NAVANTIA Y ARABIA SAUDÍ: PACTAR CON EL DIABLO
POR:
CARLOS HERNÁNDEZ
He dejado pasar
algunas semanas para no escribir “en caliente” acerca del dramático vodevil que
vivimos en nuestro país con motivo de la venta de bombas a Arabia Saudí. El
azar ha querido que, cuando me sentaba en el ordenador, me llegara la noticia
de la más que sospechosa desaparición en el interior del consulado saudí de
Estambul de un periodista que vivía autoexiliado en Turquía y que era muy
crítico con la dictadura que ejerce la dinastía Al-Saud. No se trata de un
hecho aislado, sino de uno más de los miles de ataques contra la libertad y los
derechos humanos que se perpetran en esa nación. Ataques de los que rara vez
nos enteramos por el hermetismo de ese régimen y, sobre todo, porque los países
democráticos evitan levantar la voz. Una cosa es meterse con Venezuela o con
algún tiranillo del tercer mundo y otra bien diferente molestar al riquísimo
aliado árabe.
Arabia Saudí es la
más clara constatación de que la cacareada democracia imperante en la mayor
parte del globo terráqueo, tiene un límite infranqueable: el nada santo dinero.
Todos defendemos la libertad, nos hartamos de exigir el respeto a los derechos
humanos y tenemos muchísima dignidad… hasta que vemos peligrar parte de nuestro
bienestar. Entonces agachamos las orejas, miramos para otro lado y tratamos de
autoconvencernos de que hay cosas que siempre han sido así y nunca cambiarán.
La cobardía
demostrada por nuestros gobernantes solo es el reflejo de una sociedad hipócrita.
Estoy convencido de que muchos de los trabajadores de Navantia que se echaron a
la calle para exigir al Gobierno que vendiera las bombas prometidas a Arabia
Saudí, eran los mismos que protestaron en 2003 contra la guerra de Irak.
Entonces miraron indignados las imágenes de niños destrozados que llegaban
desde Bagdad. Ahora cambiaban de canal cuando se emitían escenas similares
grabadas en las ciudades y pueblos de Yemen. Entiendo su reacción ante la
posibilidad de perder su puesto de trabajo. La entiendo, pero me niego a
justificarla.
En esos días me
preocupé mucho de escuchar las declaraciones de los trabajadores. Salvo en
casos muy excepcionales, sus argumentos se resumen en estos tres: «Esta es una
zona de mucho paro»; «Nosotros no elegimos a quién se venden las armas y el uso
que se hace de ellas»; «A ver, ¿Prefieres hacer un chupa chups o un palote…? Yo
lo que quiero es trabajo. Que tengo que hacer chupa chups, los hago, que tengo
que hacer palotes, los hago. Lo que quiero es trabajo». Sus representantes
sindicales, muy de izquierdas todos ellos, no les fueron a la zaga. Ni uno solo
planteó, al menos, analizar de cara al futuro la forma de constituir industrias
alternativas y menos criminales que generaran los necesarios puestos de trabajo
que necesita la bahía de Cádiz. No lo hicieron no por falta de sensibilidad,
sino por la certeza de que en el mundo de hoy no hay alternativa posible a la
tiranía del petrodólar.
Si existe ese
convencimiento es porque nuestros democráticos gobernantes nos han inculcado la
idea de que hay que ser ingenuo, idiota o ambas cosas a la vez para rechazar
dinero y contratos, aunque estos procedan del mismo demonio. Nuestros dos reyes
se han cansado de besarse y abrazarse con sus colegas saudíes, en presencia de
las cámaras de televisión y de interminables comitivas de empresarios
españoles. Al fin y al cabo, si no lo hacemos nosotros, lo harán otros. ¿No?
Siendo cierto este último planteamiento, el mensaje que se transmite es letal.
Si nuestros principios democráticos y nuestros valores se diluyen ante un muro
de dinero, ¿qué futuro podemos esperar? Hoy nos doblegamos ante Arabia Saudí,
¿y mañana?
Ninguno de nuestros
políticos, a nivel mundial, se preocupa de eso. El mañana queda mucho más lejos
que las próximas elecciones generales. Las formaciones progresistas renuncian
en este tema, como en tantos otros, a dar la batalla y a hacer pedagogía por el
miedo a perder votos. El Gobierno socialista prefirió hacer el ridículo e
insultar nuestra inteligencia con aquello de que las bombas que vendíamos a los
saudíes eran tan inteligentes que no matarían a ningún inocente. Es cierto que
era complicado afrontar, de la noche a la mañana, un tema que venía negociado
por el anterior ejecutivo; pero no nos engañemos, los gobiernos socialistas de
Felipe González y de Zapatero vendieron armas como el que más, sin pedir el
carnet de demócrata a los compradores. Pedro Sánchez tuvo la ocasión de hacer
un gesto para desmarcarse de esa negra tradición. Quizás incluso tenía la
legitimidad para no cancelar la venta en ese crítico momento, siempre y cuando
hubiera anunciado al día siguiente un plan para reorientar el trabajo de
Navantia en particular y de las empresas armamentísticas españolas en general.
No lo hizo el PSOE
y no lo hizo con la determinación que debía Podemos. Es de destacar la valentía
de Pablo Iglesias que, al menos, pidió a Sánchez la suspensión de la venta. Sin
embargo, se notó demasiado que el tema resultaba incómodo para una formación
morada en la que el alcalde de Cádiz ejercía como el clásico político
pragmático. Esto no debería ser así, pero ya que lo es… vendamos las bombas que
tengamos que vender para que siga habiendo trabajo, vino a decirnos José María
González.
Nos lo cuenten como
nos lo cuenten hemos vuelto a vender nuestra alma al diablo. Teníamos que
elegir entre empleos o colaborar en crímenes de guerra y optamos por lo
primero. Por mucho que nos queramos autoengañar, lo hicimos conscientemente,
sabiendo que esas cuatrocientas bombas serían utilizadas por una dictadura para
asesinar a hombres, mujeres y niños inocentes.
Si las cosas tienen
que ser así, porque así es la Realpolitik y todo lo demás es “buenismo”,
nuestro mundo democrático tiene los pies de barro mezclado con estiércol. ¿Con
qué autoridad defenderemos la libertad si basta un puñado, aunque sea grande,
de dólares para que permitimos que la pisoteen? ¿Con qué legitimidad
perseguiremos a las mafias que trafican con drogas o armas si nosotros
comerciamos con dictaduras sangrientas que incumplen la legalidad
internacional?¿Cómo podremos defender la vida si negociamos con la muerte?
Si las cosas tienen
que ser así y lo único que importa es mantener nuestros puestos de trabajo
dejemos de pedir responsabilidades a los demás. No protestemos si un periodista
miente en sus crónicas; lo hará para evitar que le despidan. No critiquemos al
policía que golpea con saña a los manifestantes; lo hará para poder llevar el
pan a sus hijos. No nos indignemos porque un juez sea más flexible con los
poderosos a la hora de interpretar la ley; lo hará para no echar por tierra su
carrera profesional. No censuremos al racista; lo hará para que los extranjeros
no le quiten su puesto de trabajo.
Seguro que todos,
yo también, tenemos un Navantia particular en nuestroscurrículum vitae. Por
eso, aunque sea duro, es necesario que nos hagamos todas estas preguntas y
muchas más para, al menos, ser conscientes de que estamos pactando con el
diablo.
https://www.eldiario.es/zonacritica/Navantia-Arabia-Saudi-Pactar-diablo_6_821427872.html
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