domingo, 28 de octubre de 2018

NO NOS DA LA GANA PERDONAR


NO NOS DA LA GANA PERDONAR
JUAN CARLOS ESCUDIER
Pedir perdón se ha puesto de moda hasta un punto estomagante y lo que debería ser un ejercicio de humildad y contrición pública se ha transformado en un convencionalismo similar a ceder el asiento en el autobús al jubilado del bastón. Metafóricamente hablando, se nos han postrado de hinojos el Papa por los abusos sexuales de los curas, el Rey por matar elefantes y hasta Rafael Hernando por pasarse cuatro pueblos con las víctimas del franquismo. Nos pide indulgencia Renfe por sus averías, Facebook por hacer una almoneda de nuestros datos personales y la mismísima Aitana de Operación Triunfo por sus gallos en el escenario. Tantos son y tan a diario que el indicador de nuestra clemencia está ya en la reserva.

Los últimos en sumarse a esta larga lista de peticionarios de misericordia han sido Rodrigo Rato y el presidente del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes. El primero lo hacía antes de entrar en la cárcel  con un mensaje dirigido a la sociedad en su conjunto y a los afectados y decepcionados por sus errores, que han consistido esencialmente en llevárselo crudo y en carretilla. El magistrado, por la gestión de la sentencia del impuesto de las hipotecas que, según dijo, ha provocado desconfianza hacia el Supremo, y que, a ojos de la ciudadanía, se ha convertido en una sucursal de banco en la que los empleados visten negras togas de raso mientras vigilan la caja fuerte.

No es momento de ponerse filosófico y explicar aquí las diferencias entre perdón y arrepentimiento, que ya decía Gustavo Bueno que implica no reconocer como propios los actos de uno mismo y que sólo es coherente cuando conduce al suicidio. Es decir, que sería exagerado pedirle a Rato que haga un Blesa o a Lesmes que se siente en un estrado conectado a un enchufe.

Los japoneses, tan rituales ellos, han encontrado una fórmula física para pedir perdón mediante la inclinación del cuerpo. Si se trata de un pequeño error basta con desplazar el tronco hacia delante 25 grados, pero si la falta implica un gran quebranto económico o daños personales, el implicado ha de ejecutar un ángulo recto perfecto durante varios segundos. Aquí hemos visto casos que exigirían un contorsionismo radical, sólo posible con una bisagra de armario colocada en el ombligo.

Empezamos a estar hasta el gorro de estas estériles retractaciones que nadie cree sinceras. El perdón es cosa de los dioses, que pueden permitírselo, especialmente el de los cristianos que desde el séptimo día de la creación lleva mano sobre mano y debe aburrirse bastante. Reservamos la compasión para otras cosas más importantes. No sentimos pena sino vergüenza ante tipos que lo tenían todo y que creyeron irrompible el saco de su avaricia; ni debemos mostrar empatía hacia quienes desprestigian las instituciones y piden comprensión por los disparates de sus enchufados. Lo del perdón nos hizo gracia al principio por la falta de costumbre; ahora sólo nos produce hartazgo a varias alturas. No perdonamos por una razón muy simple: porque no nos da la gana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario