JM AIZPURUA
Un Estado no puede
ser “social”, como se pretendió el español de 1978, cuando mantiene en su seno
asombrosas listas de espera, viudas de pensionista con 400 €, parados de larguísima
duración, parados fuera de estadística por desesperación, y un paro endémico de
3 millones de ciudadanos.
Educación, sanidad
y trabajo son los pilares de “lo social” y el Estado español es un fraude en
todos ellos.
La educación es
discriminante y con grandes abismos entre la pública y la privada. El que tiene
recursos familiares para pagarse la privada sale en condiciones ventajosas de
empleo sobre los educados en la pública. ¡Y le regalan los Masters!
La sanidad está
tendiendo a la privatización y desmereciendo la pública a la que los recortes
están laminando y devaluando y en Canarias es penosa.
El trabajo, base de
la supervivencia social, se ha convertido en escaso y mal pagado, además de con
la nueva lacra social de precario. Ningún joven fuera de la casta puede hoy día
plantearse su futuro con dignidad y estabilidad, si no es partiendo al exilio
laboral. Camarero, futbolista, o famoso de TV, son los nichos de trabajo que
presenta el Sistema español, para el que no hereda un lugar estable.
¿Y como es posible
que haya conservadores para este Estado? Y además patriotas orgullosos. ¿De qué;
de Isabel la católica? Estar orgulloso de este Estado es de un cinismo de casta
que ignora la existencia de conciudadanos a los que el Sistema78 arroja al
precariado y a la marginación y a la juventud sin recursos familiares al más
negro panorama de futuro.
Hay responsables
eternos de esta situación, en la casta, y nuevos responsables en el
bipartidismo lacayo de los Lobys, que consistieron en la devaluación industrial
de Euzkadi y Cataluña, para contentar a los amos UE que veían una futura competencia
en Europa con precios muy competitivos. Eran regiones europeas con
posibilidades de exportación e incluso con potencia para la fabricación de
automóviles, pero el designio germano era que se quedasen en meros montadores
de sus productos.
Se dieron fondos
europeos sin control y la suerte para un Estado español de segunda quedó echada
y para desgracia canaria, a ella le adjudicaron la cola.
Un demencial
sistema de cargos políticos que convirtió a la provincia castellana Santander
en la Cantabria Infinita y así en las 17, insostenible económicamente y bomba
de relojería competencial que ya comienza hoy con un Aragón “nacionalidad
histórica”, que en poco tiempo dejará a España para vestir santos y todas serán
nacionalidades históricas con la cuchara preparada para asaltar la olla común.
El siglo XIX y el
XX comenzaron con una peninsularidad cuestionada y un ultramar quimérico, pero
el XXI comienza agravado con los mismos males, que ya no pueden ser
considerados coyunturales si no la más pura esencia de la españolidad
inexistente. No hay una posibilidad de Estado unitario. Nada une a todos; ni
historia, ni himno, ni bandera.
La diversidad, de
origen, religión, visión histórica, propuesta de futuro, nacionalidad, procedencia
social, es una característica esencial del siempre inconcluso Estado español y
por tanto los “unionistas”, los españolistas recalcitrantes, están invalidados
para marcar el rumbo del futuro. Su esencial visión “social” de pobres y ricos
es incompatible con el progreso humano del siglo XXI y eso rompe un Estado.
El Estado social
pudiera ser un comodín donde encontrarse los diferentes, pero el actual Estado
es un pozo de corrupción y de cínico enfoque de presupuestos que año a año
mantienen a un tercio de la población en la marginación y con la subvención
mendicante como única alternativa.
Ancianos, niños,
dependientes, parados, no tienen garantías en el que llamaron en 1978 Estado
social, y en 2018 se ha convertido en la tumba de la esperanza de su redención
social.
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