LOS SEMBRADORES DE VIENTOS
JUAN CARLOS ESCUDIER
La política tiene
mucho de ficción y ahora que se avecina otra campaña dentro de la interminable campaña electoral
en la que vivimos conviene tenerlo en cuenta para no envenenarnos. Sus
intérpretes son como los especialistas de cine, que simulan peleas en las que
nunca se hacen daño. De ahí que sería exigible que en los debates de televisión
y en el Parlamento se advirtiera previamente de que todo es una dramatización y
que los ciudadanos deben desistir de utilizar con sus vecinos el mismo tono y
agresividad que ven y escuchan a ests señores porque es muy probable que acaben
a mamporros en el rellano de la escalera.
Hace un par de
semanas se originó una gran trifulca por la difusión de una fotografía de Pablo
Iglesias y Albert Rivera hablando en la cafetería del Congreso. Los que
pusieron la instantánea en circulación pretendían resaltar el compadreo de dos
supuestos enemigos irreconciliables para hacer la pinza al Gobierno, mientras
la mayoría denunciaba la violación de la intimidad de un espacio privado y
cuasi sagrado donde políticos de todos los partidos se relacionan sin calzarse
los guantes de boxeo.
Sobre éste último
mensaje es bueno incidir porque se tiende a pensar que la política es un
videojuego en el que solo se pasa de pantalla cuando uno de los personajes
logra eliminar al resto, lo que contribuye a extender entre los mirones un odio
más que perceptible a los que muchos no pueden sustraerse. Se llega así a esa
crispación que nunca se pone en contexto y que, en realidad, deviene de un
teatro hecho por embaucadores. Dicho de otra manera, los sembradores de vientos
nunca se despeinan y a los que recogemos tempestades nos pone de muy mala leche
que se nos vuele el postizo.
No parece ser la
misión de nuestros dirigentes contribuir a la moderación sino todo lo
contrario. Ninguno tiene interés en humanizar al de enfrente porque eso
supondría desactivar su mensaje. El adversario siempre es un facha, un
antipatriota o un golpista con el que no hay que relacionarse públicamente. A
ello se refería Gabriel Rufián cuando hablaba de la “teatralidad de la política
madrileña” como si la catalana no se representara en otro escenario similar con
su foso, sus bambalinas y sus apuntadores.
Lo que debiera ser
normal se toma como una anécdota a la que no dar más importancia, aunque ello
sirve y mucho para relativizar los dramas. Es saludable que el respetable
conozca que se establecen relaciones personales entre ‘especies’ distintas y
que la amistad no entiende de ideologías. El antagonismo no ha de asociarse
necesariamente con inquina. Es bueno saber, por ejemplo, que Pedro Sánchez y
Mariano Rajoy tejieron complicidades cuando aparentaban ser el agua y el
aceite, que Pablo Casado y Pablo Iglesias se intercambian fotos de los niños,
que Inés Arrimadas siente aprecio por Josep Rull pese a que esté en la cárcel,
que Rivera e Iglesias toman café o que el ya citado Rufián se echa risas con
Rafael Hernando y hasta con Celia Villalobos. De hecho, es más instructivo lo
que se esconde tras la fachada que el ladrillo visto.
Las más enconadas
disputas, esas que no se exhiben sino que se presienten, se producen entre
cuñas de la misma madera. Las animadversiones más intensas se reservan para los
compañeros de partido, haciendo bueno el ya famoso “al suelo que vienen los
nuestros” que popularizó Pío Cabanillas en plena descomposición de la UCD. El
verdadero odio, el que no es fingido por exigencias del guión, no está en las
tribunas sino en los comités centrales y en las juntas directivas.
Es conveniente
entender el juego de la política sin perder de vista precisamente que es un
juego y que como tal ha de tomarse. Sin renunciar a la defensa que cada uno
haga de sus principios o la identificación que se puede tener hacia los
postulados de uno u otro partido, lo recomendable es tomar cierta distancia y
desconfiar de quienes piden a otros lo que ellos mismos no son capaces de
hacer. ¿Es serio que quien retira de su balcón una pancarta acuciado por una
orden judicial reclame de los demás la desobediencia civil? Si admiten un
consejo, relativicen que, como algunos dicen, es gerundio.
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