CASADO Y RIVERA DISPUTAN EL ‘FALANGITO DE ORO’
ANÍBAL MALVAR
El nuevo Partido
Popular de Pablo Casado, siempre a galope en busca de batallas, acaba de
proponer la ilegalización de los partidos independentistas para solucionar el
conflicto catalán. Ya nos advirtió Pablo Iglesias de que no íbamos a tardar en
echar de menos a Mariano Rajoy. El pobre Albert Rivera, clonado a traición, va
a tener que esforzar la neurona para superar el envite, salvo que proponga
enterrar a Francisco Franco donde la Sagrada Familia de Gaudí.
Desde su fundación
en 1977 con inflamados vítores a nuestro dictador preferido, el PP (entonces
AP) no ha dejado nunca de segregar testiculina sobre la piel de toro (hasta en
eso somos bestias: hemos tenido que desollar un toro para tener un mapa). El
fundador Manuel Fraga era un fascista al que le cabía el Estado en los cojones,
parafraseando el viejo y mentiroso adagio que mantenía que le cabía en la
cabeza. José María Aznar bombardeó Irak con sus cojones, de ahí la
proliferación de tantos iraquíes bigotudos. Mariano Rajoy, más perezoso,
entregó sus cojones a Soraya Sáenz de Santamaría para que los lanzara, como
sobre bolos, contra el estado del bienestar y Catalunya. Y ahora Pablo Casado
sí nos acredita, con pruebas, que cursó más de un máster en ciencias cojónicas,
con su propuesta delirante y guerracivilera de ilegalizar partidos (no
olvidemos que antes, y al menos en dos ocasiones, abogó por destruir el espacio
Schengen: o sea, por abolir Europa, esos judeomasones que no nos entregan decapitado
a Carles Puigdemont).
En estos tiempos de
necesaria delicadeza feminista, a este humilde escriba le da un poco de pudor
insistir tanto en el gonádico símil. Pero es que estamos rodeados de
testostero-cromañones políticos. Y es contagioso. Como se demostró en las
actitudes de algunos independentistas en las algaradas de este primero de
octubre.
Es peligroso
confundir algarada social con violencia, como pretenden los muchachos del PP y
sus espejos ciudadanos. Con esas escrotales simplificaciones, en la España
transicional y posterior se hubiera tenido que prohibir todo movimiento
sindical o político, las huelgas, los escraches y a la PAH, y hasta los equipos
de fútbol masculinos, pues de todos es sabido que durante años han fomentado y
alimentado económicamente a sus salvajes barras bravas. El fútbol ha dejado más
muertos en esta democracia que el independentismo catalán, mi judicialmente
masterizado líder pepero. Pero eso, ante tus votantes, tu escrotal pensamiento
anti-violencia lo debe de callar.
Ya he escrito más
de una vez que la mayor victoria de ETA sobre los demócratas fue esa ley de
partidos que ahora se invoca de nuevo. Ilegalizar unas siglas siempre fue, es y
será un violento atentado contra la democracia. Falange Española no ha sido ilegalizada,
a pesar de que en su acta fundacional se dicen lindezas como las que siguen:
“Si nuestros objetivos han de lograrse en algún caso por la violencia, no nos
detengamos ante la violencia. / No hay más dialéctica admisible que la
dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia y a la
Patria”. Quizá me venza la ignorancia, pero no recuerdo que nunca Falange haya
renegado de aquellos principios. Y continúa siendo legal.
Siguiendo con
Falange, en aquellos inaugurales escritos de José Antonio Primo de Rivera
también se leía: “Que desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido
nunca miembro de un partido político”.
Como sigamos así,
Casado le va a terminar arrebatando a Rivera incluso el cariñoso mote de
falangito, que tan bellamente lo adornaba antes de la pérfida clonación.
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