ELON MUSK, DESPEJANDO LA X
Foto de archivo de Elon Musk - EP
Dicen que, antes del aterrizaje de Elon Musk, Twitter era poco menos que una balsa de aceite, un remanso de paz y buen rollo donde la gente se ayudaba, donde la inteligencia y el buen humor iban de la mano cual anuncio de desodorante al borde de la playa. No como ahora, que los bulos proliferan como conejos; las amenazas, los insultos y el sadismo corren a todas horas; y te pueden hackear la cuenta al mínimo descuido. No me hagan mucho caso, pero a mí me hackearon la cuenta hace cuatro años, dos antes de que Twitter se transformara en X, y por aquel entonces ya era un auténtico lodazal, un inimaginable gallinero con los palos llenos de mierda, una especie de inmunda taberna telepática donde se sirve vino de garrafón acompañado de un constante sonsonete de injurias, imprecaciones y eructos.
Era
lógico que, en Brasil, el juez Alexandre de Moraes decretara el cierre de la
red social con graves multas para cualquier usuario que acceda a ella dentro
del territorio brasileño. Es una medida sanitaria e higiénica que deberían
imitar muchos países, prácticamente todos, con el fin de evitar la
multiplicación de noticias falsas y discursos de odio, una epidemia virtual que
en cualquier momento puede desembocar en la realidad al estilo de los tumultos
callejeros de Gran Bretaña este verano. Cuando Elon Musk cambió el pajarito de
Twitter por una rotunda y repelente X, ya estaba anunciando al personal que la
cosa iba a acabar en una película porno.
Días
atrás leí un artículo en una publicación de lo más bizarra en donde se
aseguraba que Elon Musk es el Anticristo, poco más o menos. Se basaban en el
testimonio de una supuesta niñera que decía haberle visto cometer actos
indescriptibles durante su infancia (efectivamente, ella no los describía) y en
una exégesis bastante rebuscada del Apocalipsis, un texto fabuloso que sirve lo
mismo para un roto que para un descosido. Como se ve, esta historia no es más
que una actualización de La profecía, la novela de David Seltzer llevada
al cine por Richard Donner en 1976, donde el embajador de los Estados Unidos en
Gran Bretaña adopta en Roma a un niño que en realidad es hijo de Satán y que
está destinado a desatar el Armagedón desde el sillón presidencial de la Casa
Blanca.
El
de Anticristo seguro que le viene grande, pero lo cierto es que Musk se arrogó
el papel de dictador mundial cuando admitió que había financiado el golpe de
estado en Bolivia que destituyó a Evo Morales y, de paso, que podía derrocar el
gobierno que le diera la gana apenas se pusiera a ello. Esta chulería,
propagada a los cuatro vientos, lo llevó a identificarse con el rol de un
supervillano de la saga de James Bond, uno de esos millonarios lunáticos que
sueñan con dominar el planeta. Sin embargo, más que a Blofeld o a Goldfinger,
Musk recuerda a Elliot Carver en El mañana nunca muere, el malévolo
magnate de la prensa que está a punto de iniciar la Tercera Guerra Mundial sólo
con el fin de vender más periódicos.
Tal
vez no sea casualidad que la trama más absurda (y a la vez la más verosímil) de
toda la saga de James Bond sea la de Quantum of Solace, donde una
misteriosa organización criminal, Spectra, planea un golpe de estado
precisamente en Bolivia para hacerse con las reservas no de litio sino de agua
potable. Debo confesar que me fascina la figura de un multimillonario que lo
tiene literalmente todo para ser feliz y que ha decidido utilizar sus casi
inagotables recursos y sus evidentes talentos para mentir, manipular y apoyar a
la hez política de la Tierra, de Milei a Trump, pasando por quien se les
ocurra.
Hay
algo sumamente turbio ahí que, desde luego, no explican ni el resentimiento ni
la ambición sin freno ni el síndrome de Asperger que padece, según confesión
propia. Tal vez el cambio de sexo de su hija Vivian, nacida Xavier, esté en el
fondo de su cruzada contra lo que él llama el "virus woke". En
cualquier caso, Elon Musk es la prueba viviente más insigne de que el dinero no
da la felicidad. Al ver sus lamentables triquiñuelas, sus campañas ególatras y
sus encontronazos en Twitter, es imposible no acordarse de aquel diálogo de Chinatown,
cuando el detective que interpreta Jack Nicholson le pregunta al indecente
millonario encarnado por John Huston qué más puede comprar. "El futuro,
hijo. El futuro"
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