¿USTEDES SON DE IZQUIERDAS?
MARTA NEBOT
Foto de familia, del presidente del Gobierno de la XV
legislatura, Pedro Sánchez (c), junto a las vicepresidentas y ministros del
Ejecutivo, en el Palacio de La Moncloa, a 22 de noviembre de 2023, en Madrid
(España).
La
sociedad de consumo todo lo consume hasta consumirnos a nosotros mismos.
Sí,
parezco una telepredicadora pero voy a seguirlo.
Lo
diré de otra manera: la obsolescencia programada es una mancha de aceite que
todo lo mancha, como si creciera y creciera en el mar hasta tragarse todos los océanos.
Parecerá
que me he tragado la máquina de fabricar distopías.
Lo
que pasa es que hoy me he dado cuenta de algo obvio y manido que no sé cómo
hacer interesante.
Y es que la trampa es mortal, hoy he caído en la cuenta de que los argumentos –como todas las cosas– se nos gastan aunque no estén rotos, ni superados, ni viejos, aunque sigan haciendo mucha falta, aunque de ellos dependa absolutamente todo.
Como
dicen en Canarias, somos unos noveleros. No basta con que una tesis tenga
razón, hay que conseguir que huela a nuevo, que cree marco, que no aburra
aunque llevemos siglos escuchándolo. Siempre fue así, pero ahora con la
especialización, con los algoritmos, con la ciencia del manejo de la opinión
pública, la novelería ha eclosionado.
Por
eso se hace muy difícil cuando se trata de un clásico. Parece imposible cuando,
para mantener la atención, hay que cambiar de pantalla a cada rato.
En
el siglo XXI plantear reformas fiscales en serio, avanzar en justicia en el
reparto de la presión fiscal, en la progresividad del pago de impuestos, en la
recaudación de los dineros con los que se puede o no hacer más y mejor, suena a
lucha de clases, a terminar con el hambre, a pretender la paz mundial, a
imposibles e inalcanzables gastados.
La
frase del presidente del Gobierno para inaugurar el curso político pidiendo
"menos lamborghinis y más transporte público"
podría ser un nuevo lavado de cara al viejo argumento. Como eslogan funciona,
pero por ahora está vacío.
Sumar,
en horas bajas según las encuestas, ha presentado esta semana su propuesta de reforma fiscal: ampliar el
"impuesto de solidaridad a las grandes fortunas" a los patrimonios de
más de un millón de euros, subir el IVA a todo lo que tenga alternativa pública
(como la sanidad y la educación) y bajárselo a lo que no lo tenga (como las
peluquerías).
El
PSOE de momento no ha desvelado plan alguno al respecto más allá de su nuevo
pegadizo eslogan.
Es
decir, este Gobierno de coalición –que se dice mucho de izquierdas– tiene mucha
plancha en este terreno y de momento no se ha puesto ni a enchufarla, cuando
este debería ser su principal asunto.
En
España, "los ricos no pagan IRPF". Lo dijeron Aznar en 1998 y Sánchez
en 2018. El impuesto progresivo por excelencia, el que viene a cumplir con el
mandato de la Constitución, nació en los 80, y entonces el tramo que más ganaba
pagaba hasta el 65% de sus ingresos. Hoy el tope es el 47%. Entonces había 30
tramos distintos para los diferentes tramos de ingresos. Hoy solo hay 6 tramos,
separados por abismos, y cada cierto tiempo se habla de reducirlos.
El
impuesto de sociedades ha pasado del 35% al 25% y las empresas que más ganan
pagan porcentualmente muchísimo menos. Según los datos de 2021, las empresas
españolas que facturan más de 1.000 millones tributan el 5,73% de sus
beneficios; las que facturan entre 50.000 y 100.000 euros lo hacen por más del
doble, el 13,19%.
Y
por si fuera poco, aunque no sea lo más importante, cuando los ricos defraudan
no son tratados como el resto de los mortales. Hoy el 80% de los efectivos de
hacienda se dedican a perseguir al pequeño y mediano contribuyente, recaudando
de media 1.000 euros por expediente. "Las leyes están hechas para los
robagallinas, no para el gran defraudador", dijo Carlos Lesmes en 2015,
siendo presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal
Supremo.
Todos
estos datos y más están recopilados en el libro "Los ricos no pagan
IRPF" de Carlos Cruzado y José María Mollinedo, dos reputados técnicos de
Hacienda. Leer este libro de Capitán Swing es abrir los ojos y olvidarlo es
estar perdido.
Porque
¿qué es ser de izquierdas? Ser de izquierdas debería medirse estrictamente en
redistribución social. Como ha recopilado Martín Caparrós, son muchos los
gobiernos que se dicen de izquierdas sin serlo, sin que sus números se
distingan de sus antípodas. Los que no han tocado poder pueden tener el
beneficio de la duda, la que vive en el espacio que separa la teoría de la
práctica. Pero los que tocan poder, aunque solo sea un poquito, deberían
contestar a las viejas preguntas formuladas por la narrativa que sea: ¿A
cuántos sacaste de la pobreza? ¿Conseguiste menos desigualdad? ¿Qué mejoras
lograste para los más vulnerables y la clase trabajadora? ¿Cuántos lamborghinis
menos? ¿Cuánto transporte público que funcione de verdad?
Dependiendo
de las respuestas, podrás ponerte el título y la medalla, o tendremos que
meterte en el saco de los que viven perdidos en las palabras, ocupados en las
periferias de lo mollar, en lo que en esencia no cambia la sociedad hacia donde
dices querer cambiarla.
Si
a lo que consigas en tu país le puedes sumar liderazgo en los grandes acuerdos
internacionales que cacen a los fugitivos del gran dinero, que dejen de dar
refugio a los que no quieren pagar impuestos, a los que creen que lo que ganan
es solo fruto de su trabajo y no de un contexto... Si pones tu granito de arena
para terminar con el vasallaje al dinero, con los estados arrodillados ante el
poderoso caballero que humilla a la democracia, a la justicia, a la vieja idea
de la igualdad de los ciudadanos, a la no tan vieja idea de los derechos
humanos... Si consigues avanzar en todas esas viejas ideas que seguimos sin
alcanzar y que olvidamos y olvidamos... Si logras hacernos ver que nuestro
cansancio, nuestra desidia y nuestra novelería son cómplices del statu
quo...
Entonces
podrás decir que eres de izquierdas practicante y que hay futuro.
Y
para empezar por algo concreto, tangible y factible, pongamos el foco fijo en
la reforma fiscal de la que depende todo.
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