LA MOCIONCITA COBARDE
ANÍBAL MALVAR
Como no teníamos otra cosa que hacer en plena pandemia, los españoles ofrecemos un nuevo espectáculo grotesco para deleite de nuestros socios y observadores internacionales. Pasen y vean. Un día exiliamos con gastos pagos a un rey corrupto, al siguiente metemos a 30 chorizos de nuestra leal oposición en el talego, los martes toca gira de Pablo Casado por Europa denunciando que en España no hay democracia y alineándose con los frugales para asegurar que no queremos ni merecemos fondos anti-covid, pues ya hemos contratado bastantes curas; los findes llenamos la prensa extranjera con fotos de nuestros alcaldes martilleando poemas de Miguel Hernández o placas de Largo Caballero; y ahora, como colofón, debatimos una moción de censura que intenta derrocar a Pedro Sánchez para nombrar presidente a la momia de Don Pelayo.
Cuando nuestra
derecha se apropia de la marca España, es indudable que consigue hacerla
altamente popular en todo el mundo, agavillando portadas de periódicos y
programas de televisión extranjeros. Buen trabajo, chicos. Y, ya que estamos
hablando del mundo del espectáculo, mucha mierda para todos.
La mocioncita
cobarde que hoy presenta Santiago Abascal para no ganarla es un nuevo paso para afianzar nuestra
efervescente imagen de patio de porteras sin remedio. Y es, ante todo, una
mocioncita cobarde antipatriótica del partido más antiespañol que ha poblado
nuestro hemiciclo, incluidos Bildu y ERC. Vox está destruyendo la posibilidad
de una derecha regenerada, tras décadas de corrupción sistémica, que los
españoles honestos de derechas, si los hubiere, merecerían. Ya no nos queda ni
Andrea Levy, que ayer salió al bosque a buscar rolex y por confusión se jaló
una amanita muscaria.
No es que uno
confiara en que un tipo como Pablo Casado, de escasa cultura y toda ella
comprada en universidades prêt-à-porter, fuera capaz de europeizar y
democristianizar a nuestro convicto Partido Popular. Ya no les pido ni que sean
honrados. Como dijo en pavorosa ocasión el joven jefe de opinión de El Mundo,
Jorge Bustos, "prefiero ser gobernado por un corrupto que por un
comunista". Bustos representa a la
base electoral del PP, tan hooliganista que vitorea y aplaude a quien le roba
el pan y la sal. Me roban, pero son los míos, vienen a decir.
Sin embargo, un
poco de pudor, un pequeño acto de contrición de nuestro partido mayoritario de
la derecha (de momento), nos hubiera hecho suspirar de amor tras la mascarilla.
Pero tampoco hizo el PSOE tal cosa cuando le tocó, y hoy vemos a todos los ex
asesinos del GAL, jacarandosos y excitados, gritando vivas al rey emérito en
las recepciones de los bancos suizos como si no hubiera mañana (que, quizá, no
lo hay).
Para buscarse el
espacio, el PP/AP ya lo tenía difícil desde el nacimiento de nuestra siempre
balbuciente democracia. En los 80, época de la cultura del pelotazo, era
complicado estar a la derecha de un PSOE domesticado, ibexiano, monárquico y
hasta católico. El PSOE no transformó España en lo ideológico, como quiere
presumir Alfonso Guerra, sino que se dejó transformar por la vieja España, la
que olía a caña, tabaco y brea, la perezosa, la de piel dorada, la marinera...
La de Mocedades, Carlos Arias Navarro y Adolfo Suárez.
A partir de ahí,
con aquel europsoe que no sabía hablar inglés, al PP no le quedó otra que
hacerse más fascista que Manuel Fraga (que ya era difícil) para diferenciarse
de un Felipe González que le reía las corruptelas al rey Juan Carlos. Ahora a
Casado le ha salido esta competencia desleal de Vox, y el PP no sabe que
espacio político habitar al margen de las celdas de Soto del Real y Estremera.
Además, Vox puede
presumir de no ser un partido corrupto, pues la comparación con el PP provoca
que a cualquiera le puedan reconstruir el virgo gratis. Entre la derecha del
PSOE y la de Vox, turbio se atisba el futuro de este PP, condenado a compartir
mayorías minoritarias o minorías mayoritarias con los cenutrios descerebrados
del morrión, la adarga, la lanza en astillero, la iberosfera, el rocín flaco y
el galgo corredor. La mocioncita es cobarde, como todo lo que hace Vox. Pero
son los cobardes los que siempre se llevan la gloria tras la batalla, pues los
valientes han muerto antes por ellos. Y que no se crea Casado que con esto le
estoy llamando valiente, que este chico está demasiado acostumbrado a colgarse
diplomas inmerecidos. Que se lo pregunten a Froilán. No hay valor alguno en el
gesto de pegarse un tiro en el pie.
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