EL CUARTO QUERER Y NO PODER
AGUSTIN GAJATE
Redacción del New York Times en 1942
La idea de que la prensa es el cuarto poder en las democracias liberales forma parte de la cultura británica de finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuando la información era escasa y poco accesible, por lo que el periodismo a través de medios impresos constituía la fórmula más apropiada para poner de acuerdo a la oferta y la demanda de información.
Han pasado dos siglos desde aquella época y la idea se ha expandido y permanecido en la conciencia colectiva global, pero el panorama ha cambiado sustancialmente. Ahora la oferta de información supera con creces la demanda y la distribución de contenidos se realiza no sólo a través de la prensa impresa, sino de emisoras de radio, canales de televisión, páginas webs, periódicos digitales, blogs en internet, redes sociales y grupos de contactos dentro de aplicaciones de telefonía móvil.
Con tantos
medios, tantas voces y tanta oferta: ¿cómo puede cualquier ciudadano saber qué
información le conviene y cuál le puede perjudicar o distraer de buscar aquella
que realmente le puede interesar para mejorar sus condiciones de vida?
Lamentablemente no existe una fórmula matemática ni una serie de reglas
precisas que podamos aprender para orientarnos dentro de la selva o el jardín
de la información y de la desinformación del siglo XXI.
Nos
encontramos ante una de las mayores aventuras en las que uno puede adentrarse
en la actualidad (para quien le interese sumergirse en esta experiencia) y no
existe ninguna brújula, ni estrella polar que nos indique que estamos perdiendo
el norte, ya que la panza de burro permanente que genera la cada vez más densa
nube de datos tampoco nos deja ver el Sol para orientarnos. Es la tormenta
perfecta para mantenernos ignorantes y entretenidos ante la pérdida de
derechos, libertades y oportunidades, el 'pan y circo' del Imperio Romano en
versión 3.0, 4.0 y las que sigan.
Personalmente
estoy tan desorientado como la mayoría de las personas con las que comparto
sociedad, pero he encontrado algunas claves para, al menos, tratar de no seguir
confundiéndome, aunque con la desventaja de que tengo que dedicarle bastante
tiempo y sin garantías de éxito. La primera clave es ir directamente al medio
que difunde la información para conocer su orientación global. Es como ir a un
supermercado a dar un paseo, sin tener necesidad de comprar nada, sino para
conocer su oferta en su conjunto, qué tipo de productos vende y cómo están
distribuidos y presentados, aunque seguro que acabamos por acarrear con alguna
cosa, lo que dice algo tanto de nosotros como del establecimiento y sobre lo
que conviene reflexionar.
Los periódicos
impresos y la mayoría de digitales, como también los espacios informativos de
radio y televisión, tratan de llevar a su portada o cabecera la información más
fresca, original, exclusiva o que consideran más relevante para la empresa
editora o los potenciales lectores: un suceso inesperado, una propuesta
cultural, el resultado de una investigación propia, un acuerdo empresarial o
institucional, o el resultado y análisis de un evento deportivo, por ejemplo.
Todas estas
noticias, como las que conforman las diferentes secciones de cualquier
periódico o espacio informativo, pueden ser de interés general y, sin duda,
contribuirán a enriquecer nuestro conocimiento sobre el entorno que nos rodea,
aunque sólo algunas podrían tender una utilidad práctica para diferentes grupos
de individuos. Este es precisamente el principal problema de los medios de
comunicación de masas, que tratan de llegar a todo tipo de públicos, pero no
siempre consiguen ayudar con su información a resolver los problemas de las
personas y colectivos que los siguen, lo que genera cierta frustración. Nadie
es perfecto.
Lo mismo
sucede con los supermercados. Porque igual que venden frutas y verduras
frescas, que incluyen secciones de agricultura sostenible y biológica, en otros
estantes ofrecen productos procesados y elaborados en instalaciones
industriales. El consumidor es quien decide si se lleva esos productos
saludables, directamente salidos de huertas e invernaderos, y luego dedica
tiempo a prepararlos en su casa, o si, por el contrario, elige llevarse pizzas,
tortillas o cualquier otro tipo de plato precocinado menos saludable, para
poder comerlos sin pérdida de tiempo después de calentarlos en el microondas.
En los
supermercados modernos, y más aún en los establecimientos denominados de 24
horas, la mayoría del espacio está dedicado a la venta de productos procesados
y el espacio para los productos agrícolas frescos se ha convertido en
testimonial, porque es lo que las empresas elaboradoras y comercializadoras
incentivan y luego la gente demanda porque resulta más cómodo de consumir. Y en
los medios informativos está pasando algo parecido, porque buena parte de la
información que ofrecen ha sido precocinada en gabinetes de prensa de empresas,
instituciones, partidos políticos o entidades con intereses económicos y
sociales.
Las
redacciones de los medios, antaño descalificadas como tabernáculos, si quieren
sobrevivir, están destinadas a convertirse en centros 'gourmet', aunque nada
asegura su viabilidad: si el paladar de la audiencia sólo distingue los sabores
del azúcar, la sal, el aceite de palma y los aditivos y colorantes habituales
de los productos procesados, pocos serán capaces de apreciar, valorar y
aprovechar cuando tengan delante exquisiteces como una entrevista 'pata negra',
un reportaje 'gran reserva' o un artículo 'rico rico y con fundamento'.
El peor de
los escenarios que comienza a vislumbrarse en el horizonte es el de una
sociedad que no va a tiendas o supermercados para ver y tocar (eso sí, con
guantes de plástico y todas las garantías higiénicas) lo que compra, sino que
pide que le lleven la comida procesada y precocinada a casa por internet, y
encarga a una inteligencia artificial que le informe a través de aplicaciones y
redes sociales sobre deportes, cotilleos y demás temas intrascendentes que le
puedan hacer más confortable y entretenida una realidad que no quiere conocer
y, por tanto, asumir o transformar. Una sociedad insegura por inconsciente y,
por tanto, irritable, potencialmente violenta y más fácil de manipular.
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