LA PALABRA DEVAGAR
Algo
así como una divagación lenta y sin detenciones excesivamente largas, que
impidan el apalancamiento creativo. Ya ocurrió tiempo atrás que la creación en
Canarias daba saltos y trompicones, apareciendo y desapareciendo, en palabras del
inolvidable Francisco Pimentel, como unos ojos del Guadiana.
Dicen
que en Latinoamérica no es así, que la cultura tiene marcha constante, una
velocidad de crucero. Todo lo contrario que a este lado del atlántico.
Quizá
por esa búsqueda del tiempo perdido que decía Proust, hay quienes se arrojan a
la pasión creativa, con decisión y empuje insospechado, viviendo el día a día
de poemas y rosas, de canciones y happenings, resultándoles todo una oportunidad para lanzar al aire su
incontenible energía como dardos de inquietud y necesidad que descomprimen un aliento insobornable ya y decisivo. Un
ansia de ruptura con los impuestos tempos de silencio.
No es
momento de considerar si hay o no una línea de continuidad o ruptura con las
creaciones del final del siglo ya pasado o de la primera década ya traspasada
del siglo XXI. En el caso que nos ocupa y tratando de ser preciso, me atrevería
a formular que se trata de un retorno irrevocable marcando una ruta, un norte,
que esperanzados deseamos que sea de innovación, fertilidad y que de respuesta
a cuantas inquietudes la sociedad demanda. Y si la sociedad da la espalda
también para eso hay que estar preparado. Vivir en soledad, a veces sin poder
compartir, sufrir las animadversión, el ostracismo. La historia de la literatura
así lo confirma. Adelantarse a una época se paga caro. La palabra devagar es el
pretexto para devanar la madeja que quedó atrás, sin continuidad, perdida en el
laberinto, metáfora que tanto gusta a este autor. Es la madeja del olvido de nombres y autores cruciales,
verdaderos impulsores del devenir literario de unas ínsulas alejadas en cierta
forma por fortuna, del declive y la decadencia y abiertas a otros horizontes
con los que Antonio Arroyo ha logrado conectarlas.
Rumania,
México, Chile o Argentina han tenido noticia de lo que se cuece en las Islas
Canarias, gracias a la paciencia y el buen hacer de escritores como él, que han
ido poniendo el acento en ese espacio común que la propia globalización
persiste en reservar a los grandes centros culturales «Kulturkreise».
El libro
trata de suplir la escasez de crítica de debe conllevar la buena línea de
editoriales que en el paroxismo de la edición podrían saturar el espectro
lector y hacerlo retirarse al limbo de los best sellers, ediciones escolares deleznables
y toda una ristra de novedades imposible de contrastar, degustar, exprimir y
valorar.
Cuando
dejé caer en sus manos el libro que con celo escribió Joaquín Rivero en los
cincuenta y que se negara a publicar el ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife,
sabía que Antonio Arroyo iba a reaccionar de una forma inteligente. La
literatura Canaria como acertadamente afirma el analista Amadou Ndoye, no
empieza con gaceta de arte, ni con el parnasianismo, ni con Tomás Morales, ni
con Fetasa, ni con la narrativa del boom, tampoco con la generación del
silencio, ni ahora con la llamada generación XXI. Es un continuum y como tal
zigzaguea como serpiente engullendo corrientes visibles, generaciones y nombres
solitarios. Algunos absorbidos para ser presentados en la península como monos
de feria, que luego serán enterrados en el olvido, otros abducidos, coronados y
más tarde relegados al silencio. Ya esa experiencia la padecieron poetas como
Verdugo o Alonso Quesada. Lo intentó nuestro amigo Juan José Delgado con su
idea de interacción con las regiones españolas. Pero nada de eso resultó.
Porque el escritor insular necesita sólo ser reconocido, leído y valorado por
su propio pueblo para ser universal.
Hoy se
abre un espacio diferente. Makaronesia, Norte de África, América, África
Occidental, Europa y la paciente labor de los que van en esa dirección más
temprano que tarde tendrán su recompensa si su pueblo los acompaña. Modelos
importados, reiteración de fórmulas. No hay modelos ni fórmulas que valgan, La literatura
universal está al alcance de cualquiera. No así el imaginario original hecho de
raíces, de alambiques históricos, de hablas y jergas que está en el epicentro
del trabajo creativo y tiene que aflorar y aflora ya en mucho de los nuestros. Inmerso en esa fronda Antonio Arroyo recrea
sus primeros pasos sobre los adoquines de su bella ciudad, sube a los alminares
de La Laguna, se desplaza a la tumba de Miguel Hernández en Orihuela. Vuelve a
Las Palmas, ciudad cosmopolita y de poetas que cantan al mar. Oye la música
Kabilia, llora con los vencidos de Santiago de Chile, escucha a los mapuches y
toma el mate en Buenos Aires. En México se solidariza con las mujeres de ciudad
Juárez. Y hoy regresa a Santa cruz la legendaria plaza que soñara conquistar
Sir Horace Nelson.
La urbe
inglesa también, donde se gestó el episodio de una modernidad insoslayable. Y se hace un silencio y se
escucha un eco de pasos en callejas y puentes, hasta que el mar de fondo traza
una luz azul oscuro y vuelve a oírse la música del puerto. Con la madrugada
sale de puntillas como un padre que colocara los reyes magos a sus hijos. A
cada uno un recuerdo imborrable, de su niñez, de su infancia, de su madurez, no
importa, no es un hurto, es encender la luz de los corazones que enmudecieron por
caprichosos designios y que el necesita que sigan irradiando calor y alumbrando
un sendero que llegue a Santa Bárbara, a la isla baja, a la Caldera, a los
pueblos recónditos de El Hierro. Caminos iluminados por la plata luna y oro
literario en los bolsillos. Poco importa que se lleve un noray en su maleta o
que amarre tu buey en las estrellas. Tampoco que se bañe con teresa en un
balneario o que vuelva a cometer el crimen de Espinosa. Un arroyo de palabras,
un naciente de luces y misterios se enrosca a un bailadero de brujas para sacar
a flote la oración inimaginable, la que irrumpe de otra boca certera y
durmiente. La bella frase de la desnuda poesía.
Aún a
sabiendas de que uno puede ser un aventurero de la palabra, de la poesía, ha
tenido la certeza natural de poder entender de primera mano los fenómenos de la
creación, de la improvisación. Eso que parece ser tanto cuesta a los teóricos,
a quienes no son actores, ni músicos o simplemente creadores. Y si este libro
trata de algo, es precisamente de librarse
de la pesada losa del racionalismo, del determinismo, para caer en
brazos de un azar liberador. En él coexisten como el propio autor revela en su
prólogo, la vida, el amor, el dolor o las anécdotas.
Eso sí,
el discurso precisa de unos puntos de referencia que aunque aleatorios quizá
hasta arbitrarios, no son desde luego un totum revolutum. Qué hace si no una
cita del más controvertido filosofo de la escuela de Frankfurt, Walter Benjamin
u otra de Jorge Rodríguez Padrón tras el epígrafe Le Canarien. Las ideas de
este crítico insular acompañarán al autor a través de todas las páginas del
libro.
No sé
si Danielle Sotto apareció muerta en su casa en posición fetal o si se abalanzó
desde una azotea al vacío, tampoco afirmaría que el método Fischer fuera una liberación
surrealista propiamente dicha, porque creo que esa es otra historia. Quizá algo
más que un suicidio en la carretera desolación.
La historia
de la crítica ha sido en muchos casos la de la incapacidad para la palabra
alerta, el sentimiento y el riesgo. La incapacidad de pasear entre las musas; y
eso hay que cambiarlo como propone Antonio Arroyo, que en el caso de Manuel Verdugo,
ha seguido la pista de lo que él llama uranismo, esa corriente clásica de
admiración del cuerpo masculino. Cómo
renunciar al legado de este poeta nuestro que aparte de que beba en las fuentes
mismas del parnasianismo francés, bohemio, anticlerical y antifranquista.
Olvido
de raíces coloquiales, pérdida de naturalidad. Toda esta idea se verbaliza en
la expresión: “hacia el paisaje interiorizado” que ha movido las últimas
tendencias de muchas poéticas latinoamericanas, y que con frecuencia no ha sido
escuchada por algunos de nuestros poetas, que todavía hoy pretenden desde su
alminar profesoral, enseñarnos cuál es el verdadero sentido de la poesía.
Las
influencias devienen en consecuencias es otra de las formulaciones que emplea
en su crítica creativa. La poesía es la habitación del poeta. Lo que interesa
es el sentido, no la representación. Buscar en los márgenes. La poesía revoluciona
el lenguaje, la realidad, las metáforas, detiene el tiempo. Por ello ataca al
crítico funcionario frente al crítico revolucionario. Descomposición,
desmantelamiento del sistema estético imperante, diseminando las estructuras y
entrecruzándolas tal como propone Derridá. El habla frente a la lengua, la praxis
frente a la teoría.
En
Foucault encontramos esta anti-ciencia que pone en práctica Antonio Arroyo y
sus consecuencias son “la insurrección de los saberes sometidos” y el
acoplamiento de los conocimientos eruditos y las memorias locales. De ahí el
carácter genealógico que imprime a este libro. Encontrar tras estos olvidos
interesados el cómo se han reforzado las relaciones de poder. Un ataque a
aquellos valores triunfantes, de éxito con el fin de invertir la concreta
relación de fuerzas en el actual panorama cultural y social. Es el caracol
devagando como poeta con su habitación a cuestas y su estela de palabras.
De ahí
también su esfuerzo en presentar la poesía más como una herramienta para ser
utilizada que como código que habrán de interpretar los expertos. Buscando
líneas de fuga que desemboquen, en palabras del filósofo Deleuze, en una
“utopía de la inmanencia”. Interés que se despliega hallando relaciones de
interdependencia con otros lenguajes como la pintura, la música o el arte
culinario en este libro.
No
puedo obviar, ni escamotear al público que esta obra toca directamente una
parte muy sensible de mi memoria personal. Desde la bicicleta adormecida en
casa de la poeta Olga Rivero que espera a los músicos y que abre el texto
dedicado a la ciudad de La Laguna, hasta textos como Maresía del gato, que
fueron precisamente leídos en esta misma sala con motivo de la presentación de
un título propio y en la misma
colección. Apuntes para una reflexión etnomusicológica quizá puso en la ruta a
Antonio Arroyo hacia una disciplina cuya relación con la oralidad y por tanto
con el coloquialismo que tanto admiraba nuestro Isaac de Vega, muestra bien a
las claras la importancia y la impronta que aporta la música en tantos terrenos
artísticos y de tantos territorios relacionados con Canarias: Cuba, Texas,
Luisiana, Uruguay, Kabilia y el Noroeste de África en su conjunto, donde por
suerte tuve ocasión de hacer música, interactuar y dar continuidad, a mi modesta
forma de ver, a ese puente y plataforma que como bien cita, son nuestras islas.
Asimismo
y como consecuencia tengo que nombrar a otro de los músicos que fue
protagonista de aquella aventura. La poeta Olga Luis Rivero. El autor le dedica
al menos dos textos referidos a dos de sus libros: Los sentidos de Gran Rojo y
El Enero. Del primero de ellos, una antología vertida al alemán viene a decir
que el gran acierto de su expresión está en el dominio de una lengua que acota
el ojo para darle rienda suelta y absoluta al resto de los sentidos, después de
repasar Las lunas del jaguar, En la ola de zarzas gemas y Verano.
En El
Enero pasea por las tres partes del poemario: La encantación, La edad del árbol
y Oído en caracolas. De su primera parte habla del balbuceo, de la primera
caricia materna y de las palabras que no conocen abstracción, esa operación del
entendimiento de la que ya Aristóteles habla para diferenciarla de la
participación platónica. “Esas palabras con connotaciones animistas”, dice
Antonio Arroyo.
De La
edad del árbol muestra un paisaje de sueños concéntricos que viajan y giran en
torno a un vórtice donde un buque fantasma transporta a arquitectos de la
literatura canaria como Isaac de Vega, Rafael Arozarena o Emeterio Gutiérrez
Albelo; “donde el verso transcurre como un río del tiempo”. El Enero desemboca
su riada poética en Oído en caracolas, nos dice, “como si todo el libro quedara
ahí no ya para ser leído si no para ser escuchado como un mar que nos susurra
al oído desde un bucio imaginario”.
Como
digo todo el volumen que presenta Antonio Arroyo es un cuaderno de bitácoras
que en esta navegación creacional nos hace pormenorizar cada uno de los puertos
que nuestra literatura insular va visitando, avituallándose de nuevos
descubrimientos, de avatares de significativa importancia, como una travesía
que llegará sin duda surcando otros mares a archipiélagos lejanos y a
continentes, para mostrar lo genuino de unos creadores que han dado forma antes
y ahora a un mapa, a una cartografía que se muestra en gran y oportuno momento
de forma, inmersos en la aventura de lograr la sonora, indeleble imagen de su
genuina identidad plural, entregando para ello sus vidas al manejo del timón y el
velamen del arte y la poesía.
Desde
luego que me siento impelido, me siento como obligado a dar la talla, a estar a
la altura. Todo relacionado por cierto, con la medida, con tocar techo. Pero
¿cómo trazar este mapa de resonancias, de choques elásticos cuyos vectores o
partículas se mueven de un lado a otro, incitándose mutuamente a hacer novela a
filosofar, a crear un lenguaje que confronta la lírica con la ética; que se
desmelenan en los textos que tienen a la música como hilo conductor, pero
también en otros donde acusa de la desazón por la pérdida de la amistad a la
hoguera de las vanidades?
En la
parte final de esta obra, se adereza una mezcla de verduras, se continúa con el
mojo, y se termina en los postres con el conocido Príncipe Alberto, donde
homenajea a su tía Matilde Arroyo, quien recibiera el premio y la medalla al mérito
de la alta repostería del azúcar. Entre estos relatos culinarios aflora un
narrador neófito, que surte textos entre las notas de Coltrane y los efluvios
digestivos producto de enyesques desatados.
Hay una
frase de Pedro García Cabrera que ha resultado crucial en esta etapa
ensayística de nuestro autor: “sin bien saberlo haciéndolo bien” Se trata de
esa inconsciencia creacional, ese desenvolvimiento del lado derecho del
cerebro, ese dejar libre el fluido y sobre todo los complejos ante estros
adocenados y cátedros domadores de la lengua viva. Los que pretender mirar por
encima del hombro a quienes de forma liberal no han querido saber de prebendas
académicas, ni de beneficios militantes. Los que han tratado de ahogar el libre
albedrío, zancadillear, olvidar intencionadamente, acuartelar acólitos,
empapelar con oropeles, a los que en realidad no necesitaban sus elogios. Los
honores y la fama no dependen de nosotros, sino de quienes los otorgan.
Conviene no olvidar que la felicidad verdadera radica más en esta actividad
poética que en otros equívocos bocados de la vida.
@
Roberto Cabrera
La
Palabra devagar/ Antonio Arroyo Silva/ ed. Aguere-Idea
25 de
enero de 2013
Brasil,Perú, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y China, también son causes de estas aguas.
ResponderEliminar¿"Vencidos" quienes? Una generación de chilenos que tenia 5 años para el golpe militar: jamas, lloramos sí es cierto a veces, pero hoy estamos fundamentalmente alegres y nos sentimos felices por este libro nuevo de Antonio Arroyo Silva, que recrea una palabra portuguesa que es señal de un camino que debemos enfrentar solos en la velocidad del mundo.