INTERNET Y LAS REDES SOCIALES TE ROBAN LOS DERECHOS
JOAQUIM BOSCH
La revolución
digital ha originado relevantes transformaciones sociales. Todo lo virtual
suele valorarse de manera positiva y como un signo de modernidad que nos aporta
progreso, prosperidad y comodidades. Sin embargo, una mirada más atenta nos
puede mostrar que las luces placenteras de la red también van acompañadas de
numerosas sombras, entre ellas en materia de derechos.
Internet ha
generado monopolios globales muy poderosos, que se han convertido en
impresionantes fábricas de datos de dimensiones desconocidas hasta ahora.
Google, Amazon y las redes sociales lo saben todo sobre nosotros. Su ingente
negocio consiste en gran parte en mercadear con dicha información. Cada paso que
damos en el territorio virtual queda almacenado. Y estos datos, que integran
nuestra privacidad más esencial, se suministran embalados a terceros sin ningún
tipo de control, ni análisis sobre los conflictos de derechos existentes.
Diversos organismos han expresado que las condiciones de uso sobre cesión de
datos serían abusivas, al ser confusas, no negociadas y contrarias a las normas
europeas.
La información
es poder. Y aquí no se limita al ámbito empresarial. Cualquier estado podría
acceder a la información que afecta a cada ciudadano en relación con su derecho
a la intimidad: a su forma de ser, a su ideología o a los lugares que ha
visitado, siempre bajo la ilusión de que nuestros perfiles virtuales son
realmente nuestros. De hecho, siguen sin desvelarse aún las relaciones de
Facebook con los servicios de inteligencia estadounidenses. Y, como en los
peores presagios de Orwell, se trataría de un control peculiar en el que todos
aportamos nuestros datos a un potencial sistema de vigilancia digital que puede
llegar casi a leer nuestros pensamientos.
Por otro lado,
el universo virtual está alterando sensiblemente el paisaje económico. Como
señala Andrew Keen, cuando Facebook compró Instagram en 2012 por mil millones
de dólares, esta última empresa solo contaba con 13 empleados a jornada
completa; al mismo tiempo, Kodak estaba cerrando decenas de fábricas,
desmantelando cientos de laboratorios y despidiendo a miles de trabajadores en
todo el mundo. Amazon nos facilita la adquisición de cualquier producto, con un
sistema que se sustenta en gran parte en la precariedad laboral de su
plantilla; y, de forma correlativa, la consecuencia es la desaparición
progresiva de pequeños y medianos comercios.
Muchos otros
ejemplos similares nos indican que, si no se aplican regulaciones estatales,
nos encaminamos hacia unas estructuras sociales en las que nos convertiremos a
la vez en consumidores activos y en ciudadanos precarios, en una sociedad con
menores derechos laborales. Y con más elevados beneficios empresariales que se
concentran en cada vez menos personas.
Los
instrumentos virtuales también han allanado la globalización económica, al
reforzar la deslocalización de empresas hacia los países del Tercer Mundo, en
condiciones en las que la explotación laboral posibilita la obtención de
dividendos muy superiores. De hecho, en las últimas décadas se han alcanzado
las mayores desigualdades sociales de la historia en todo el planeta. Y no
parece que la realidad virtual haya favorecido una distribución más igualitaria
de la riqueza, en contra de lo que algunos anunciaban.
Las redes
sociales se han convertido en espacios singulares de titularidad privada y de
uso público masivo. Y aplican restricciones a la libertad de expresión que no
son acordadas por jueces, en el ámbito de un proceso, sino por los gestores de
la empresa, con criterios nada claros, relativos a la moralidad, a prejuicios
poco justificados o a visiones ideológicas sesgadas. Y la combinación del uso
de datos privados con la posibilidad de influenciar a multitudes han permitido
a Facebook llevar a cabo experimentos para modificar la percepción social de
las personas sobre asuntos concretos. De hecho, un riesgo inquietante de la
configuración de las redes es que pueden conseguir que las masas sociales sean
vigiladas, controladas y manejadas desde dentro, como advierte Byung-Chul Han.
Asimismo,
resulta indudable que las tecnologías de la comunicación han facilitado la
aproximación de las personas y la más amplia propagación de contenidos. Pero no
puede obviarse el carácter a menudo superficial de estas conexiones personales.
Al mismo tiempo, han causado nuevas formas de soledad. Y han engendrado
fenómenos como el selfiecentrismo, el entretenimiento compulsivo o el exceso de
información que acaba desembocando en deformación.
Zygmunt Bauman
nos explicó sabiamente que en las redes el hilo moral con el que se tejen los
vínculos humanos es cada vez más frágil y sus texturas se descosen. La difusión
responsable de la verdad también se ha ido descosiendo: como apunta críticamente
la directora de 'The Guardian', Katharine Viner, el diseño de las redes
sociales está otorgando un enorme protagonismo al periodismo basura y a la
viralización a cualquier precio.
Las plataformas
virtuales han vertebrado novedosos cauces de participación democrática. Y, como
analizó Manuel Castells en su libro 'Redes de indignación y esperanza', las
tecnologías de la comunicación han resultado esenciales para bastantes
movimientos cívicos en los más diversos países. Sin embargo, aunque deben reconocerse
estas herramientas democráticas, parecen muy visibles las dificultades de
articular en las redes un discurso colectivo estable, basado en la reflexión
común, a causa de su inmediatez, de la volatilidad de sus debates y de las
limitaciones inherentes a su formato.
No se pretende
negar aquí lo positivo que ha traído Internet. Ni minusvalorar las mejoras en
la difusión de la información, en las relaciones personales, en las
transacciones mercantiles, en el consumo más favorable o en el acceso a medios
de comunicación alternativos a los tradicionales. Quien escribe estas líneas es
usuario habitual de Internet y de las redes sociales. No obstante, sería
oportuno examinar la dirección que está adoptando la revolución digital.
También la revolución industrial pudo haberse desarrollado en el pasado de
maneras muy distintas. Las sociedades democráticas y los poderes públicos, a
través de regulaciones efectivas, deberían adoptar medidas para garantizar que
no se privaticen nuestros derechos. Y para que las nuevas formas de riqueza
vinculadas al mundo virtual no generen más precariedad, desigualdad e
injusticias sociales.
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