CLARA SERRA Y LAS VERDADES DEL BARQUERO
JUAN CARLOS ESCUDIER
Como las dimisiones
son acontecimientos muy extraños en el universo de la política, el portazo de
Clara Serra a Iñigo Errejón y Más Madrid ha sonado como ese signo de
interrogación que nos cantaba Sabina. La respuesta a la pregunta es que sí, que
en todos los sitios cuecen habas, incluso en aquellos espacios que debían tener
la lección bien aprendida para no tropezar de nuevo en esas viejas piedras que
ya son parte del paisaje y hasta de la familia. En cualquier caso, la dimisión
en sí merece un elogio porque viene
siendo la acción de un verbo escasamente conjugable en presente de indicativo.
Su carta de
despedida es un inventario de agravios y de verdades, algo que en la vida
interna de los partidos suelen ser términos equivalentes. Lleva razón Serra en
muchas de las cosas que dice, empezando por su crítica a los hiperliderazgos
que convierten a las organizaciones en sectas dedicadas a la glorificación del
sumo sacerdote y a los discrepantes en enemigos a los que se les niega el pan y
la sal por el simple hecho de atreverse a disentir de sus diez mandamientos.
No se puede sino
coincidir con la ya exdiputada de Madrid cuando afirma que los partidos han de
construirse de manera lenta y cuidadosa, con procedimientos que aseguren el
debate y normalicen la crítica. Alguna vez se ha dicho aquí que las ideas
compiten y con ellas las personas que las defienden, y es bueno que así sea porque
lo contrario suele ser un trampantojo que oculta el poder omnímodo y, por lo
general, arbitrario de los líderes. No existen las voces plurales al modo de un
armonioso coro de grillos que canta a la luna sino una sana competencia por ver
quién ha de llevar la voz cantante. El éxito de cualquier organización humana
pasa por establecer cauces que administren las afinidades y las divisiones, o,
lo que es lo mismo, por dotarse de unas estructuras y unas reglas de
convivencia aceptadas por toda la orquesta que no estigmatice a los solistas.
Los militantes,
como bien apunta la dimisionaria, no pueden limitarse a ser los avalistas de
decisiones ya tomadas, los que justifiquen el sostenella y no enmendalla o,
como se ha visto en otras ocasiones, los jueces de la rectitud de unos
dirigentes necesitados de fiadores hipotecarios. Y los partidos –y en esto
vuelve a acertar Serra- no pueden ser eternas máquinas de guerra electoral en
la que hasta los principios se supediten a un buen resultado mientras se ignora
su misión fundamental: extender sus valores hasta conseguir que sean
mayoritarios en la sociedad. Esta tarea es más lenta pero mucho más rentable a
largo plazo.
Discrepa la
exdiputada en la forma que ha elegido Más País para presentarse a las
elecciones, especialmente su decisión de competir en Barcelona con Ada Colau,
ya sea porque no representa su espíritu plurinacional o porque entra en
competencia con un proyecto que ha sido fruto de muchos años de trabajo. Es un
planteamiento opinable. ¿Sólo en Barcelona era necesario adherirse a las
fuerzas territoriales ya existentes para fortalecer el espacio del cambio o
también habría que haber hecho lo mismo en Sevilla, Baleares o Vizcaya? Es
opinable considerar un error que Más País concurra ahora a las generales. Por
regla general, conviene subirse al tren cuando llega al andén, fundamentalmente
porque son otros los que determinan su frecuencia de paso.
La gran crítica de
Serra tiene mucho que ver con la hipocresía y con esas grandes banderas que
sólo se ondean en los balcones y se pliegan dentro para que no ocupen mucho
espacio en el cajón de la cómoda. “Hace falta acordarse del feminismo no solo
en las fotos y en las campañas sino sobre todo en los momentos en los que
estamos fuera de los focos y en los que se puede profundizar en la
feminización. (…) Sin formalidad y organicidad las feministas no tenemos
siquiera las condiciones materiales para ponernos a trabajar y a corregir las
desigualdades de nuestra organización. (…) La fuerza de las mujeres feministas
dentro de las organizaciones políticas no suele emanar de la confianza de los
líderes, sino de la manada feminista que las apoya y las sostiene desde dentro
y desde fuera”, dice en su carta. Y vuelve a llevar razón.
Parece que aquí se
encuentran los “motivos políticos de peso” de su renuncia al escaño. Aupada por
los militantes al número dos de la lista de Más Madrid y utilizada como reclamo
feminista, sus discrepancias con Errejón le habían conducido al ostracismo.
Dicen que intentó sin éxito “feminizar” los cargos internos del partido y que
ha debido de sentir como una humillación que, después de mantener el pulso con
Podemos en el momento de la escisión, se le haya negado ahora la portavocía en
la Asamblea de Madrid para dársela a Pablo Gómez Perpinyà, el noveno de la
lista pero íntimo amigo del líder. Por muy personales que sean, son motivos
igual de legítimos que sus verdades de barquero.
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