CONSEJAS DE LA VIEJA PRENSA
ANÍBAL MALVAR
Nuestro viejo
periodismo de papel es tan súper moderno que los editoriales de hogaño se van
pareciendo cada vez más a las consejas de vieja. No es que uno tenga nada
contra la viejas ni contra las consejas, pero conviene distinguir bien los
géneros literarios para no caer en la confusión y el desasosiego. Arrancaba El
Mundo su editorial de este jueves con una serie de consejas hacia Pedro Sánchez
destinadas a que el líder socialista no solo sepa darle aroma al caldito de un
arroz, sino también para que aprenda a enfrentarse a los más temibles y
encarnizados enemigos de la unidad de nuestra gloriosa patria. Qué capacidad
para el sincretismo.
«Celebramos el
cambio de discurso de Pedro Sánchez respecto a Cataluña», se arrancaba el
diario que dirige Francisco Rosell, quizá sospechando que a los lectores nos
pueda interesar lo que celebra o no celebra el diario de la bola. ¿Y cómo lo
celebran? ¿Se abrieron botellas de champán en la redacción? ¿Repartieron
dádivas entre los becarios? ¿Hicieron la ola?
Después se nos va
concretando, al menos, el origen profundo de esa alegría editorial. Y no es
otra la albricia que el detectar ciertos parecidos, poco vagos, entre las
actitudes de los socialistas españoles y las fuerzas políticas que cogobiernan
varios feudos de la manita de nuestra más zangolotina ultraderecha: o sea, la
gente de bien. «Mejor sumarse tarde a los diagnósticos de Pablo Casado y Albert
Rivera», se alegra la vieja de la conseja que escribe ahora los editoriales de
El Mundo.
Quiere caña, la
vieja. «Hace falta que Sánchez abandone toda tentación de blandir el 155 o la
Ley de Seguridad Ciudadana como puro trampantojo, como enésimo recurso de
mercadotecnia electoral». O sea, que se deje de coñitas y mande a la Brunete a
gobernar Cataluña, que es lo que mola. «Leña al mono hasta que aprenda el
catecismo», proponían los curas de antaño como ejercicio propedéutico.
Cuando uno empezaba
a ejercitarse en el innoble arte del periodismo, sentía un enorme pudor cuando
algún director insensato le delegaba la tarea de escribir un editorial. Un
editorial es una pequeña biblia de pensamiento y reflexión, marcada quizá
tenuemente por una línea político/empresarial, pero no por el propósito de reencauzar
la realidad hacia nuestras querencias y pareceres. Lo que sucede es que el
pensamiento y la reflexión se han convertido en valores de saldo hace tiempo.
La palabra ya no es un arma cargada de futuro. La palabra ya solo es un arma. A
eso ha quedado reducida.
Recibí hace apenas
tres cañas el nuevo libro de Pascual Serrano, quizá el más pertinente e
impertinente analista de nuestra realidad mediática. «Quienes seguimos
defendiendo la palabra escrita, comprobamos que, en muchas ocasiones, es un
formato inútil para los cánones mediáticos y culturales que se van implantando.
Cuando me llaman para grabar en vídeo una entrevista para algún documental o
televisión, el objetivo no es otro que recoger en vídeo las mismas palabras que
ya escribí y están accesibles en papel», relata Serrano en algún lugar de Paren
las rotativas (Ed. Foca).
Yo no sé qué es
peor para el periodismo, si las noticias falsas (¿por qué decís fake news,
coño?) o las consejas de vieja editorializadas. En todo caso, ambas son una
muestra de falta de respeto a la palabra y al lector.
El País reconocía
el otro día que mintió sobre una quema de ayuda humanitaria en Venezuela por
parte del gobierno de Nicolás Maduro. «Nunca lo rectificó pese a demostrarse
que no era cierto», se lamentaba el defensor del lector del diario de Prisa. No
seré yo quien critique tan sincerado mea culpa, aunque llegue tres meses tarde.
No hay mejor ciencia que paciencia y penitencia, que diría la vieja de las
consejas. Después se quejan de que la gente no lee, y de que es culpa de la
gente. El periodismo ya no es lo que era, pero tampoco nunca fue lo que
creíamos que era. Entre el cotilleo malintencionado (fake news) y las consejas
de vieja, hoy los kioskos huelen a maledicencia y ajo. No hay quien se acerque.
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