DE PANDEMIAS ENDÉMICAS
‘La peste’
ya nos mostró los modos de gestionar una crisis sanitaria. Una parte de las
élites intentará ocultar la epidemia para mantener el monopolio del comercio
con América. Había que evitar el cierre de la ciudad.
FERNANDO SÁNCHEZ LÓPEZ
Ficha técnica:
La peste
Géneros: Histórico, Thriller
Año: 2017 (Temporada1)
Creadores: Alberto Rodríguez y
Rafael Cobos
País: España
Dónde verla: Movistar+
“Todo vuelve, como la peste. Ahora la gente celebra por las calles que se ha acabado, se emborrachan y gritan de alegría por todas partes. Ignoran que la peste no desaparecerá nunca. Permanecerá dormida, en los muebles y en la ropa, en los sótanos y en los arcones, esperando pacientemente a que el hombre vuelva a despertarla”.
Resulta difícil no
recordar, tras ver el fin del estado de alarma y presenciar una y otra vez la
facilidad con la que olvidamos todo lo andado, este revelador fragmento de La
peste, serie estrenada en 2017 y creada por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos.
Tras una exitosa primera temporada, compuesta por seis episodios que rondan la
hora de duración, en 2019 se estrenó una segunda parte que, aun manteniendo su
nombre original, desviaba la atención del relato pandémico por completo. Por
ello, su autoconclusiva primera entrega es la que mantiene un espíritu de
innegable actualidad y la que se analizará aquí. Volvamos, pues, al pequeño
discurso que abre estas líneas, pronunciado por Monardes, médico avanzado a su
tiempo en la Sevilla de finales del siglo XVI. Las palabras de este personaje
de la serie, que aluden explícitamente a otro discurso sacado del conocidísimo
libro La peste, de Albert Camus (1947), pretenden ir mucho más allá de la
superficie. Tanto en el caso de la serie como en el del libro, no podemos
quedarnos solo en el mensaje explícito –en el resurgir literal de una pandemia
mortal–, sino que debemos apuntar a las pestes figurativas que nos asolan y a
los parásitos que las transmiten: ignorancia, odio, codicia… Todo ello se da
cita en la serie española.
La peste presenta
una Sevilla baluarte del imperio español, ciudad enlace con todo lo que llegaba
de las Américas, metrópolis de una España de grandes tentáculos y gran olfato
para el oro y la herejía religiosa. Un brote de peste se desatará en la ciudad
y, en este contexto, Mateo Núñez, el protagonista, se verá obligado a volver a
Sevilla para saldar una deuda de honor tras la muerte de un amigo, lo cual le
atará irremediablemente a lo que sucederá en el territorio urbano. Esta Sevilla
será, por un lado, representante de numerosas oportunidades de ascenso social
para pícaros de toda índole, pero, por otro, sumidero de innumerables proyectos
fallidos que acaban generando una pobreza y una desigualdad terribles. Ya sea
en personajes como Luis de Zúñiga (interpretado por un grave Paco León) y sus
ansias de romper el círculo de pobreza por la vía de la corrupción, como en las
dificultades inherentes a la situación de mujeres de distinta clase social como
Teresa Pinelo y Eugenia, La peste presenta un incisivo mosaico de pocas
concesiones tranquilizadoras. Alberto Rodríguez y Rafael Cobos ponen el foco
más allá de los bonitos palacios, metiéndose de lleno en el barro y las
penurias de la masa, en la otra cara de la gloria imperial.
De aquí surgen
varias cuestiones, ya que, si se busca verosimilitud en la recreación histórica
llevada a cabo en la serie, sin duda se encontrará una producción muy cuidada,
con un magnífico vestuario, numerosos extras convincentemente caracterizados o
espectaculares localizaciones – tanto en sentido majestuoso como deleznable –,
además de un acercamiento formal de asidua cámara en mano, que nos sitúa casi a
pie de calle con los protagonistas. Sin embargo, en líneas generales, se podría
achacar una excesiva oscuridad al tratamiento formal de La peste, que,
inevitablemente, suscita dudas con relación a una supuesta “veracidad”. Tal vez
la idea estereotípica que tendríamos en la cabeza al pensar en Sevilla sería la
de eternos cielos azules y sol abrasador, pero la serie nos ofrece algo más, que
parte de una decisión estética en total congruencia con lo que se pretende
mostrar. Por ello, hay una predominancia de escenas nocturnas, iluminadas de
forma natural con velas y antorchas, además de una luz blanca y mortecina en
las escenas diurnas, la cual acentúa todo rasgo social aberrante, todo bubón de
peste. Cabe cuestionarse, aun así, si su recargado tenebrismo es, en realidad,
una propuesta antirrealista, considerando las terribles condiciones de la época
para la gran mayoría de la población: una suciedad y pobreza opresivas que sí
contrastan con las dependencias de los estratos sociales dominantes.
La serie atraviesa
y subvierte lo histórico mediante la introducción de lo detectivesco, algo que
la emparentaría con obras literarias como El nombre de la rosa
La decisión
estética de los creadores juega, de este modo, con lo que podríamos esperar de
un género histórico de tintes épicos y glorificadores, cuyos ejemplos no faltan
en la historia del siglo XX español. Lejos quedan las revisiones más amables y
ensalzadoras del pasado nacional e imperial incentivadas durante el régimen
franquista, como pudieron ser los trabajos de Juan de Orduña en Locura de amor
(1948) o Agustina de Aragón (1950), más preocupados en mostrar historias de
pasión y amor a la patria. No obstante, La peste también se alejaría de otras
producciones recientes de la televisión pública española como Isabel (Jordi
Calafí, 2012-2014) o Carlos, Rey Emperador (José Luis Martín, 2015-2016),
series más centradas en intrigas palaciegas, repletas de aristócratas bien
limpios y vestidos. En este sentido, La peste, más allá de su oscuridad,
propondría una aproximación mucho más realista a las penurias y al ambiente
opresivo de la época que representa, además de centrar su mirada en las vicisitudes
más anónimas de la urbe. Por añadidura, la serie que nos ocupa crea un universo
muy personal que atraviesa y subvierte lo histórico mediante la introducción de
lo detectivesco, algo que la emparentaría con obras literarias como El nombre
de la rosa (Umberto Eco, 1980), a nivel internacional, o con, por ejemplo, La
leyenda del ladrón (Juan Gómez-Jurado, 2021), a nivel nacional. La peste, sin
embargo, va un paso más allá, al hibridar todos estos elementos y acabar
conformando un acercamiento estético con claros ecos del cine negro
norteamericano.
Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, recordemos, son sospechosos habituales de lo que se ha llegado a conocer como “thriller ibérico”, con casos tan sonados como su Grupo 7 (2012) o La isla mínima (2014). Acostumbrados como están a vehicular sus narrativas a través de géneros cinematográficos, La peste no supone una excepción en su trayectoria. Por tanto, la historicidad de la serie se combina, primero, con el carácter lúdico de la investigación criminal y, segundo, con una sensibilidad de tintes neo-noir. De hecho, lo noir –el cine negro clásico–, estéticamente modelado con blancos y negros muy estilizados, de fuertes contrastes y énfasis en la nocturnidad urbana, se traslada a La peste con la mencionada predominancia de la noche sevillana más sórdida y enfermiza, cuyos claroscuros, en este caso, se consiguen gracias a la oposición entre las casi totales tinieblas y la tímida respuesta de unas pocas llamas y faroles. En algunos casos, como en el mítico noir El sueño eterno (The Big Sleep, Howard Hawks, 1946), el detective interpretado por Humphrey Bogart se embarcaba en investigaciones casi imposibles de seguir, pero que, no obstante, iban destapando todo tipo de corrupciones individuales y colectivas de la sociedad estadounidense por el camino. Me atrevo a decir que ocurre de igual manera en La peste.
Mateo, quien hace
las veces de detective, es un librepensador adelantado a su época y
apesadumbrado por la carga de su propio agnosticismo, que se verá obligado por
la Inquisición a investigar unos asesinatos de gente importante en la ciudad.
Más allá de pretender seguir quién mata a quién, qué persona específica está
involucrada en qué asunto concreto, la progresiva búsqueda a través de esta
Sevilla pesadillesca nos permite vislumbrar la intrincada red de podredumbre
que asola la sociedad de La peste. Desde inmundos explotadores infantiles,
pasando por prostíbulos subsidiados por la propia Iglesia y el gobierno, hasta
el ocultamiento y las consecuencias del nuevo brote epidémico traducido en
hospitales improvisados desbordados de moribundos de peste, la investigación de
Mateo abre una ventana a las miserias compartidas de la polivalente metrópolis.
Por un lado, una
parte de las élites intentará ocultar la epidemia –o, al menos, retrasar su
anuncio público– para seguir manteniendo el monopolio del comercio con América,
evitando el cierre total de la ciudad. La cara visible de estas intenciones la
pone el ya aludido Luis de Zúñiga, quien representa la tal vez anacrónica
figura del emprendedor hecho a sí mismo, pero que, no obstante, conecta con la
sensibilidad actual. Lo que le hace más interesante es, precisamente, el enorme
esfuerzo que, se presupone, le ha sacado de la miseria absoluta en un mundo de
riquezas heredadas. Sin embargo, sus soluciones pasan por jugar al mismo juego
y abandonar toda solidaridad hacia el prójimo, en una carrera proto-capitalista
hacia la maximización de beneficios que, sin duda, nos es muy familiar hoy en
día. Por otro lado, la Inquisición aprovechará este brote de peste para afirmar
con rotundidad un plan de Dios que castigaría a los “malos cristianos” y que,
en definitiva, le sirve como cortina de humo para eliminar a la disidencia y
amasar más poder. En este caso, el personaje clave sería el inquisidor Celso de
Guevara (interpretado por Manolo Solo), que buscará utilizar a Mateo y que, muy
lejos de ser construido como un simple fanático, demuestra una astucia y un
carácter férreo escalofriantes.
¿Quién nos iba a
decir que una enfermedad podría instrumentalizarse con fines políticos y
económicos, verdad? Resulta muy interesante ver cómo, a modo de premonición, La
peste ya pudo mostrarnos distintos modos de gestionar una crisis sanitaria de
este tipo. Las soluciones propuestas por la serie, sin embargo, distan de ser
fáciles u optimistas. Hay una clara defensa del conocimiento y la ciencia como
pilares básicos, por parte de personajes como Mateo o Monardes, con el objetivo
de enfrentarse a la superstición, el oscurantismo religioso y la corrupción.
Eso no quiere decir que sea un camino fácil, dado que tal progreso científico e
intelectual está en constante evolución y también ha de aprender de sí mismo,
ya sea debido a los límites de una medicina por contrastar y sistematizar o al
vacío existencial causado por la negación de una deidad redentora. De igual
manera, la lucha por el conocimiento de unos pocos entra en conflicto con los
prejuicios e intereses de muchos otros, por lo que la senda promete ser larga y
fatigosa. Aun así, cuando hayáis visto la serie, entenderéis por qué es el
único camino.
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