Muerte del sentido
Eduardo Sanguinetti, filósofo,
poeta y performer.
Verdad, esta palabra desvela, hostiga, obsesiona a los empoderados de la mentira, tal el caso de Alberto Fernández, el violento y disfuncional ex-presidente que Argentina supo soportar, hoy pareciera que se sumó a la lista de miserables y cobardes golpeadores y acosadores de mujeres, que en distintos gobiernos fueron llevadas a cabo por funcionarios de todo color, incluso de informantes de mercenarias corporaciones de medios y los inefables faranduleros, jamás visibilizados por la prensa mercenaria.... La noticia de esta denuncia de violencia, acoso, se replica de modo abusivo en la corporación mediática del país, quizás para esconder casos que hacen a la degradación del gobierno espantoso del violento orco Javier Milei, de modo instantáneo lanzó sus acostumbrados vituperios en X a este presunto delito que se tramita en un Juzgado Federal.
Milei, plagiador serial, difamador,
acosador insoportable con sus insultos roñosos lanzados gratuitamente a mujeres
y hombres, ¡qué más da! si la complicidad del sistema genocida lo blinda a este
hambreador del pueblo argentino, mensajero del caos y la confrontación
permanente con cuánto personaje disienta o simplemente lo tome como blanco de
críticas bien fundadas...
Milei el orco, carente de capacidad de
gestión, abusando de la docilidad de una sociedad que ha tomado el sufrimiento
como una insalubre costumbre, pues si se debe morir de hambre o enfermedad,
naturalizando el sufrimiento que propone el humanoide Milei, lo podemos
corroborar lo que manifiesto, en entrevistas y discursos que este personaje
violento, en las redes de la web, donde podemos apreciar que un violento
ignorante, carente de sensibilidad maneras y modos, mal instruido y mal
educado, negacionista, apropiador de títulos que no posee, fue elegido por voto
popular en elecciones, por quienes hoy padecen a su elegido.
Al orco violento Milei sin dudas, le
viene muy bien este caso vergonzoso, por cierto, para lanzar sus distópicos
discursos preñados de violencia, odio, resentimiento, acosando a la comunidad,
con frases repugnantes, al margen de verdad y justicia, para tapar los actos
que hacen de su gobierno el hazmerreír del mundo... Los espantosos gobiernos
que ha sabido elegir el pueblo argentino, no saben qué hacer con la verdad, se
han acostumbrado a subestimarla -sobrestimarla o maltratarla- pero siempre a
manejarla abusivamente.
La verdad y el sentido que la acompaña,
entra en los pensamientos de dignos, inspirados, valientes y talentosos, con la
fuerza de un rito, y pertenece tanto a la zona racional como a la magia. Algún
día, dejando de lado los intereses creados del lumpenaje, en su tarea de
eliminar la verdad, su sentido total al transitar por las laderas crípticas de
sus sílabas sin detenerse a observar: transparente, nítida. Pero por ahora no
es más que un anhelo y frecuentemente una desesperación.
La verdad, la emoción, el silencio, la
sensibilidad, la vida, han sido en otros tiempos mitos de libertad frente a la
violencia de la mentira en el laberinto del lenguaje necrótico, cual pliegue de
espectáculo insano, que hoy asiduamente se practica, cual tendencia de
destrucción y ensimismamiento, de los delincuentes, fugadores, blanqueadores,
estafadores seriales, criminales de sentido, que en Argentina demostraron su
total y absoluta ausencia de solidaridad, filantropía y ética para con la
comunidad hambreada y sufriente y en estado de anomia, a los excluidos de la
vida.
Y, dada la separación con respecto a lo
real, el lenguaje se vuelve sinónimo de realidad, se vuelve «tierra prometida»,
fuerza utópica por excelencia de intentar manifestar lo indecible, lanzando la
verdad cual símbolo de vida, en armonía y paz.
Pienso que un acto liberador sin dudas
es la palabra lograda, la poesía… Esta palabra liberadora no es portadora de
mensajes, sólo de vientos cargados de presagios, que dejan fuera del juego de
la vida a la violencia que posee la mentira, cual modo de relación, en este
tiempo de post verdades y de injusticias flagrantes en donde todos/as se
encuentran empantanados, en nombre de una simulada libertad, jamás instalada
como destino del sentido clausurado, por humanoides, amantes de la Ley de
Mercado, al cual la humanidad en estado pre social se asimila mansamente.
Es por ello que mi concepción de la
literatura es utópica. Podría multiplicar las citas en este sentido, la
tendencia seguirá siendo la misma. La literatura adquiere el espesor de un
corpus mítico, de un campo que perpetúa y garantiza la existencia de un país
imaginario, fabricado con y contra el país real, cuando se borra la huella
individual, pretendiendo fabular en masa hacia una mentira de ninguna verdad.
Cargado de este peso utópico, el
lenguaje se vuelve fácilmente material para esculpir, escenario en el cual se
ejecutan gestos, material sonoro. La relación con el lenguaje toma el lugar de
la relación con lo real y lo social, con el poder y con la historia. No es un
azar, por lo tanto, si los múltiples textos que se escriben en una época
precisa forman siempre una constelación coherente y sin embargo nunca
teorizable. El abanico de los textos es siempre el abanico de las estrategias
del deseo en un momento de la historia.
A esta concepción del tiempo histórico
en tanto vacío de ‘transcurrir’, es decir, de hechos que movilizan al sujeto
que percibe el tiempo (sujeto histórico), se suma la visión del espacio,
categoría filosófica que en ciertos escritos rechazan el vacío temporal y se
sustentan en lo real como construcción de las percepciones humanas, si el
núcleo al que apuntan es este.
Esta observación epistemológica —el
hombre constituido por el espacio y por la conciencia de ese espacio— se
traduce en una estética que presupone la aprehensión de lo «real» en el paisaje
observado por el hombre. Al respecto, el fundamento de la realidad tiene su
correlato con la visión del espacio, a veces en tiempo de poesía ocasional, las
cosas ganan realidad, una realidad relativa, sin duda, que pertenece más al que
las describe o contempla que a las cosas propiamente dichas.
La concepción de que el hombre es el
portador de la realidad, se corresponde, en fin, con el acto narrativo que
estructura la idea de lo «real» como una categoría inherente al narrador y, por
ende, como una estética que se configura con el mundo representado a través de
percepciones sensoriales.
El lenguaje es un componente de la
historia y, cuando se desplaza por la confusión babélica, el vacío de
significados (o la imposición violenta de un único sentido para aprehender la
realidad) provoca una pérdida de «lo real» para interpretar el movimiento del
pensamiento humano: «¿Sería cierto que la historia se acelera y el fin estaba
próximo, o ya la historia estaba cumplida y todo lo que podía ser pensado
históricamente —y previsto— había sido ya dicho en ese lenguaje de la historia
(Axelos) y vivíamos, acaso sin saberlo, en la posthistoria…?»
En mis últimos textos los registros de
una problematización de la historia están vinculados con lo real, con los
significados que se imponen violenta y autoritariamente sobre la sociedad. Es
el caso —por último— de un hombre exiliado del acontecer, de aquel lugar en
donde pasa sus días en ostracismo feroz. Universo del espectáculo insano que
nos presenta el sistema simulador y criminal que dicta y rige en el planeta.
Insisto, la violencia de la represión se
manifiesta de modo grosero y pernicioso, con los significados de lo falso y de
la muerte del sentido, y está presentada, no como una categoría histórica, sino
como una ficción creada para inmovilizar y despojar al hombre de la identidad
de sus prácticas y pertenencias culturales, contribuyendo a la complejización
de la noción de «verdad», según la cual, el lenguaje, al fin y al cabo, ha
dejado de ser «transparente» y en qué medida afecta al saber histórico
ficcionalizado, esta idea de la opacidad del lenguaje, que lo apreciamos en las
balbuceantes palabras, devenidos en discursos apócrifos del orco Milei, que
tanto daño produce en las rutinas de un pueblo congelado al pie de la página de
una existencia deprimente y una historiola carente de significado y
significante.
Las tradiciones enfatizan la violencia
del lenguaje, la griega exige una solución en el dominio del lenguaje, y la hebraica
exige una solución en el dominio de la vida. En cualquier caso, en ambas el sin
sentido es un mito del sentido.
La teoría teológica del lenguaje, que
ya Adorno y Horkheimer criticaban en
Benjamin, cree en un contenido objetivo, que sería, además el objetivo de la
crítica, en tanto búsqueda de sus vestigios, investigación. Un contenido
objetivo que -igual que la estética medieval- proviene directamente de dios, o
de su astucia panteísta: el “objetil”.
Sólo la paradoja puede terminar con las
ortodoxias, tan demoníacas a la hora de intentar revolucionar, contra la
condenación de la miseria, material y espiritual de la especie. Sólo la ironía
puede terminar con el sueño del paraíso perdido, de la ‘lucha encantada’, la
candidez de creer en un futuro para todos… Creerse representantes de los
valores más profundos de la historia.
Desde la aparición del psicoanálisis, el
sentido ya no pertenece sólo a la consciencia, sino a la inconsciencia, pero:
¿a qué pertenece el sin sentido?, ¿tiene sentido un virus?, no es el sin
sentido ese espejismo que la ficción del sentido necesita para legitimar su
persistencia?… El animal no tiene otro sentido que su vida. Y la ficción del
sentido proviene del modelo mecánico del lenguaje, de la suposición de un
“para” metafísico, externo al propio organismo (uso, significado)… Resulta
dramático que los pretenciosos apologistas del sin sentido, pretendan
representar a pueblos plenos de esperanzas diluidas, por simple tradición
orgiástica, no por decreto moral de la Razón.
En esta arbitrariedad criminal de estos
enviados por ‘nadie’, apelando a valores morales, encuentran la inmoralidad de
gobernar… Hipocresía tradicional, aspirando a la moral, siendo básicamente
inmoral, plenos de aires de cinismo y arbitrariedad, ante el sacro silencio de
una comunidad inmune a los atropellos cotidianos a los que son expuestos.
En el relato diferido del metalenguaje,
como podemos apreciarlo en toda su magnificencia en el discurso de la política,
tan devaluado en su ‘animus decrepitus’, ni siquiera admite que se plantee el
problema de la libertad… Se manifiesta la violencia que subyace al sentido…
Encontrar el sentido era justamente el desafío del enigma, cual metalenguaje
que inhibe.
Si la diferencia entre nuestras
ficcionalizadas democracias procedimentales y los sistemas totalitarios fueran
tan flagrantes, hace mucho tiempo que nuestro paraíso había absorbido su
infierno. Eso sí, convencidos los pueblos, en su justo derecho de marchar al
abismo, de permanecer anestesiados, bajo permanente control, disciplinados y
con el sentido original perdido… Pero con todas las ventajas simbólicas y
beneficios clandestinos, de que aquí en este paraíso artificial, se encuentran
desposeídos de cualquier posibilidad de resistencia; pues los signos de la
‘felicidad’ y de la libertad ya no sirven, ni a corto ni a largo plazo, de
ninguna ayuda.
Existirían pues dos posibles cualidades
distintas para esa clausura del sentido: – La falta de necesidad de un sentido.
– La necesidad de un sentido que no existe. Existe también, una posible
inteligibilidad que no necesita recurrir al sentido, que equivaldría a una
mirada y una retirada activa. No tanto un ejercicio de “verdad de mentira”,
cuándo más de cierta “mentira de verdad”… Derrida lo llamaría deconstrucción, y
sería algo diferente al demonismo (mejor ejemplificado en las academias
deconstructivas). Desde ella, la muerte del sentido no conmueve, ni conduele.
Ni tampoco el florecimiento esplendoroso de cenotafios y sepelios, en una
auténtica primavera de la muerte eterna.
(*) Filósofo (Cambridge, Inglaterra), poeta,
performer, ecologista, artista y periodista argentino. Pionero en el arte
performativo. Precursor del minimalismo en América Latina y del Land Art según
Jean Baudrillard. Autor del "Manifiesto de los indignados contra el
neoliberalismo'' año 2011. Miembro-asesor de The World Literary Academy
(Cambridge, Inglaterra), "Biography of the year Award" Historical
Preservation of America (1986), "Man of the Year" IBC Cambridge 2004,
Honoris Universidad de Bologna, Nominado en dos ocasiones a la Beca Guggenheim.
Miembro activo de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
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