JM AIZPURUA
Una más de las
consignas guerra-civilistas de la casta hispana borbónica, está siendo el
calificativo de “indepes” que vienen a ser los “rojo-separatistas” del
caudillo.
Es preciso parar
los pies de esos falsos “constitucionalistas” que muchos fueron contrarios a
ella en el 78, y denunciar que los “indepes” somos los auténticos constitucionalistas,
y que no queremos romper nada sino organizar mejor respetando la Democracia.
Dios no puso las rayas en los mapas y somos conscientes que es a nosotros, los
humanos, a los que corresponde fijar nuestros ámbitos territoriales.
Los supremacistas
castellanos, en su versión casta nobiliaria de aristocracia oligárquica, llevan
siglos poniendo rayas por todos lados y llamando “provincias” a todo lo que se
menea. ¡Basta ya! No tienen vergüenza en salir corriendo de la españolísima
provincia de Sahara español y dejar a sus hermanos con el DNI en la boca para
caer en el dominio marroquí. ¿Patriotas? ¿Gibraltar español? ¡Farsantes!
Los de pocas
neuronas, mayoritarios por la educación fascista y la moderna constitucionalista,
creen sin cuestión que los reyes magos no son los padres y luego ya son terreno
abonado para creerse que viven en una Nación de 500 años y unos malvados vienen
a romperla. Antes eran los comunistas y ahora son los “indepes”. ¡Vaya bola,
Mariano!
Los
independentistas, son la ciudadanía que, enamorados de su tierra ven como el
supremacismo castellano la desprecia, la intenta asimilar, la coloniza, la
niega y la reduce a una región de una “nación suya” que siglo a siglo van
inventándose. Harto ya de no encontrar acomodo y reconocimiento, el
independentista llega a la conclusión que solamente en un Estado propio podrá
lograr el progreso y la dignidad de su nación y sus gentes.
Para combatir esta
posición política, los Estados de la Tierra emplean la cesión negociadora y la exposición
de las ventajas sinérgicas de la “unión” en sus formas federales o
confederales.
Pero la casta
hispano-cavernícola, unionista por decreto, emplea las FyCdSdE; palo sin
zanahoria e incluso utiliza al Ejercito como garante de una misión
constitucional unionista. Tras dos siglos de intentos fallidos, hoy el nuevo Reino
de España 78, no tiene una razón de peso para oponer a los independentistas
distinta de la fuerza.
1978 es el
trepecientos intento de mantener los restos del Imperio español vencido dentro
de una entidad política estatal. Pero en el intento se cometieron y cometen los
mismos errores que llevaron a que la noche cayera en el Imperio donde no se
ponía el sol.
Una Castilla
Imperial, supremacista por el poder del oro robado en sus dominios de Ultramar,
impone su visión corta y cavernícola entre sus súbditos “provincianos” donde
era igual un filipino que un cubano o un canario: todas provincias de ultramar.
La toxicidad de su catecismo gestor la llevó a estar siglos en América sin
hacer otra cosa que robar aplicando su paradigma imperial-papal y en cuanto son
desalojados de ella, en sus mismos terrenos surgen los EE. UU. que demuestran
la inoperancia e incapacidad del método gestor hispano-castellano y en pocos
años construyen el nuevo gran Imperio.
Grandes españoles
pensantes ya en 1900 cayeron en la cuenta del error histórico del españolismo
monárquico bipartidista donde una casta económica se escondía gozando de
privilegios anacrónicos e impidiendo el progreso intelectual y económico del
Estado que en el resto de Europa progresaban en bienestar y derechos ciudadanos.
Y hoy seguimos con
el “invento”. Solo la fuerza bruta sirvió a la casta para mantenerse en el
poder y cuando tuvo que recurrir al Golpe de Estado lo hizo en el 36 y no tiene
reparos en volver a hacerlo con el 155 que es una enmienda a la totalidad
constitucional, algo impropio de una democracia en un Estado Autonómico.
Un nuevo Estado es
la solución al agotamiento del improvisado posfranquista 78. El “café para
todos” es la peor idea constitucional y debe remediarse de inmediato, aunque no
es el territorial el mayor problema hispano. Lo es la falta de tejido económico
para soportar su población de forma digna e igual al resto de europeos.
El cómo llamar a la
actual foralidad antiguo Reino de Pamplona, a Cataluña, a Galicia, es una
cuestión semántica que dadas sus condiciones de naciones no ofrece grandes
debates. Cuestión aparte es su derecho de autodeterminación, muy cuestionable (salvo
en Canarias con reconocimiento de la ONU) si el nuevo Estado fuera sinérgico e incluyente,
pero imprescindible si continúa con su eterno paradigma nacional-católico. La
luz del debate debe ser la plurinacionalidad del Estado. No somos lo mismo (ni
mejor ni peor: diferentes) y por tanto distintas deben ser las soluciones político-territoriales,
sin que por ello haya una imposible unión estatal y europea; si son sinérgicas.
Es posible hacer un
Estado moderno para el siglo XXI y los que no lo dejan no son los patriotas
españoles: son los conservaduros de siempre que engañan a los simples ignorantes
y compran a los listos corruptos.
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