LA INFLACIÓN Y LAS CUESTIONES
TÉCNICAS DE CALVIÑO
¿Estarán
dispuestos el presidente Sánchez y la vicepresidenta a aplicar medidas de
izquierdas? En circunstancias normales no. Pero ahora llega la paradoja. Si a
algo debe temer más el PSOE que al descontento de las eléctricas es a la
inflación
PABLO IGLESIAS
Nadia Calviño.
El pasado lunes por la noche, antes del Ágora de la Cadena SER, Aimar Bretos entrevistaba a la ministra de Economía y vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño. Incisivo e irónico, Aimar preguntaba a Calviño por la propuesta de Unidas Podemos de limitar el precio del gas a 30 euros el megavatio. Veía yo aquella entrevista desde la pecera del estudio de la SER en Gran Vía junto a Carmen Calvo y José Manuel García Margallo, mientras calentábamos para salir al césped del Ágora cuando nos llegara el turno tras la entrevista a la ministra. Una de las virtudes de Nadia Calviño es que se le nota la mala uva. No me gusta la gente especialista en disimular sus emociones y cómo se toma las cosas; Calviño no es así y se le notaba que no le hacía ni puñetera gracia que UP hubiera contado lo de los 30 euros, ante el regocijo de un Aimar Bretos que insistía, complacido, en meter el dedo en la llaga (los buenos entrevistadores tienen
también
ese gusto por las personas a las que se les nota el carácter porque las
entrevistas salen mucho mejor). El caso es que Calviño vino a decir, con un
enfado indisimulado, que lo de limitar (o topar como se dice ahora queriendo
decir que se le pone tope) el precio del gas a 30 euros por megavatio/hora era
una “cuestión técnica” y que la cifra final que se acuerde con la Comisión
Europea no era lo crucial ni se trataba una cuestión política sino más bien
técnica. WTF? Pensé para mis adentros protegido en la pecera de la SER junto a
Calvo y Margallo. Después saludé a mi antigua compañera de Vicepresidencia y
comentamos lo de los 30 euros. Pero lo que se comenta en off es como la
deliberaciones del Consejo de Ministros: secreto.
Permítanme que sí
les cuente por qué esta no es una cuestión “técnica” sino puramente política y
por qué es determinante para entender cómo se puede combatir eficazmente la
inflación. Una advertencia antes de empezar: desconfíen de los que presentan la
economía como una técnica neutral para resolver neutrales problemas técnicos.
La economía, por el contrario, es la sustancia material en la que se concreta
la política.
Si han visto hoy
las portadas de todos los periódicos, habrán comprobado que la palabra
inflación ocupa un lugar predominante. Y lo mismo si han escuchado la radio o
la televisión. Inflación récord desde hace décadas, todo está mucho más caro y
los medios se pueblan de testimonios de ciudadanos que corroboran que,
efectivamente, es cada vez más difícil hacer la compra o echar gasolina.
Todos los
economistas coinciden en que la clave de este aumento récord de la inflación es
el encarecimiento de dos materias primas fundamentales: el gas y el petróleo. Y
todos coinciden también en que, aunque la guerra en Ucrania ha empeorado las
cosas, el problema venía de atrás. Si la factura de la luz (determinada por el
precio del gas) y el gasóleo se encarecen pues, lógicamente, los costes de las
empresas aumentan y éstas los repercuten en los precios.
¿Qué hacer? La
respuesta no es técnica sino política. Hay que decidir, básicamente, quién paga
los platos rotos y cómo se reparten ese pago.
¿Qué propone la
derecha? Reducir los impuestos, no molestar a las eléctricas, hacer un pacto de
rentas entre agentes sociales al estilo de los Pactos de la Moncloa, dejar de
gastar en el escudo social para proteger a los sectores vulnerables y permitir
a los propietarios de vivienda subir los alquileres. De este modo se aumenta la
capacidad de consumo de los más ricos al tiempo que se expulsa de la protección
social a amplios sectores de la población. ¿Se soluciona la inflación? No, pero
se consolidan privilegios de clase y una estructura de poder que refuerza aún
más a grandes empresas, eléctricas y rentistas. La derecha hace política y no
se olvida de a quién representa.
¿Qué debería hacer
la izquierda? Ampliar el escudo social, limitar que los rentistas puedan subir
los alquileres, garantizar que el pacto de rentas se sostiene sobre la
limitación de los beneficios empresariales, hacer de una maldita vez una
reforma fiscal redistributiva y, sobre todo, limitar lo máximo posible el
precio del gas para bajar la factura de la luz que pagan empresas y
consumidores. Eso contendría la inflación y empoderaría a la gente trabajadora,
a los autónomos y a la pequeña y mediana empresa.
¿Estarán dispuestos
el PSOE, el presidente Sánchez y la ministra Calviño a aplicar medidas de
izquierdas? En circunstancias normales no. Pero ahora llega la paradoja. No hay
que olvidar un principio fundamental que enseña la historia política de España.
Si a algo debe temer más el PSOE que al descontento de las eléctricas es a la
inflación. No hay un camino más directo hacia la derrota electoral que
enfrentar un contexto de inflación récord mientras la derecha y la ultraderecha
afilan sus cuchillos. Ojalá Calviño y el presidente entiendan que disciplinar
en serio a las eléctricas es condición de posibilidad para reducir la
inflación. No se trata de una cuestión técnica y va más allá de hacer caso a su
socio de gobierno y la izquierda parlamentaria. Hacer políticas de izquierda es
la única forma que tiene el Gobierno de coalición de sobrevivir.
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