DOS PELÍCULAS SOBRE LA MALDAD, SOBRE
LA
ESTUPIDEZ Y LA POLÍTICA
JUAN CARLOS MONEDERO
Fragmento de la película 'Tár'. — Universal
Pictures
Tár, o sobre cómo maltratando a los tuyos vas hacia el
abismo
Tár es una película inquietante dirigida por un resucitado Todd Field (su último largometraje es de 2006) que protagoniza hasta que duele una inmensa Cate Blanchett. Aun sin ser el corazón de su argumento, la película tiene que ver con la política de la cancelación, tanto con sus expresiones idiotas (¡No quiero interpretar a Bach! ¡Era un misogino! dice un joven estudiante de música negro y homosexual desde una identidad sentida que le puede llenar su momento vital pero que le estrecha el mundo) como también con sus razones de avance social (sociedades más decentes donde cada vez es más difícil mirar hacia otro lado cuando hay un abuso de poder). Pero es una película que va mucho más allá de la política de la cancelación: es una película sobre un alma poderosa que se va perdiendo hasta que, sin espejos y con las rutas interiores devastadas, ya no sabe dónde está.
La protagonista, una directora de orquesta cuya fama
en la Filarmónica de Berlín ha llegado a la altura de von Karajan, ha vendido
su alma al diablo por la gloria, creyendo que, dueña de los tiempos exactos de
la música también podía adueñarse de los tiempos de la vida. Desde la
arrogancia de directora de orquesta cree que igual que es capaz de descifrar
los misterios de la Quinta Sinfonía de Mahler, podía descifrar el misterio de
las personas y de sus sentimientos. Sabiendo que el "piensa mal y
acertarás" vale para triunfar en una sociedad encanallada, olvidó que esa
fórmula, simplista y eficaz como un cañonazo, no sirve para llevar una buena
vida. Te termina abandonando todo el mundo. O acabas, fracasada, dirigiendo una
orquesta -o lo que sea- para un público que en vez de etiqueta va vestido con
extravagantes disfraces como en una alocada fiesta del 31 de diciembre.
En su ruta al éxito, la "maestro" Tár olvida
a su familia (a la que quiere regresar cuando está en el fango pero ya es
tarde). Más que amigos tiene intereses e intercambia amoríos y afectos con
ese usar y tirar que señala Eva Yllouz como la sensibilidad
propia del neoliberalismo. Su lesbianismo, lejos de ser un factor de
sensibilidad se convierte en una razón más para la dureza, demostrando que no
hay ninguna lectura colectiva de sus dolores sino solamente un uso personal de
los mismos (pensemos en la pléyade de políticos homosexuales de extrema
derecha, desde el malogrado holandés Pim Fortuyn a Alice Weidel, la líder
de Alternative für Deutschland, sin olvidar al dirigente del PP
Javier Maroto). En ese modo funcional donde todo son piezas de
sus necesidades, usa su trabajo para obtener favores sexuales e, implacable,
castiga desde su poder a quien no le conviene.
En algún momento de la película pensé en la Cruella de
Vil de Disney, una, obsesionada con los abrigos, otra, con las partituras. La
música tiene más misterio. Cruella también es una mujer de éxito -no la femme
fatale de Hollywood cuya maldad estriba en hacer sufrir a algún
idiota- que genera envidia social. Parte de su triunfo tiene que ver con su
absoluta carencia de empatía. Las mujeres malvadas en el cine con frecuencia
son mujeres que usan lo que Catherine Hakim llamó capital erótico, el
uso del atractivo femenino para alcanzar metas que, fuera de ese atajo, han
quedado tradicionalmente lejos de las mujeres sin herencia.
Lydia Tár es un mala inquietante porque, al tiempo, es
muy humana. Le ha costado mucho llegar a donde ha llegado, algo que celebra la
sociedad que se cree meritocrática. Nadie le ha regalado nada y sabe que es una
mujer, además homosexual, en un mundo donde los hombres mandan (le divierte
tener la misma suite de hotel en donde estuvo Plácido Domingo, con quien
comparte su manera de relacionarse con los subalternos).
Qué terrible oír tan bien la música y no oír los
consejos de la gente que te rodea. Los dioses ciegan antes a la gente a la que
quieren perder. Si esto puede tener aromas y ejemplos políticos, completen
ustedes la partitura.
Como le ocurre al neoliberalismo (y también a la
izquierda que deja de ser de izquierdas), le persiguen sus fantasmas, los
cadáveres escondidos en su armario que buscan, como los pueblos, alguna
redención que, tarde o temprano, llega (no por algún tipo de idiota optimismo o
teleología religiosa, sino como un mandato desmostrado y efectuado del homo
sapiens desde que tenemos noticia: siempre terminamos rebelándonos contra las
desigualdades).
La caída hacia el infierno de Tár es el de la pérdida
del control, de la impotencia de la arrogancia, de la confusión de la realidad
con los pensamientos cuando tus fuentes están viciadas, el de errores de bulto
que van poniendo la soga en tu propio cuello. Termina haciéndose daño en su
cuidado cuerpo. Pero ni siquiera así escucha. Qué terrible oír tan bien la
música y no oír los consejos de la gente que te rodea. Los dioses ciegan antes
a la gente a la que quieren perder. Si esto puede tener aromas y ejemplos
políticos, completen ustedes la partitura.
Almas en pena de Inisherin, o de cómo maltratar a tus
amigos es maltratarte a ti mismo
Déjenme seguir haciendo un poco de spoiler (destripar
el argumento, vamos). En las Almas en pena de Inisherin, la hermosa
película sobre el destino terrible del alma irlandesa dirigida por Martin
McDonagh, un paisano rompe inexplicablemente con su amigo del alma. Sin causa
aparente, y tras compartir año tras año la soledad acompañada de la taberna, el
pasar absurdo de los días, las mareas y las nubes y un tremendo aburrimiento en
un paisaje isleño rodeado de inmensidad, aislado, tan hermoso como abrumador,
el hechizo de la fraternidad lo entiende por acabado y la amistad se da por
terminada.
No hay pistas de por qué se ha disipado el cariño.
Quizá músicos que vienen de fuera se hayan entrometido, quizá gente que tenía
cuitas con su antiguo amigo le fue malmetiendo, quizá las habladurías de las
augures y las tenderas (que eras las demoscópicas de las aldeas) han ido
enfriando el afecto. Sólo hay algo de una claridad contundente: no quiere nada
con su viejo amigo. Puede ir al bar, claro, porque viven en una isla, pero,
por favor, no me saludes.
El amigo despechado, interpretado por Colin Farrel, no
entiende nada de nada. ¿Cómo es posible que después de pasar toda una vida
juntos ahora nos alejemos? ¿Por qué lo haces? ¿Qué oscuras razones te habitan?
NI su hermana, la única sensata de todo este entuerto, puede explicárselo. Todo
es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de
un enigma. ¿Alguien le habrá hablado mal de mí? ¿Estará enfermo? ¿Qué
malos pensamientos le han robado la sonrisa? ¿Alguien le habrá dicho que será
más feliz sin mí?
Pero aún peor es la respuesta del enemistado a los
requerimientos de su eterna pareja de tranquilas borracheras. Para hacerle ver
a su insistente antiguo amigo que ya no quiere verle más, toma una decisión
terrible que, en verdad, le castiga más a él que a su viejo colega. Es
decir, que romper una amistad de tanto tiempo, es una forma de mutilación,
aunque el absurdo le quita todo sentido a esa desesperada cirugía de los
sentimientos. Ese cuerpo fragmentado, roto, disminuido, no le impide seguir
tocando el violín. Pero ese violín ya no puede sonar igual porque se llena de
sangre. El paisaje inmenso no ha variado, la guerra en la isla de enfrente a
veces arrecia, a veces se detiene, las vacas siguen produciendo su leche, la
tendera sus murmullos, los estibadores sus chanzas y el tabernero sus
equilibrios. Pero ya nada es igual.
Cualquier parecido con lo que hace la izquierda por
aquí y por allá es pura coincidencia. ¿Cómo va a romper nadie con su mejor
amigo dirigiéndose al abismo de la mutilación? ¿Por qué sabiendo que estás en
una isla, donde enfrente, en la isla mayor, tiene lugar una guerra que te
amenaza, vas a fragmentar tus fuerzas debilitándote ante cualquier inclemencia?
La magia de la película seguramente es el absurdo en medio de la belleza. El
hechizo de la izquierda, muy al contrario, es la razonabilidad en medio de un
mundo cada vez más feo.
El votante de la derecha no pasa factura a sus
políticos, sean corruptos, traidores, desleales, mentirosos, ladrones... No hay
almas en pena en la derecha. Ni siquiera Pablo Casado anda penando. La
izquierda, sin embargo, es implacable.
Todos en la izquierda tienen siempre profundas razones
para desencontrarse y es verdad que algunas razones son
incontrovertibles,algunas más sólidas, otras más endebles, pero todas
construidas desde la razón. Hasta el punto en que incluso algunos pueden
señalar víctimas y verdugos. Los cinco partidos de izquierda que se presentaron
en Francia y fueron responsables de que pasara a la segunda vuelta Macron y Le
Pen, es decir, la derecha contra la extrema derecha, tenían, con toda
seguridad, enormes razones para presentarse como cabecitas de ratón y
no pactar con el más grande (la France Insoumise de
Mélenchon). El hecho real es que las izquierdas se dividen y al final, los
hacedores de la fealdad del mundo, se salen más fácilmente con la suya. Y a los
viejos amigos, mutilados y dolidos, les ahorcan juntos. Mientras la gente,
educada en la antipolítica, no quiere que le trasladen problemas. Quiere
soluciones. El votante de la derecha no pasa factura a sus políticos, sean
corruptos, traidores, desleales, mentirosos, ladrones... No hay almas en pena
en la derecha. Ni siquiera Pablo Casado anda penando. La izquierda, sin
embargo, es implacable.
Almas en pena de Inisherin es la historia de dos idiotas, donde la única
esperanza la presenta la hermana del idiota que decide no entrar en el juego.
Cuando los caminos se terminan empieza el verdadero viaje.
¿Con quién compites Ulises? o de la Crónica de una
muerte anunciada como metáfora gastada
El futuro de la izquierda suele estar lleno de
spoilers. Vamos, que se sabe cómo suele terminar. Así que me permitirán que
insista en esta mala costumbre. Sabemos que con alguna probabilidad vamos al
acantilado, lo vemos, nos representamos el golpe e intentamos cambiar el rumbo.
Pero hay algo más fuerte, como un viento que viene de algún choque de
corrientes de diferente temperatura, que sigue empujándonos y empujándonos
hacia el abismo. Seguramente la izquierda opera su magia con este juego
perverso de avances y retrocesos. Así es el viento del progreso. Pero cuántas
víctimas.
Las metáforas son solo eso, metáforas. Que ayudan a
pensar pero que tampoco son la solución. Aunque quien desprecia a los poetas,
como quien desprecia a los locos, seguro que se cree más listo de lo que es y
termina no entendiendo las señales. Que pueden ser infinitas pero
inútiles. Quienes andan envueltos en el manto de la insensatez
ven rebotar las realidades en el muro de su mirada levitante.
En España hay elecciones municipales y autonómicas,
que son las que asientan los proyectos políticos. Ahí está el ejemplo de
Ciudadanos y el de Podemos, que podía haber desaparecido si hubiera seguido
despreciando su presencia territorial. No hay política transformadora solo
desde los gobiernos del Estado.
Quienes han diseñado el papel que viene representando
Yolanda Díaz se equivocaron. Desde el encuentro en Valencia sin Podemos en
noviembre de 2021 hasta la afirmación la semana pasada de que "Sumar no
será un fracaso si no está Podemos" (que, como diría el elefante de Lakoff, es la más clara
afirmación de que será un fracaso). Miremos hacia delante. El
problema no es equivocarse, sino perseverar en el error. Yolanda Díaz ¿no
tendría que hacer campaña municipal y autonómica por las formaciones políticas
que la hicieron Ministra y Vicepresidenta? ¿No tendría que regresar al buen
entendimiento con la principal fuerza transformadora en España, esto es,
Podemos? Ione Belarra ha tendido la mano.
También se ha equivocado Pedro Sánchez al ayudar a
crear el monstruo de la discordia -que salió seguramente de la misma
inteligencia que diseñó la exitosa moción de censura en
Murcia-. No puedes ocultar a Podemos, silenciar a Ione Belarra y a Irene
Montero, incluso en las leyes que ha presentado Podemos, darle todo el
protagonismo a Yolanda Díaz frente a las ministras de Podemos y luego decir,
cuando ves el abismo, que espera que "encajen todas las piezas del
puzzle". Porque no queda serio y porque se abunda en la fragmentación que
tanto tenemos que desterrar. Que Yolanda Díaz le quite votos al PSOE no le
sirve de nada al bloque de izquierdas. Hay que lograr votos que en verdad
sumen.
La inmediatez de las redes es un desastre. Mucha gente
dijo hace días estupideces (como recomendarle a Yolanda Díaz que rociara con
napalm a Podemos) y ahora reculan porque son impulsivos pero no idiotas. Bienvenido
sea todo lo que de verdad sume. Escuchemos a las metáforas. Aunque estén
gastadas. Y si no, que se lo digan a la crónica de una muerte anunciada.
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