jueves, 5 de enero de 2012

ENTREVISTA A REYNALDO PÉREZ SÓ


EN TERCERA PERSONA

En realidad fue en Tocuyito donde el poeta nace, no en otra parte. Si
una vez hubo otro sitio, sería Caracas, 1945. Vivió en Guanare,
Acarigua, Maracaibo, Antímano. En Tocuyito escribe sus primeros
versos. Desde allí se traslada un tiempo a Maracay (1966), donde
reside, para estudiar Ingeniería Agrónoma, luego a París (1967-1969).
Publica por primera vez sus poemas, en Zona Franca, y más tarde en El
Nacional. En 1971 publica en Monte Ávila Para morirnos de otro sueño.
Este mismo año funda con Alejandro Oliveros y otros poetas
valencianos, la revista Poesía que más tarde estará a su cargo por más
de cien números. Imparte Talleres de Lectura de poesía en 1975, en la
Universidad de Carabobo, hasta el 2000. Tanmatra, 1972; Nuevos Poemas,
1975; 25 Poemas, 1982. Se gradúa de Licenciado de Educación en la
Universidad de Carabobo, igualmente en Medicina. En la Universidad
Federal de Río de Janeiro, hace postgrado en Literatura Brasilera.
Mientras estudia Medicina, en Bárbula, funda la editorial Amazonia y
la revista La Tuna de Oro. Para 1986 aparece Matadero y crea Ediciones
Poesía. Otros libros, Reclamo, 1992; Px, 1996 y Solonbra, 1998. Desde
entonces no publicará ningún libro, salvo una Antología aparecida en
Monte Ávila en 2003. Ha escrito cuentos, no recogidos en libro,
monólogos y otros intentos literarios. Para el año 2000 se residencia
por algunos años en Canarias, especialmente en Tenerife donde ejerce
Medicina del mar. Para el 2007 vuelve a Tocuyito no como poeta, sino
como médico. Será el poeta homenajeado en la octava edición del
Festival Mundial de Poesía de Venezuela, 2011.

Entrevista

Por Luis Alberto Crespo, Gonzalo Ramírez, y Andrés Mejía

¿Poesía es constatar que nada es realidad y que al hacerla verificamos
ese vacío para después darle realidad en la escritura?

La realidad debe existir si de verdad verdad existe. En verdad como
que no hay mucho en qué podamos sustentarnos, a veces creemos que
tiene una forma, otras veces dudamos de ella. Es posible que esté, de
hecho, distorsionada y lo que vemos, sentimos, no sea sino una confusa
interpretación de nosotros y nuestro entorno. Ahora bien, la poesía no
convierte nada en realidad, debe pertenecer a ese desdibujamiento
arrebujado del mundo. Se constatan cosas, impresiones, pero de ahí no
se pasa. La esencia como que no es tocada y menos con la poesía. Claro
que la poesía por momentos no es más que un instante de oración, muy
íntimo y en ese estado se convierte en otra cosa, sin ninguna utilidad
meramente física, sino la expresada por la misma oración, más que un
pedir, un dar, un recibir en consecuencia, aunque un dar sin peso
materializado, como una sensación de otro cuerpo, un agradecimiento.
La escritura no es para mí substantividad, sino conversa con una
especie extraña en que a uno se le acepta. No es el lector ideal. Más
bien alteridad, a veces humana, a veces fantasmagoría, a veces alguien
más allá de uno. Una existencia, si bien se manifiesta, efímera. No
pudiera, sin embargo, llamarla realidad, tal como se entiende. Más
específicamente un cierto estado de ser, experimentado en un raro aquí
y ahora, sentido pero no palpable donde las palabras rozan pero no
son.

¿Cómo actúa la memoria en tu poesía? Nunca mira hacia atrás y de
hacerlo, no es costumbre de la memoria: devolverse y buscar dónde se
ha quedado. ¿Por qué entonces en tus poemas tiembla tanto
extraviándose, oscureciéndose en la alteridad? ¿Por qué no sabe
detenerse?

Le tengo, por instantes, rabia a la memoria. En la memoria no soy yo
ni es el otro. La memoria es, sí, la imposibilidad de vivir, una
fotografía borrosa, amarilla, de una proyección atemperada nuestra. En
algunos de mis poemas la utilicé para confrontarla al presente. No
como comparación sino como apuntalamiento de la presencia viva.
También puede ser comodidad, en la memoria no existe riesgo, el
abrirse a lo diferente. Ella tiende a sumergirnos en la nostalgia, la
cual no me interesa mayor cosa. Posiblemente se le asocie a la queja,
no del pasado sino del presente. Jorge Manrique expresa algo pero
nunca se detiene a ver, apenas un recuerdo, porque la mujer de Lot que
busca mirar hacia atrás siempre está presente, como un remordimiento
junto a uno. Lo mejor es no ser una estatua de sal. Por otra parte, no
estoy seguro de nada, dudo de mis percepciones, incluso de las
sensaciones que están en contacto con todas las impresiones. Un horror
a que nada pueda ser asido, tal como Heráclito nos comunicara. Lo
vivido siempre ha sido por primera vez, por última vez, nuestro
tiempo, nuestra gente, los amores, hasta las mismas creencias. Cuando
niño el horizonte me fascinaba, nunca llegué a tropezarlo, un
horizonte devolvía otro horizonte. Esa línea curva que nos empequeñece
frente a la mar. No tengo ninguna seguridad. ¿Existe?

En tu poesía —¿en tu poética?— la muerte no es término, no es
sensación, es algo que forma parte de lo que es, poco importa si se
mezcla con lo viviente, lo que está siendo. También muerte es ese
campo, esa lluvia, la cosa, el ser que miras, que piensas, que
sientes, es decir la vida misma. ¿No?

Debes tener razón. No hay duda que la muerte anda por el lado
izquierdo del cuerpo, la vida por el derecho. ¿Por qué el izquierdo,
por qué el derecho? El cielo bajo los pies, en la cabeza el infierno.
Muerte y vida como que no tienen mayor diferencia. Los sueños, por
ejemplo, mueren al despertarnos. Lo peor de todo, es que los años van
viniendo y pasamos por personas, experiencias, casas y animales. Nos
quedan trozos, dejamos pedazos. Al final, nada sabemos, Uno mira irse
a sus amigos, sus familiares. Se encoge el corazón y uno se va
volviendo una isla, en tanto los años siguen, hasta que uno forme
parte de la mar de otra isla. Puede ser que tenga yo, en esto, un
pensamiento primitivo, pero no siento mayor diferencia entre la vida
de los campos y la muerte que se acerca por incendios, excavadoras,
ciudades. Pero cuando el incendio se levanta la vida también se
ofrece. Esta mirada, la opinión, debe venirme de la alegría de los
seres vivos que se avalancha sobre los sembradíos quemados o las
tierras escarbadas. Al final como que no hay gran cosa por defender
del pedazo de tierra que tiene mi propio tamaño. ¿A quién le interesa?
¿Y si interesa cuál es el sentido?

La humildad se descubre muy a menudo en tu poesía. En medio de esa
inmensidad de cosas y de seres que es lo real o el mundo y al que
tanto necesitas para expresarte poéticamente, ¿te ha visitado alguna
vez la vanidad de la creación o de su creador que es el yo?

Siempre anda del lado derecho, a la derecha de la vida contrario a la
muerte, pero como que es igual a una muerte menos tangible, pero
desagradable. Se esponja como gallina, le brillan los ojos, parece
flotar. Se confunde con la alegría, con la felicidad. Vanitas
vanitatis. Uno la conoce, siempre mira al cielo. Lo que hago es no
destruirla, lo que es imposible, sino observarla para que no se ajuste
al corazón, para que no crezca. Ella no es inocente, tiene peso y
personalidad: arrogante, soberbia. Hay días que se disfraza de
humildad. En Las Florecillas se ven ejemplos y eso que el Santo de
Asís fue un caso muy especial. Pero la humildad debe ser vigilada,
cuidada. En qué momento no se está trabajando para la otra. Recuerdo a
Cantinflas: “Nadie sabe para quién trabaja”. La vida es la vida y creo
que no tiene esos atributos desvergonzados que la soberbia, la
vanidad, ofrecen. Yo le tengo miedo a la vanidad. Además la poesía
vanidosa pertenece al pavo criollo, más que al pavo real, que en
cierta forma, podría tener hasta sus derechos. ¿Se podría hablar de
poesía guanaja? ¿De poesía humus, estiércol? La humildad que se
reconoce es pura vanidad. Se debería estar alerta, más bien, de no ser
mala gente aunque el soberbio, el vanidoso, diga que lo eres. Nunca
sabremos si somos soberbios, ni siquiera humildes. No es lo que se
diga, debe ser importante hacer las cosas como Dios manda, me dijo
hace años un policía. Pudiera haber sido Dios, pienso, o el otro quien
trata de vendernos la buena costumbre, las reglas de cortesía.
Demasiado lenguaje y palabras. Esto es más sencillo: vivir sin dañar a
los otros, morir sin dañar a los otros.

¿Cuerpo es no tenerlo? ¿Alma es perderlo?

Esto es un enredo. Alguien me dijo que al cuerpo debe achicársele, se
refería al volumen, para que el alma crezca. Hoy hablaba con una joven
muy bella pero obesa y le dije que no se preocupara tanto que la gente
flaca como que no es buena. Nadie representa a Satán gordo. Todos los
malos hombres de la historia fueron flacos, aunque debe haber sus
excepciones, le dije y yo no soy una de ellas. Supongo que la pregunta
no va en esa dirección. Bueno, me preocupa como a todos el cuerpo
físico, pero también el espiritual. Ya que estamos sobre este misterio
llamado vida/muerte. El cuerpo es lo meramente palpable, cambiante,
muriente. El alma debe ser lo contrario. Lo cierto que alma y cuerpo
son como siameses que andan obligados en una especie de unidad. En
hebreo hay tres almas. A nosotros se nos complica más que a un perro o
a un mosquito que tienen menos. Sin embargo, los defectos de uno de
los dos, alma o cuerpo, también como los siameses se pagan, al final,
juntos, en unidad. Esta pregunta se contesta en algunos poemas, quizá
en donde el otro, el del alma, asume el lenguaje y el cuerpo, acepta.
El cuerpo no sabe escribir ideas: toca, mira, oye, presiente, huele,
saborea. El alma debe sentir, interpretar, sopesar, es como un
espíritu sin cuerpo. De las otras dos almas son tan mecánicas que no
saben sino respirar, son muy simples. Son pura humildad. Hace años me
preocupaba la eternidad, hasta me aterraba. Hoy como que alma y cuerpo
ya casi ni hablan, se han vuelto analfabetas.

¿Qué le debe tu poesía (su materia, su motivación) al budismo, al zen,
a la poesía galaicoportuguesa?

Al mundo zen pienso que nada, si me refiero a la escritura. Mis dos
primeros libros se publicaron siendo un auténtico ignorante sobre el
zen, sin embargo, a priori, Teófilo Tortolero en 1966 me puso en
guardia contra esa manía, que en sus lecturas la asociaba al
surrealismo. Teófilo fue como un padre, un maestro, que me defendió de
todos los peligros, incluso del surrealismo mismo. Cuando viajé a
París ni me interesé por nada sobre el tema, con todo lo que los
franceses pudiesen aportar sobre el tema. Ni siquiera sabía que el zen
era una especie de filosofía práctica, ¿una gimnasia mental? Después,
en 1973, sí lo supe, leí, y hasta traté de practicarlo, no de escribir
sobre experiencias ilusorias y literarias, hasta que un toro negro
bramó junto a mí y un trueno quebró el silencio de los campos de
Barrera, en Tocuyito. En ese momento, hice conciencia que todas esas
“filosofías” no hay que buscarlas en los lejanos orientes, que andan
por aquí en otras formas, incluso, mucho más digeribles, pero nunca
como punto de partida literario, ni vital. Creo que me divertí con
todas las historias y cuentos zenistas. Al pathos galaicoportugués sí
debo mucho, pero es cuestión de familia más que todo, nuestros
antepasados huyeron de Portugal y se radicaron en la Isla de la Palma,
Canarias, donde la Inquisición no fue tan efectiva. Allí se reunieron,
en una parte de la isla, hacia el norte, hablando portugués hasta bien
entrado el siglo XVIII, luego en castellano antiguo salpicado de
lusitanismos. De ahí la saudade por algo siempre perdido o en trance
de perderse, más que todo un sentimiento. Igualmente, los encuentros
con lo parecido: la poesía gallega, portuguesa, e incluso ciertos
acentos del asturiano o mirandés, y por último del papiamento. Mis
lecturas en poesía siempre, en un principio, fueron castellanas. Me
llamó la atención la poesía indígena americana, su brevedad
contundente, el ahorro del lenguaje. Eso está también en las cantigas.
Eso lo descubrió el poeta y crítico Guillermo Sucre, en mis dos
primeros libros. Otros asociaron el poema corto con el tanka y no
miraron la cultura cercana que nos rompía los dientes. Pero así son
las opiniones y no hay nada que lamentar. Toda lectura es una
traducción y el lector parte de lo que conoce, recibe impresiones, y
percibe lo que sus propios moldes le dictan. Repito no hay nada que
lamentar.

¿Hay algún poeta venezolano al que te acercas o que ha nutrido tu
forma o que haya educado tu concepción de la poesía?

No uno sino muchos. Ya de Teófilo hablé. De Andrés Bello, su intento
pedagógico. De Salustio González Rincones, su desparpajo. La locura de
Luis Enrique Mármol. La brevedad de Luis Castro. La ternura de
Enriqueta Arvelo. De Andrés Eloy Blanco, la solidaridad con los
desposeídos y su sabiduría amable. De Pérez Bonalde, la buena
traducción, el amor por la tierra. De Vicente Gerbasi, la mirada al
paisaje, a la familia. De Ramón Palomares, la humildad de la palabra.
Hay muchos más, versos. Eugenio Montejo, por el desasosiego de la
forma. De Ana Enriqueta, su dignidad frente a un caballo blanco. He
dejado a muchos y siento remordimiento: Rafael José Muñoz, Juan
Liscano, Juan Calzadilla, Juan Sánchez Peláez, Jesús Sanoja Hernández,
Pérez Perdomo, Gustavo Pereira, Caupolicán Ovalles, Rafael Cadenas,
José Barroeta, Rafael José Álvarez, Julio Miranda. Los más nuevos nos
acompañamos “subiendo bajando la ladera”. Como se ve son demasiados
pero para todos “bien valdrá, como creo. Un vaso de bon vino”.

El ejercicio de la medicina te ha permitido acercarte al cuerpo
humano, averiguándolo, viéndolo cesar físicamente o dolerse. ¿Ser
médico cambió en ti tu voz o la hizo más hacia fuera, “más
figurativa”?

Bueno no sé a qué te refieres con acercarse al cuerpo humano. Siempre
nos acercamos, y la poesía es siempre un doble reclamo al cuerpo y a
lo otro. Lo que ocurre con la medicina es que nos abre una puerta por
donde se miran ángulos desconocidos. Otros misterios, pudiera decirse.
Es sorprendente el estado de amor que puede ofrecer la enfermedad,
pero también el estado de violencia que se transmite a veces. Depende
cómo es asumida la enfermedad por parte del paciente, y de qué manera
el médico la percibe. En cuanto a cómo ha incidido el trabajo médico
sobre la poesía, no tengo ninguna duda de que sí ha marcado pautas,
pero todo, absolutamente todo lo que me toca o me ha tocado vivir, se
resume por las palabras y entre las líneas, mejor. Si se quisiera
hacer una biografía de un poeta bastaría sólo con seguir sus versos,
sumergirnos en ellos. En cada uno de mis poemas se va reflejando mi
experiencia, mis contactos con la vida, directa o indirectamente. José
Regino Peña, cuando fue Decano de Medicina en la Universidad de
Carabobo, me entusiasmó a que retomara un deseo de adolescente, el de
estudiar Medicina, puesto que en los años de la violencia, 1960, fui
una especie de paramédico. Él, José Regino, es de los pocos lectores
limpios de poesía que he conocido, me dijo que como poeta yo estaba de
un solo lado de la vida, que la medicina me permitiría saltar al otro
lado del ser humano. Eso me convence y empecé, luego de múltiples
impedimentos, a dar mis primeros pasos entre enfermedades, libros y
poemas. Aunque mis primeros libros fueron consecuencia de la violencia
que me tocara vivir. Nadie lo percibió así. Se pensó en la mera
ejercitación literaria. Lo “figurativo” siempre ha existido, el
problema se suscita en el momento de presentarse el poema, o cómo se
lo presenta, me refiero a la escritura. El tema exige diferentes
formas, por momentos los versos son más lineales. Son meras
fotografías, encuadres para la vista. Para morirnos y Tanmatra los
encuadres se corresponden al monólogo aparente. Px son instantáneas
vitales comentándose, comentadas para ajustarlas a la vida de quien al
final se nos está yendo. La “figuración” la encontramos los lectores.
Creo que fue un crítico inglés o irlandés que dijo que toda mi poesía
era minimal. Debe ser, aunque no entendí mucho, y menos para entonces.

¿Qué cercanía tiene tu libro Px con la poesía de Gottfried Benn? ¿La tiene?

El tema de la enfermedad, entre otras cosas, aunque no soy
venereólogo, pero Benn lo asume, incluso al paciente, como naturaleza
muerta, para evidenciar, tangencialmente, con cierto efectismo, la
indolencia que estaba por volcarse en Europa, pero sin mostrar
reacciones. Es más, al principio participa de aquella espantosa mancha
viscosa que se apodera de Alemania. Sin embargo, me refiero a Morgue,
pienso, no obstante, que no fue un acto “humano” descriptivo, de
posible solidaridad, consciente del poeta. Todo lo contrario o
simplemente estetizante. William Carlos Williams tiene algo muy
diferente que sí me atrapó. Los hospitales de Benn están en blanco y
negro, sórdidos, nuestros hospitales tienen otro brillo. Carlos
Contramaestre en su Homenaje a la necrofilia pudiese haberme
influenciado, pues las imágenes visuales se acercan más a mis versos
que las resonancias verbales. Matadero fue escrito, y tiene ese
nombre, partiendo de una impresión que tuviera en el matadero
municipal de Tocuyito, cuando un toro desollado se levanta chorreando
sangre hasta que el matarife, entre risas, lo abate. También fue un
homenaje a Echeverría, el narrador argentino. Se ha sugerido relación
con Benn. En todo caso, la poesía no anda aislada, hasta Shakespeare
debe sentirse en los versos. Nadie ha hablado del cine ni del teatro
en mis versos. La medicina me enseñó una cierta agudeza formal, un
escudriñamiento mediante las herramientas de la escritura sobre el
tema, igualmente, a no diferenciar “paisaje” para la poesía, con
paisaje, geografía humana, anatomía del dolor. La mirada del poeta
debe estar ahí, no importan las circunstancias. En Rosae Rosarum, el
último libro, se reúnen las miradas, se ha cambiado el medio, el
lenguaje busca cómo trepar para atrapar la poesía. Lo que entendemos
por lírica asociada al romanticismo se seca. El humor es protesta, la
ironía es una calle, casas, paredes, la mística se subleva, la soledad
es lo que se mantiene, el hilo de Ariadna se nos escapa. Y al final
solo baste estar presente, testigo, de otra vida que pudiese ser la
misma nuestra, con la visión de la nadidad permanente. Benn fue un
poeta mirando por una ventana un cuerpo enfermo, frío, lejano. En Px
se habla en algún momento de bellos objetos, naturalezas muertas, pero
ciertamente es parte del lenguaje deshumanizado que el mismo título
mantiene. Ninguno estamos exentos.

Usted es un poeta que irrumpe en la literatura venezolana con una obra
poética cuya voz es interior y su fuerza expresiva es la de un
silencio que retumba; un tiempo más tarde y luego de fundar y dirigir
la excelente revista Poesía, encontramos a un poeta dedicado con
pasión y entrega al ejercicio de la medicina social en nuestra
humanísima Misión Barrio Adentro. ¿En qué momento ocurrió este
encuentro entre el poeta y el médico, cómo funcionan estos dos oficios
que, como sabemos, siempre han tenido su raíz y fundamento en la
defensa de la vida?

No hago el mayor esfuerzo, hago lo que me gusta. No tiendo a dividir
al poeta y al hombre de lado y lado. Maimónides escribió una inmensa
obra filosófica y no dejó de ejercer la medicina. Garcilaso, fue
soldado, y sin embargo tiene una de las mejores obras líricas. Yehuda
Haleví, poeta y médico. Y muchos otros, incluso en nuestro país. No se
trata de dicotomías, detrás del médico, detrás del escritor tiene que
estar el hombre. Por mi parte, no es enemiga una del otro, medicina y
poesía. Quizá la docencia sí. Al menos, la docencia literaria. No hay
nada que mine más al poeta que las clases de Literatura. De hecho,
existe un gran cementerio de poetas asesinados por la retórica
didáctica. Veamos las heladas publicaciones profesorales y tendremos
una muestra representativa.

En Barrio Adentro, el ejercicio de la medicina me ha permitido
adentrarme a un mundo prácticamente vedado, pues no es sólo medicina,
en el sentido de curación, sino es prevención ante todo. La relación
con el entorno es fundamental. La comunidad te rechaza o te acoge y
todo depende de la actitud, del franqueo. Más de tres años estuve
trabajando en La Guásima, Tocuyito, y tengo de esa población los más
bellos recuerdos. Es una mezcla de medicina, misión religiosa, y por
supuesto poesía. Hoy por hoy estoy incrustado en la Alcaldía de
Valencia, con una población totalmente distinta, pero también de una
gran nobleza, en especial los niños y los mayores. Aquí, en la
práctica medica, la poesía no está reñida con nada, todo lo contrario.
A mí me permite congraciarme con la vida. Cuando alguien emerge de una
enfermedad, siento que he salido de un mal verso. La alegría del
paciente es la misma alegría del instante de la hechura del poema. No
es otra cosa que la vida. Y pueden ir juntas, así lo siento.

En su poemario Px parece encontrarse un cambio sustancial en su
poética, la voz interior y densa, ahora sin perder nitidez ni
intensidad, pasa a ser testigo del otro o los otros y aparecen el
miedo, el dolor, el llanto, la materia y la sangre. ¿Este cambio en la
forma de indagar y hurgar la realidad se debe a su relación con la
ciencia, al ejercicio de la medicina social?

Ya lo he dicho otras veces. No es sólo en Px, ya se daba esa mirada en
Matadero, pero hubo intentos anteriores en 25 Poemas. El poeta es el
poeta y sus circunstancias, para recordar a Ortega. Realmente la
materia poética la dicta la vida, o Dios como diría el pobre Aquilino.
El problema es no copiarse a sí mismo. Tener mis propios versos,
repitiéndose, una y otra vez, como variaciones de un mismo lenguaje. A
mí me asustó mucho cuando un nuevo poema surgía con el mismo tono. ¿No
es posible que se hable con las mismas cadencias, los mismos temas,
las mismas palabras y mirada? Hay que cambiar el chip y Picasso y
Marcel Duchamp me indicaron el camino. El intento mayor fue Matadero,
lo que produjo reacciones y agresiones verbales. Fui muerto por mis
congéneres y admiradores. El libro no gustó, sino en las grandes
ciudades y no propiamente en Caracas, sino a contados poetas. Juan
Liscano lo asoció al amor barato, pasajero, de los hoteluchos de los
triángulos de las Bermudas. Nunca lo pensé, más bien sentía un diálogo
de no sé qué espiritualidad. El rojo del libro asustó a muchos. Fue el
libro del descarnamiento. A Px, me lo planteé de otra forma, era la
vida y muerte de mi padre, por el paso de las diferentes salas de
hospital, la niñez, la juventud y sus últimos años. Sonia Brayner,
ensayista y profesora brasilera, de esa forma lo presintió, es una
oración a la vida. Hay quizá reminiscencias de Jorge Manrique, de las
elegías al padre de Ramón Palomares, de Vicente Gerbasi, de Teófilo
Tortolero, de Pepe Barroeta, de Caupolicán Ovalles, pero la materia
acá, se fragmenta, hacia un portavoz que va que viene, viniendo de
cuerpo en cuerpo, enfermedades distintas, vecindades de los males,
hasta que la vida triunfa, hasta que la muerte sigue como parte, pago,
de una nueva estación, diferente. Haya o no haya dolor siempre es la
vida y el agua como ocurre siga corriendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario