jueves, 5 de marzo de 2020

…Y VÍCTOR RAMÍREZ NOS DEJÓ EL MUERTO


…Y VÍCTOR RAMÍREZ NOS DEJÓ EL MUERTO
ALFONSO OSHANAHANN
LA PROVINCIA                  8-JULIO-1984
Meter hasta ciento veinte personajes distintos (vivos, muertos, desaparecidos) en el espacio de una novela corta, como quiera que se mire, ofrece una complejidad fuera de lo común, y pudiera llegar a ser un recurso artificioso si no se tratara, como en “Nos dejaron el muerto”, del español real de un universo vital del escritor, en este caso del de V.R., magistralmente urdido y trenzado.

Ciento veinte personajes, ¡ciento veinte!, moviéndose  en torno a un portón de alguno de los riscos de esta ciudad, forman un formidable retablo urbano y, por consiguiente, quien tenga miedo al vértigo que huya de es
ta novela, pero quien no tema encontrarse con el trasunto real del mundo que vivimos hallará en la lectura de “Nos dejaron el muerto” una precisa clave para entender mucho de lo que nos ocurre: ello nos podrá ocasionar quizá un fuerte dolor de cabeza, como cuando nos subimos a un tiovivo que gira muy aprisa, pero esa tontura (similar a las que le dan al padre de la novela cuando desembarca después de semanas de navegación) se pasa pronto, una vez que desfila el turbión de gente.


Toda la miseria humana de esta tierra que vemos reflejada casi a diario en la crónica de sucesos de cualquier periódico está en la novela interpretada y debidamente procesada merced al esfuerzo de lenguaje; y así entenderemos, como subraya Rafael Franquelo en el prólogo, por qué “el pobre puede sentir vergüenza de acabar rico, las putas son decentes y el atildado intelectual despechado se refugia en la poesía sufriendo la encarcelación por independentista…”.
Es decir, el mundo de la marginalidad de hoy –o mejor dicho, una parte de él- tiene a-quí su tratamiento; y yo añadiría a lo de Franquelo que aquí se explica por qué dice aquel individuo que había matado a un gasolinero que “todo empezó por ser pobre”, como acabamos de leer dicho por uno de los tres fugados de Salto del Negro recién vuelto al “redil”…
Adoptando el lenguaje de ese sector de la marginalidad isleña, V.R. nos introduce en ella sin más dilaciones: “Desde que el día acababa, después de la rala de agua-nogal con gofio y queso duro, mi prima Benigna Lucía se ocupaba de cuidar por aquel entonces a Cenicita Cameja, una vieja cubana que vivía solita en una choza de latas y hojas de palmera arriba en el Llanito de las tabaibas”.
Y así tenemos que Cenicita muere cantando un corrido mexicano siendo cubana; Benigna llega a ser un prostituta de lo más decente (¿¡cómo no iba a serlo si se niega a “hacer sexo” con su hermanastro!?; Ignacio Perpetuo, el abuelo, que se dejó morir cuando quiso pero que antes desahoga su cuerpo con alguna que otra cabra de las de Cesarito Dávila; o Guadalupita Leonora, limpiadora del colegio de los Jesuitas, beneficiada del padre Ródano Alción, que le buscó el marido adecuado -Expedito Luz- y que después aco-gió a su hermano Metodio Alcántara el Escondido para que no fuera víctima de “los” falanges.
Este Metodio, sin ir más lejos, un tipo pusilánime y aterrorizado que cuando muere el muerto la novela, el falange don Lucio Falcón, se caga sobre él, literalmente, con alevosa nocturnidad y diarrea apestosa a perro podrido. Y así hasta una larguísima centena de figuras que componen un entrañable mosaico. Lo dicho, un vértigo.

¿Se trata de un largo relato “Nos dejaron el muerto”  o de una novela corta? Probablemente sea ambas cosas a la vez. La cuestión es importante dilucidarla para afirmar, sea cual sea el resultado, que V.R. es un narrador por el que pasa una línea fundamental de la historicidad de nuestra literatura actual. Importa más decir ahora que la trayectoria de V.R., después de toda su obra publicada, se marca un hito evidente en “Nos dejaron el muerto”.
En entregas anteriores ese retablo urbano de Víctor aparecía más constreñido a la brevedad del texto, pero ahora lo desarrolla extensamente, y vemos que tiene un caudal inagotable de historia, un universo de personajes, o mucho nos equivocamos o no es apresurado ni aventurado decir, que marcan el camino de su obra posterior: tal es la frescura y vitalismo de ese cúmulo de gente.

Víctor se ha emborrachado con ellos: están tan a flor de piel en su medio vital, que no tiene sino que cogerlos al lazo, como el pescador de caña. Y es evidente que quien no comprenda ni sepa de ese mundo de nuestros riscos de Las Palmas está incapacitado para comprender la realidad que nos rodea; y, en el caso de los riscos, nos circundan fí-sicamente.
La literatura pues -en este caso este título de V.R.- se eleva a la categoría de documento cuya ignorancia o desconocimiento nos alejará de la comprensión del mundo que nos rodea.
Así de simple y categórico hay que decirlo porque ese trasvase de la geografía risquera al texto de “Nos dejaron el muerto” adquiere la dimensión novelística, más allá del puro relato, por la identificación ideológica y sentimental del autor: el autor forma parte de ese mundo y lo conoce tan bien porque es el suyo, razón por la que debemos molestarnos mucho en buscarle a él encarnado en alguno en particular que está en todos ellos.

Es decir: intención ideológica y lenguaje propio, ambas cosas perfectamente notorias en V.R., constituyen la médula de la novela. Yo no he podido hacer otra cosa que una lectura rápida y un recuento de personajes, pero no hace falta mucho más para advertir esta evidencia.
No se trata de escribir por escribir, sino de escribir para algo; y la intención de Víc-tor parece clara, como se deduce de “Nos dejaron el muerto”: escribir para decir que así es un parte fundamental de nuestro pueblo; y con esa cera es con la que tenemos que encender nuestros pabilos: un pueblo cuya identidad rebulle bajo su aparente servilismo y cuya afirmación se expresa en gestos tan elocuentes como en el a-bandono de un muerto a su suerte y en proferirle toda clase de diabluras, haciéndole protagonista de la vida cotidiana de una familia de las muchas que viven en portón risquero.

La muerte en forma de sojuzgamiento social, de marginación secular, de aceptar someterse a un papel pasivo y servil es una forma de decir cómo somos y qué cosa se puede y  se debe hacer para salir de tal situación de atraso. Y ello, dicho con ironía y hasta con un sentido jocoso sitúa el problema en su planteamiento real, tal como las gentes que viven inmersas en ello aceptan y viven esa situación.
No hay drama objetivamente hablando, sino subjetivamente interpretado; es decir: depende del talante intelectivo con que nos enfrentamos a esa realidad. Al menos satisface saber que quien padece esa realidad encuentra siempre válvulas de escape: unos bailan con el muerto, o-tros juegan en su presencia a las chapas, se hacen caricias y lascivias de novios; y hasta uno expulsa su diarrea sobre la cara del difunto, sin olvidar de aquellas que le ponen un hilo de San Blas para prevenirle de ciertos males; sólo le faltó a don Lucio Falcón que Isabelita Cirila, la madre, le sancochara unas papitas para que se fuera a la tumba con algo en la barriga y no le diera un desmayo.

Frente a los que puedan pensar que con todo ello V.R. hace un ejercicio de truculencia literaria, hay que decir que no, que no es eso, en absoluto, que el muerto no es sino un pretexto para que, ante él y en su presencia, ocurran las cosas más naturales y normales que pasan en un portón; pero que, por pasar ante él precisamente adquieren la categoría de literario, digamos que es el elemento convergente, en técnica narrativa, para que el relato se convierta en novela, con lo que el resultado final del texto se beneficia de las bondades de uno y otro.
Porque el relato, si está bien hecho, entretiene y prende al lector en la belleza de ese arte, y porque la novela, si se logra esa trenza de personajes y se profundiza en e-llos, eleva el texto a la categoría de docu-mento imprescindible para el conocimiento de nuestra realidad inmediata.
Dicho esto hay que señalar que “Nos dejaron el muerto” es efectivamente la primera novela de V.R. que abre el camino y le compromete a una mayor entrega en el gé-nero, a sabiendas de que tiene la facultad de decir lo que es para que cuantos le lean sepan y entiendan lo que no debe ser.

Muchos esperábamos esta primera novela de Víctor y se la hemos venido exigiendo de forma reiterada desde hace mucho tiempo. Él se ha sentado a la máquina, una vez que sus obligaciones comestibles se lo han permitido; y aquí la tenemos.
No era un capricho esta exigencia. Ni se trataba de satisfacer a los que miden el valor del talento en número de folios y en títulos publicados, sino de encontrar en la novelística de V.R. la representatividad de lo que realmente somos y podemos, y no lo que otros nos quieren atribuir, negándonos. Sin él la narrativa canaria queda ayuna de uno de sus representantes más caracterizados, precisamente por elevar nuestro lenguaje y clima popular a la máxima categoría de creación literaria. Ahí es nada: para esos y para todos, V.R. les y nos ha dejado el muerto.
8 de julio de 1984

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