LOS CABIZBAJOS
ROSA MARÍA ARTAL

Un
modelo estético tan rotundo no es casual. Responde, como casi todos, a hábitos
que van cambiando, a necesidades, aspiraciones, incluso a la actitud ante la
vida. La reacción a factores externos cuenta y mucho en los cambios
morfológicos de cualquier especie también. No es descubrir nada nuevo, los
humanos se pusieron de pie porque les venía mejor que andar a cuatro patas como
muchos de sus colegas mamíferos. Disponer de las extremidades superiores para
múltiples usos o poder otear el horizonte desde mayor altura condicionaron,
entre otros factores, esa evolución. Y fue un gran avance. Resultó que las
manos servían para acarrear objetos, para fabricar y modelar, para estampar la
creatividad o, como capacidad sublime, para acariciar.
Cada
época tiene su prototipo. Por poner un ejemplo, aquellos años en los que ser
realista consistía en pedir imposibles o surgía El País para consagrarse como
un periódico excelente y progresista, el modelo definitorio era sensual e
ingenuo, antibelicista y en busca del amor y la justicia. Los cambios se rigen
a menudo por el mecanismo del acordeón.
Nos
encontramos pues en los primeros estadios del Homo Cabizbajo. La inclinación
descendente de la testuz la asocia el diccionario a abatimiento, tristeza o
preocupación como causa. Y esos son sus principales sinónimos, además de
alicaído que le encaja gráficamente a la perfección.
En
realidad, la posición obedece solo al uso de estos instrumentos tecnológicos, a
su mayor comodidad. Y produce aislamiento del entorno sin duda, abstracción,
ensimismamiento. Por mucho que se wasapeé a distancia. O al lado mismo, en
grupos, tecleando en lugar de hablar. Es cierto que para leer libros o
periódicos también se pierde la verticalidad, aunque en ángulos menos forzados
y pocas veces se ha visto a multitudes, de la mañana a la noche, en todas
partes, ensimismados, al unísono como se
está ante las pantallas.
La
postura hace la actitud en gran medida. Y no deja de ser curioso que, así, esta
humanidad concentrada en la mirada hacia abajo esté alcanzando unos niveles de
sometimiento y sumisión incompatibles con la dignidad. Acepta quebrantos en sus
condiciones de vida, sus derechos, sus perspectivas de futuro, recortes que
matan y privilegios que envilecen, como no harían los seres conscientes,
racionales, las personas. Admitir que se impida una subida de pensiones de tan
solo un 1,2% (por decisión de PP y Ciudadanos en el Congreso) el mismo día que
el Gobierno anuncia el rescate de autopistas por 5.500 millones de euros,
escapa a la lógica.
Y
no exigir la derogación inmediata de La Ley Mordaza y la reforma del Código Penal, como hizo la ONU
hace ya tiempo, es estimar en muy poco la condición de ciudadano libre. Para sí
y para los demás. Se diría que en la práctica han convertido en delito lo que
es libertad de expresión, más o menos afortunada. Hay actitudes que podemos no
compartir, como romper fotos del Rey o insultar a la Reina entre otras muchas,
pero detenciones y cárcel por ello no ocurría hasta ahora en los países
democráticos. Se está convirtiendo en delirante la persecución judicial de
tuits mientras campan a sus anchas auténticos facinerosos.
Y
no acaba ahí. El nivel de insensibilidad colectiva hacia el daño ajeno se sitúa
ya a niveles de barbarie. Nunca imaginamos que se dejara morir a tanta gente,
niños, adultos, en el agua o en la tierra. Que se les abandonara hasta
condenarles a vagar en total desprotección, que se les encerrara incluso sin
haber cometido delito alguno. Que fueran utilizados a extremos que cuesta
definir por su crudeza. Es que la sociedad hoy mira a su ombligo haciendo creer
que lo hace a una pantalla.
El
Homo Cabizbajo mira para otro lado básicamente en las cuestiones fundamentales
que escapan a su egoísmo. Se aísla de los problemas de otros. Hasta de los
suyos, según se demuestra empíricamente. Engulle lo que le echen y canibaliza
su propia decencia al aceptar la corrupción, condena de propios y extraños.
Estamos hartos de "irregularidades", "casos aislados" y
subterfugios, del latrocinio asfixiante. Cada día, dentelladas a nuestra
entidad como pueblo, si hablamos de esa parte sistémica de una España
pervertida en robos, soborno, cohecho, mentiras, manipulaciones, prepotencia e
infinita desvergüenza, suciedad inconmensurable.
Pegarse
a pantallas en dirección descendente y oblicua no implica lógicamente ser ese
tipo de persona. Es una figura útil para señalar el repliegue y la derrota. Su
logo. La imagen de esas masas de humanos con la cabeza vencida sí la están
convirtiendo en el símbolo de nuestro
tiempo. El ser humano se levantó para ver más alto y más lejos y ahora se
encoge e inclina de nuevo hacia el suelo.
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