LA BRUTALIDAD ISRAELÍ NO TIENE LÍMITES
Opinión de José Enrique de Ayala
Lo sucedido en Líbano, la explosión
simultánea de cerca de 3.000 dispositivos buscapersonas – supuestamente todos
en manos de militantes de la milicia chií Hizbulá–, supera cualquier previsión
o imaginación, para acercarse a las fantasías distópicas de la ciencia- ficción
Israel colocó explosivos en miles de buscas importados por Hizbulá y aceleró el ataque por temor a ser descubierto
Los buscas fueron muy usados en los años 90 del siglo pasado para enviar señales sonoras o pequeños mensajes de texto, que avisaban al usuario de que se tenía que ponerse en contacto con el que se lo enviaba. Como no tienen acceso a internet, se siguen fabricando en pequeña cantidad para aquellos casos en los que no hay acceso a la red, o no se desea pasar por ella. Precisamente los dirigentes de Hizbulá adquirieron la partida asesina en primavera para sustituir a los teléfonos inteligentes, fácilmente rastreables, que estaban permitiendo a las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) localizar sus unidades y batirlas con precisión. Al mismo tiempo compraron también los walkie-talkies, que permiten comunicación verbal entre dos o más usuarios sin pasar por redes telefónicas ni estar conectados a internet
El sistema empleado ha sido
probablemente la colocación de una pequeña carga explosiva muy potente en el
interior de los aparatos –entre 30 y 40 gramos– y la manipulación de su
software para que un determinado mensaje, o una señal electrónica, pusiera en
marcha un calentamiento de la batería que hiciera desencadenarse la explosión,
o directamente la provocara. Aunque no están conectados a internet, estos
dispositivos utilizan radiofrecuencia, y esa ha sido su vulnerabilidad. El
Mossad, junto con los servicios de inteligencia de las FDI, han preparado y
ejecutado estos ataques masivos, que han hecho más letal el retroceso
tecnológico adoptado por la milicia chií que los teléfonos móviles a los que
sustituía, invalidando así esta alternativa.
Las informaciones recogidas hasta ahora indican que los buscas
serían del modelo AR-924 fabricado por la empresa taiwanesa Gold Apollo, cuya
dirección ha emitido un comunicado diciendo que no tiene ni ha tenido ningún
intercambio comercial con Líbano y que habían sido fabricados, bajo licencia,
por la empresa BAC Consulting KFT, con sede en Budapest, aunque el gobierno
húngaro se ha apresurado a desmentir que fueran fabricados en Hungría. En
cuanto a los walkie-talkies, al parecer llevaban una etiqueta de la empresa de
telecomunicaciones japonesa ICOM, pero aún se desconoce si fueron fabricados
allí. El acceso del Mossad al proceso de fabricación de estos dispositivos o a
la cadena de suministro para poder manipularlos, ha tenido que contar
necesariamente con la colaboración o la connivencia del fabricante o del
distribuidor, y con el auxilio de otros servicios de inteligencia occidentales,
que serían así cómplices necesarios de este ataque indiscriminado.
Pero sobre todo pone de manifiesto la capacidad de los servicios
de inteligencia israelíes para infiltrarse en las organizaciones y milicias
hostiles, en este caso en Hizbulá. A un nivel medio-alto, además, porque aquí
han tenido que saber cuándo y dónde la milicia chií iba a comprar los aparatos,
o incluso puede que sus agentes hayan recomendado a los responsables de la
adquisición empresas de fabricación o distribución a las que el Mossad podía
tener acceso.
De esta forma, el gobierno de Israel, no solo actúa contra sus
enemigos con extremada e indiscriminada violencia –como hace siempre– sino que
pone de manifiesto su vulnerabilidad, les demuestra hasta qué punto están en
sus manos, asestando así un golpe muy duro a la moral colectiva de la
organización, que puede tener efectos demoledores en su cohesión interna,
supuestamente sólida –anclada en la religión y en las relaciones personales–,
lo que a su vez influirá en la motivación de su militancia y en las posibles
nuevas adhesiones. Este impacto psicológico es probablemente más importante que
los muertos y heridos, y puede ser el que principalmente se haya buscado con
esta acción.
La explosión de los dispositivos electrónicos se produce tras
numerosos enfrentamientos fronterizos entre ambas partes, incrementados desde
el inicio de la matanza en Gaza, con el lanzamiento de cohetes por Hizbulá
sobre el norte de Israel y las represalias israelíes con artillería, bombardeos
aéreos o incursiones terrestres limitadas. Y pocos días después de que el
gobierno israelí declarara como nuevo objetivo de guerra el regreso de los
60.000 residentes en territorio próximo a la frontera con Líbano, desplazados
por la inseguridad de la zona.
El gobierno israelí ha amenazado reiteradamente con lanzar una
guerra total en Líbano –como en 1982– que en este caso podría, según el
ministro de defensa Yoav Gallant, llevar el país, que un día fue llamado la
Suiza de Oriente Medio, “de vuelta a la Edad de Piedra”. Hasta ahora,
Washington ha conseguido usar su influencia para detener este ataque que podría
provocar una guerra regional a gran escala –desde Siria hasta Yemen– y en la
que podría verse involucrado Irán, la mayor potencia que aún queda en la región
hostil a Israel. Sin olvidar que en la frontera hay una fuerza de paz de
Naciones Unidas, UNIFIL, con la misión de interposición entre ambos
contendientes, comandada por un General español, de la que forman parte más de
10.000 militares de 50 países, entre ellos 16 de la Unión Europea, que
inevitablemente se vería afectada en caso de un ataque israelí masivo a Líbano.
Aunque este ataque no se produzca por ahora, la previsible
respuesta de Hizbulá y la subsecuente represalia israelí mantendrán la tensión
militar en la zona, sin descartar que Irán podría responder también –o al menos
facilitar e impulsar a la milicia chií libanesa a que lo haga– ya que su
embajador en Beirut fue también herido en las explosiones. Es difícil que la
situación en esa frontera cambie, y a medio plazo, el gobierno de Israel podría
decidirse a emprender una acción más amplia sobre Líbano, especialmente si
Donald Trump vuelve a acceder a la presidencia de EEUU, después de las
elecciones de noviembre, desafiando las posibles consecuencias a las que antes
nos referíamos.
Israel demuestra con este ataque que puede golpear a sus
enemigos donde y como quiera, incluso con métodos insospechados hasta ahora.
Sigue así la que ha sido su política de defensa desde que se proclamó
independiente: la disuasión mediante la represalia. Si alguien le hace daño
debe saber que recibirá un daño 20 o 40 veces superior. Pero más allá de su falta
de la mínima ética o humanidad, permitiendo la masacre de niños y civiles
inocentes, los dirigentes israelíes deberían asumir ya que ese sistema no
funciona. Del mismo modo que los reiterados ataques a la franja de Gaza desde
2007 no impidieron los atentados del 7 de octubre, tampoco las invasiones de
Líbano de 1978, 1982 y 2006, han impedido a Hizbulá seguir atacando el norte de
Israel. Al contrario, ambas organizaciones han ido creciendo en efectivos y
capacidad militar. Las represalias israelíes alimentan una espiral loca de
violencia que no conduce a la paz sino a más muerte y más dolor por ambas
partes.
Esa política de destrucción sin límites, dirigida por el
gobierno israelí más ultraderechista de la historia ante la pasividad del
mundo, no va a tener éxito. Basta mirar a la historia. Cayó el estalinismo, a
pesar del gulag y las purgas. Cayó el régimen de los jemeres rojos en Camboya,
a pesar de los asesinatos en masa. Cayó el apartheid sudafricano, a pesar de la
terrible represión que había desatado. Y caerá el régimen genocida y racista
israelí, que tanto daño está haciendo, no solo a sus enemigos, sino a sus
propios ciudadanos y a sus defensores. La violencia nunca es la solución y los
va a llevar, antes o después, al desastre como pueblo y como estado, si no son
capaces de promover una transición pacífica hacia un escenario de entendimiento
y cooperación con el mundo árabe –también con el chií– que incluya el respeto a
los derechos y voluntad de los palestinos.
Pero mientras esto sucede –o no–, nadie va a devolver la vida a
esos muertos, a los que mueren cada día en Gaza, en Cisjordania, a los que
murieron el martes en Líbano, a esa niña que probablemente acompañaba a su
padre en su casa o en una actividad familiar. Tampoco a los judíos que murieron
el 7 de octubre, o antes o después, por culpa del enfrentamiento. El mundo
occidental, tan civilizado y democrático no hace nada por impedir esta
carnicería, nadie quiere pararle los pies a este gobierno israelí criminal,
incluso algunos países europeos le apoyan sin condiciones por una mal entendida
culpabilidad histórica, que les está llevando a facilitar y absolver un crimen
similar al que ellos abominan.
Muchos estados occidentales, sobre todo ciertos sectores
políticos, parecen muy preocupados por lo que ocurre en Venezuela, donde habría
2.000 presos políticos, y estaría en peligro la sagrada democracia, mientras
asisten impávidos al asesinato de decenas de miles de niños, mujeres,
ciudadanos corrientes, masacrados sin piedad por Israel, no para prevenir otros
ataques terroristas –que se repetirán probablemente con más furia como
consecuencia de la represión israelí– sino por venganza, racismo, deseo de que
todos los árabes desaparezcan, mueran o se vayan de un territorio que
consideran propio y exclusivo.
Se ayuda con decenas de miles de millones, armamento,
tecnología, apoyo mediático y político a Ucrania, donde la agresión rusa ha
causado menos muertos civiles en tres años, que Israel en Gaza en uno, y se
sanciona duramente al invasor ruso. Pero Israel puede invadir Gaza o el Líbano
cuando quiera, destruir lo que quiera, matar a quien quiera. Impunidad
absoluta, al menos hasta que su gran valedor, su padrino, EEUU decida otra
cosa. Nunca hay que perder la esperanza, pero a veces este mundo da mucho asco,
la verdad.
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