenible. Y no van a ser las instituciones “constituídas” en lo que ellos
llaman “estado de derecho” las que den espacios para el cambio, porque ese
concepto sólo funciona para recrearse a sí mismos, a costa de los que sí
tenemos el poder real. Debemos ir juntos, partir de las coincidencias, caminar
codo a codo, compartir experiencias, romper los cercos mediáticos del poder,
generar nuestros propios espacios alternativos.
Una
guerra sorda y encubierta nos ha estado soterrando como colectividad desde hace
décadas –centurias-, y en el ejercicio de esa guerra nos despojan, nos
reprimen, nos manejan como si fuéramos hojas movidas por el viento, nos
utilizan para su beneficio a costa del nuestro y a costa de nuestras propias
vidas. Esa guerra ya salió de lo oculto para mostrarse con toda su violencia y
descarnado poderío de fuego. Ya no se contiene a sí misma con el velo de los
medios de comunicación, ya no puede esconderse con discursos retóricos y
demagogos perfectamente estructurados, o con democracias de pacotilla
legitimadas con fraudulentas elecciones. En nuestras manos, y no en las de esos
miserables explotadores, está nuestro destino.
La
madre de todas las fosas ha quedado pues, al descubierto. En ella no aparecen
restos humanos. Lo que habita en esa y en todas las fosas, son los restos
putrefactos del sistema.
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