EL YUGO Y LAS FLECHAS
DE LA DERECHA
JUAN CARLOS ESCUDIER
La derecha española
ha sido avisada por algunos de sus más relevantes condotieros de que la
exhumación de Franco prevista por el Gobierno es una trampa para que el
personal confirme que el PP es el heredero de la dictadura y que en su ADN
predominan genes bajitos, con voz atiplada y poco democráticos. El aviso se ha
extendido a Ciudadanos, por eso de que a los clones les pasa lo mismo que a las
monas que se visten de seda, aunque la seda sea de color naranja. Ni unos ni
otros parecen haber hecho mucho caso al consejo.
Parten estos
áulicos consejeros de que no existe relación alguna entre la derecha actual y
el viejo franquismo salvo en la mente calenturienta del rojerío y que, en
consecuencia, el plan de remover la pesada lápida del Valle de los Caídos y trasladar
a otro lugar la momia que yace debajo es una argucia para establecer un nexo
ficticio entre sus líderes y el antiguo régimen, un burdo truco, una colosal
infamia.
La premisa contiene
el error de considerar que el franquismo se extinguió en el cataclismo
lacrimógeno de Arias Navarro en televisión, cuando lo cierto es que su legado
fue mucho más que sociológico. Hubo continuismo desde la jefatura del Estado al
último negociado ministerial y franquistas ‘presentes’ durante décadas en cada
estamento, desde la Judicatura a la Policía y desde el Ejército –cuyos
supervivientes siguen firmando hoy manifiestos de desagravio al dictador- a la
política. No es casualidad que Alianza Popular fuera fundada por un exministro
franquista ni que treinta años después un tal Mayor Oreja definiera la etapa
más negra de la historia reciente de España como un período de extraordinaria
placidez.
Así pues, ni el
franquismo se esfumó de repente ni la derecha democrática nació por generación
espontánea aunque el empeño por ocultar sus orígenes haya sido constante.
Perviven en ella raíces franquistas junto a un conservadurismo decimonónico que
entendía la democracia como la antesala del caos, se oponía a la modernidad y
trataba de conjurarla con un sistema electoral corrupto que tan bien manejó
Cánovas del Castillo. Tras el fracaso de Maura y su revolución conservadora, la
derecha se alió con la dictadura de Primo de Rivera, se mantuvo en pie de
guerra contra la República y alentó la sublevación franquista, siempre en
guardia contra cualquier avance en derechos sociales. Esa es su historia.
También es la razón
por la que sólo en un ocasión se ha hecho desde sus filas una condena explícita
del franquismo, en un obligado y penoso lavado de cara que no pudo eliminar
tanto hollín acumulado. En esa resistencia a abjurar del pasado hay, sin duda,
un componente electoral pero también una cuestión de principios. En sus
llamadas constantes a mirar al futuro y no reabrir heridas sobrevive su pecado
original.
Puede que la
exhumación de Franco sea una gigantesca campaña de propaganda de la izquierda y
una manera de apuntalar la inmensa minoría parlamentaria del Gobierno pero
también debería ser una oportunidad para que la derecha entierre
definitivamente sus fantasmas. Nada cambiará hasta que no entienda que los
huesos que permanecen en las cunetas y los ejecutados de manera injusta y
sumarísima por un régimen asesino no son sólo los muertos de una parte sino los
de todos.
Asumir esa memoria
histórica y colectiva es incompatible con la indiferencia ante la glorificación
póstuma del dictador y con los subterfugios para oponerse al traslado por
decreto de sus restos con el argumento de que no hay urgencia que lo
justifique. Va siendo hora de que la derecha se libre de su yugo. Y de sus
flechas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario