EN BUSCA DEL YATE PERDIDO
JUAN LOSA
Un
yate navega las aguas de Porto Montenegro,
a
12 de marzo de 2022.- REUTERS
La vida, en ocasiones, va como sincronizada. Los semáforos se alinean de vuelta a casa y sentimos que el azar –a menudo hostil– nos concede una tregua. Otras, en cambio, la vida se atasca. El hechizo se va al carajo y lo cotidiano, que antes parecía fluir, se desajusta sin motivo aparente. Maldecimos entonces esa caprichosa matemática que rige la coreografía diaria, la misma que nos hace perder el metro por unos segundos y que nos deja ahí varados, todavía jadeantes, bajo la mirada altiva de los que sí llegaron, de los afortunados que ya enfilan lo negro a velocidad suburbana.
Pienso entonces qué
minuto podría haberme ahorrado para llegar a tiempo. Tiro del hilo y hago
acopio de instantes superfluos, que al no ser yo ministro pues tengo lo que
viene siendo un minutaje extenso. Pienso en despedidas que se eternizan,
pitillos a destiempo, bostezos infinitos y empanamientos diversos. Identifico
en un leve pestañeo o en el contemplar absorto de un jilguero indicios de una
futura demora, una que todavía no se ha producido, que está por llegar. Pero
echar la vista atrás es un pozo sin fondo, escrutar la propia vida de uno con
ánimo revisionista no tiene ni puta gracia. Sólo lleva al desconsuelo.
El caso es que
anoche, carrerita mediante, perdí uno de los últimos metros. Como el siguiente
pasaba en ocho minutos me entregué al desconsuelo, más por distracción que por
puro desaliento. Tiré del hilo y fui recopilando minutos desiertos, cachos de
tiempo sin oficio ni beneficio que explicarían mis actuales demoras. Fruto de
esa labor cuasi arqueológica, pronto los minutos se convirtieron en horas y las
horas en días. Al final había perdido tanto tiempo que lo que me quedaban eran
los restos. O peor aún, que estaba hecho de huecos. Quién sabe en qué podría
haberme convertido de haber gestionado con rigor todo ese tiempo mío, de no
haber perdido ni un segundo.
Ahora el tiempo
sería mío. O un yate en su defecto.
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