CHISTES DE GITANOS
DAVID TORRES
Al cómico Rober
Bodegas lo han amenazado de muerte por hacer chistes de gitanos y el tono de
las amenazas ha llegado a tal punto que el pobre hombre ha pedido disculpas, ha
retirado el video de la plataforma donde estaba ubicado y se ha comido los
chistes con patatas. El problema del humor -creo que ya lo he repetido muchas
veces- es que siempre va a ofender a alguien, y cuando ese alguien, además,
simboliza a una etnia oprimida y estigmatizada durante siglos, la cosa se
calienta mucho. Habrá que recordar aquella comedia genial de Lubitsch, To Be Or
Not To Be, donde sonaban carcajadas a diestra y siniestra, capaces de ofender a
cualquiera, y no se quedaban atrás las que ridiculizaban -¡en plena Segunda
Guerra Mundial y en mitad del Holocausto!- el destino de los polacos y del pueblo
judío. Por ejemplo, cuando el actor Josef Tura, disfrazado de nazi, le pregunta
al coronel Erhrardt, de la Gestapo, si ha visto actuar al gran actor Josef
Tura, Erhartdt responde: “Sí, hace con Hamlet lo que estamos haciendo nosotros
con Polonia”. Y cuando más adelante alguien le pregunta a Erhardt por qué lo
llaman “Campo de concentración Erhardt”, él explica: “Bueno, nosotros ponemos
los campos y ellos se concentran”.
Es verdad que la
distancia que va de Lubtitsch a Bodegas es enorme, no sólo en el plano
humorístico sino también en la época que le ha tocado vivir. Son malos tiempos
para el humor negro y hoy día difícilmente se toleraría una sátira tan
descarnada como la de To Be Or Not To Be. Incluso en 1961 Billy Wilder tuvo
serios problemas con la recepción de una obra maestra de la talla de Uno, dos,
tres, por culpa de que, a poco de estrenarse en los cines, se levantó el Muro
de Berlín y aquellos chistes sobre alemanes que cambiaban del comunismo al
capitalismo a la velocidad de los parlamentos de James Cagney de repente, ante
los cadáveres calientes de quienes habían intentado escapar de Berlín oriental,
dejaron de tener gracia. “La próxima vez” le escribió una señora ofendidísima a
Wilder, “espero que haga usted una comedia sobre el cáncer de pulmón”.
Probablemente a esa buena mujer le parecía mucho más graciosa la invasión de
Polonia.
Bodegas ha pedido
perdón no por contar chistes malos (que lo son, y eso si que no tiene perdón ni
defensa alguna) sino por la repentina turba de biempensantes que ha pedido su
cabeza. En el imaginario colectivo español aun pesa aquel comienzo terrorífico
de La gitanilla: “Parece que los gitanos y gitanas (nótese la modernidad de
Cervantes) solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres
ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con
ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana de hurtar y el
hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la
muerte”.
Poco importa
recordar aquí que Cervantes escribía esto a finales del siglo XVI, más o menos
por la misma época en que Shakespeare elevaba el antisemitismo a las cumbres
más altas de la lírica con El mercader de Venecia. Han pasado cuatro centurias
y esta clase de comentarios nos resultan intolerables, aunque es verdad que
hasta ayer mismo nos reíamos a mandíbula libre con los chistes de gitanos y
guardias civiles, más que nada porque los guardias civiles y los gitanos de
esos chistes eran bastante similares a los que pueblan los romances de Federico
García Lorca. El humor, aunque sea basto y zafio, siempre pone el dedo en la
llaga sobre una injusticia brutal, ya sea el racismo, el femenicidio, la
pederastia o el desamparo de un tetrapléjico. Pero el humor -el buen humor, se
entiende- nunca es racista, ni machista, ni pederasta, ni ninguna otra cosa,
sino que precisamente está para sacar a la luz esos trapos sucios de la
sociedad que la sociedad, especialmente la sociedad biempensante, prefiere
seguir manteniendo bajo la alfombra. Un chiste incómodo nos revela verdades
incómodas sobre nosotros mismos y sobre el mundo en que vivimos. Pero lo que
debería ofendernos es que, a día de hoy, todavía pese sobre los gitanos el
sambenito de la vagancia y el latrocinio, que los retraten como mamarrachos en
realities de mierda al estilo de Los Gipsy Kings y que haya empresas que se
niegan a contratar gitanos por el simple hecho de ser gitanos. He ahí varios
chistes de la más rabiosa actualidad que no tienen la menor gracia. Lástima que
perdiéramos aquel texto de la Poética de Aristóteles en el que hablaba de la
catarsis implícita en las carcajadas y el mecanismo secreto de la comedia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario