BOTICAS DE HOY Y DE AYER
QUICOPURRIÑOS
Todo empezó esta noche por una llamada por wasap de mi amiga One. Mi
querida amiga One. Onelia la de Icod. La rubita, la pequeñita. La del cortadito
por la mañana. La abuelita. La que cuida a sus nietos. La que no me hace caso
después de más de diez años de proposiciones, la que gracias a esa negativa es
una amiga del alma. La que me quiere. A la que quiero.
Y va y me pregunta, ¿oye, Quico, la
farmacia de nuestro barrio es la farmacia “El Negrito”?.
Y yo pienso, a qué esa pregunta. Se
le fue la pinza.
Le contesto.: ¡No One, le digo!. La
nuestra, es la de la Rambla Pulido y la Farmacia se llama “El Chinito”.
Pero de farmacia a farmacia, o de botica a botica. La del Negrito estaba en la calle Cruz Verde. Y era de don Honorio Fernández que casose con doña Lourdes y tuvo como unos cinco hijos. Doña Lourdes, que vivían en La Laguna, cocinaba muy bien, y cuando hacía croquetas hacía cientos y cientos, para que cada hijo se llevara, en la fiambrera, al menos veinte para su casa. Lo sé porque mis padres los conocían. Lo sé porque mi hermano era amigo de dos de los hijos. Lo sé porque fui abogado de uno de ellos. Es que Santa Cruz era y es muy pequeño. Al final todos nos conocemos.
Hablando de boticas….
La Farmacia “ El Negrito”, por eso su nombre, por
el negrito. Entrando a la izquierda y sentado sobre una especia de sillón de
barbero, había un cubano, medio mulato, elegantemente vestido, con chaqueta a
cuadros y zapatos blanco y negro. Y sigue ahí.
Siguiendo con boticas.
Sería el año 1978.Encontrabame yo en
los madriles, estudiando tercero de derecho, en un colegio mayor, en el Antonio
de Nebrija. Qué hacía yo allí, pudiendo estudiar en La Laguna, es algo que dejo
para otro momento. Sí era una estupidez que estuviera alejado de las
Afortunadas, pero allí estaba yo, para bien, o para mal.
A mi padre, por esa época ya
talludito, no se le había ocurrido más feliz idea que estudiar farmacia,
aprovechando que como era químico, perdonaban
asignaturas.
Resultose ser que a mi padre, en no
sé que asignatura de la carrera, le mandan a hacer un trabajo y se le viene
a ocurrir a mi progenitor la idea de “
El farmacéutico rural”, acordándose de su abuelo, que ejerciera y tuviera
oficina de farmacia en Astudillo, un pueblo perdido de Palencia, con menos de
500 habitantes.
Y allí me mandó, tras contactar con los farmacéuticos que hubieran heredado la farmacia que en su tiempo fuera de mi bisabuelo, para que hiciera unas fotos de la botica para incluir en su trabajo. Y llegué a ese pueblo, en un mes de noviembre, con un frio enorme. Tras haber viajado de Madrid a Palencia, por tren, y luego, en una guagua, hasta Astudillo.
Y llegué. Me presenté en la farmacia
del pueblo, una botica pequeña, entrañable, cercana. Y el hijo de la farmacéutica,
me enseñó la parte de atrás. Esa donde habían frascos y etiquetas con el nombre
de mi bisabuelo, con las recetas magistrales. Esa zona que llaman la
trasbotica.
Luego, me paseó por el pueblo,
presentándome a sus vecinos como el bisnieto del farmacéutico Purriños, ese que
tiene una estatua a la entrada del pueblo. Al bar, al único bar, donde me
invitó primero él y luego los lugareños a una copa.
Después a dormir a la pensión, en una
habitación donde las sábanas estaban heladas, donde tenías que girarte sobre el
mismo sitio para que el calor de tu cuerpo calentara la cama.
Al día siguiente, tras despertar y
lavarme la cara simplemente con un dedo pasándolo por el ojo, tanto era el
frio, volví a Madrid, primero cogiendo esa guagua desvencijada hasta Palencia y
luego el tren hacia la capital de España. Cuando llegué al Colegio Mayor, ya de noche, camine hacia
las duchas, abrí el grifo, deje que el agua caliente saliera, me desnudé y
poquito a poco sentí el abrazo del agua cayendo, corriendo sobre mi cuerpo enjabonado.
Qué feliz sensación.
Acabando el mes de Octubre del maldito 2020.
quicopurriños
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