MI CANINO “CAPITÁN”.-
VIVENCIAS DE LA
INFANCIA.-*
Rafael ZAMORA MÉNDEZ
Por una de esas
conceptuales casualidades que a veces suelen presentársenos,esta misma mañana,
después de haber abierto mi “Computadora”, (popular denominación que se me ha
fijado desde la muy recordada estancia en hispoanoamérica, a lo que nosotros
comúnmente solemos conocer como “Ordenador”), lo primero que realizo, es
ponerme en contacto directo con nuestro BLOG, para estar al tanto de todo
cuanto acontece en el orbe entero.
Una vez realizada
tan agradable faena, me he entretenido leyendo otro acreditado periódico
nacional, en el que se nos recordaba la vieja y conmovedora historia del
impresionante perrito,”HACHIKO,” cuya insólita odisea, ya había traspasado por
completo los sobrehumanos linderos de la propia Historia.
Tal hecho, ha sido
capaz de traer a mi imaginación unos perdurables recuerdos infantiles que hoy,
deseo compartir con todos ustedes.
Querámoslo o no,
resulta ser apetecible la expectativa de poder disfrutar en las cercanías de
nuestros habitados hogares, con la fortuna de tener a nuestro lado, el inmenso
tesoro de unos buenos vecinos.
A unos breves pasos
de mi infantil habitáculo existía una modesta Pensión, “PRIMAVERA”,asiduamente
visitada por ciertas clases de gentes que en ella solían encontrar un factible
económico hospedaje, en el que el ambiente familiar prevalecía como el único y
más característico de sus pincelados detalles.
Positivo símbolo de
buena recepción, a la entrada de la misma, un arcaico loro, garbosamente
apostado en una enorme argolla de enmohecido hierro, hacía las disonantes veces
de experto timbre o acústica señal, emitiendo guturales retumbos ambiguos,
entre lo que se atrevía a mezclar alguna que otra destemplada imprecación de
subida jerigonza callejera.
En la azotea de la
tal contigua mansión, junto a los hijos de los propietarios, un atestado grupo
de vivarachos compañeros intentábamos divertirnos bastante jugando a todos los
oficios conocidos habidos y por haber, hasta llegar a creernos ser los más
virtuosos comediantes, amos y señores de las deslumbrantes candilejas
escénicas.
Especialmente, para
esto último, sobre un extendido cordel, de lado a lado, desplegábamos unas
viejas sábanas o arrinconados cortinajes que sirviéndonos de telón, al
separase... reproducíamos muchas de las graciosas bufonadas, imitando a las
numerosas que ya habíamos presenciado bajo las anchurosas carpas de los
ambulantes Circos que por aquella vetusta etapa, iniciaban su bulliciosa
aparición, con el gran “TOTI”, a la cabeza, primorosamente acompañado por los
arriesgados Hermanos Segura y la inimitable perla de su propio corazón, PINITO
DEL ORO.
Otro de nuestros
desenvueltos apegos, casi fundamentales y con señalada preferencia, muy por
encima de todos los demás, fue el de la exaltada fiebre colectiva que
exageradamente concebíamos por aquel visionado cinematógrafo de la inolvidable
época.
Portando una
escueta linterna de elíptico enfoque, aprovechábamos la blanca pared del
dilatado zaguán, valiéndonos de ella como pantalla para proyectar sobre la
misma recortadas cartulinas, remedando sombríos signos sensoriales con los que,
megáfono de cartón en ristre o un prolongado embudo metálico, narrábamos
concebidas chirigotas, historietas de novelescos amoríos o de supuestos eventos
últimamente de boca en boca, acaecidos.
Una buena tarde,
decidimos irnos en busca del lejano litoral, en aquella distante etapa, a
escasos kilómetros del hogar, ahora modernamente, convertido en inmensas moles
urbanísticas de acerado cemento, con unas dantescas metrópolis edificadas,
merced a todos las muchas y despojadas violaciones infringidas al dilatado mar.
Agazapado en un
aislado rincón de aquella empedrada marea, nos tropezamos con un afligido
perrito blanco, trémulo, extenuado, errante, casi... moribundo, amargamente
suplicante y básicamente desnutrido.
Su enclenque
organismo estaba cubierto de sangrantes contusiones; trajinando recurrente, con
los ojos vidriosos como queriéndonos solicitar la más perentoria y compasiva
asistencia, tal vez...inconsolable, por el cruel abandono de unos desalmados
protectores que sin humana compasión, a tan perversa inmolación le habían
condenado.
Decidimos cobijarle,
curarle, a toda costa, sostenerle, consiguiendo así que, gracias a nuestros
cariñosos mimos o esmeradas atenciones, llegara a convertirse en un simpático
fiel animal de risueña compañía y relajante distracción.
¡Todo un recreativo
espectáculo, celebrando sus ágiles brincos de algazara cada vez que el
agradecido cachorrillo, viento en popa, ladrando felizmente, haciendo
oscilantes caracolas con el rabo, se aproximaba gozoso hasta llegar a dar con
cada uno de nosotros!
Fue “renacido” con
el castrense nombre de “CAPITÁN” y, a estas alturas todavía, su leal evocación,
ha sido capaz de transportarnos hasta las triviales andanzas de un pasado
lamentablemente, ya desvanecido entre los obligados antojos del inexorable
Tiempo.
¡Cómo y de qué
manera, este, nuestro particular “HACHIKO”, nos supo acompañar en la barahúnda
de aquellos aniñados y memorables esparcimientos!
AMIGOS: ¡El
prodigio de haber existido en una dorada época en la que a los propios dogos se
les solían atar con regaladas longanizas, y en la que los valiosos duros de
añorada plata, rodaban de mano en mano, como pretendiendo sufragarnos los
firmes propósitos de que algún día, nuestras pueriles quimeras de niño,
llegarían a convertirse con el pago de unas muy halagüeñas y felices
realidades!
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