¡ABAJO EL REY! EL REFERÉNDUM Y EL RECHAZO A LA MONARQUÍA SE ABREN
CAMINO
POR JAIME PASTOR Y MIGUEL URBÁN
La república es futuro. Esta opción es ampliamente mayoritaria entre las personas menores de 40 años, aquellas que ni vivieron la transición ni pudieron votar la Constitución. Unos datos que muestran una polarización generacional y territorial notable -y entre izquierda y derecha, con una diferenciación creciente en el seno del electorado de un partido clave como el PSOE- como la principal conclusión a extraer de los resultados de la encuesta del equipo 40dB, por encargo de la Plataforma de Medios Independientes. Una encuesta que se ha tenido que realizar después de una campaña de mecenazgo popular ante el vergonzoso silencio del CIS, que lleva desde varios años sin preguntar por la valoración ciudadana de la monarquía, precisamente desde el relevo en la corona. Con todo, parece incuestionable que esta fotografía del estado de opinión actual marca unas tendencias que nos parece importante apuntar.
Entre ellas, como
ya se está resaltando desde los medios que la han promovido (La Marea, CTXT, El
Salto, Crític, Público, entre otros), la más destacable es la comprobación de
que un 48% de la población (incluyendo al 59,8 % de votantes del PSOE) se
muestra favorable a un referéndum (frente a 36,1% en contra) y que en el caso
de que se celebrara, un 40,9% votaría a favor de la república frente a un 34,9% que lo
haría por la monarquía, con un 12,9% de indecisos. Un porcentaje favorable que
llega a cotas más altas en Comunidad que como Catalunya (66,5% frente 14,6%),
País Vasco y Navarra y en las cohortes de edad menores de 65 años.
Junto a ese dato
incuestionable, que demuestra la voluntad mayoritaria de decidir sobre la forma
de Estado, es innegable también la crisis de legitimidad que sufre la monarquía
entre la población en general, la juventud en especial, y, de nuevo, entre las
Comunidades antes mencionadas. La monarquía es percibida como “una institución
de otros tiempos” por un 47,9 % de la población, que suspende a Juan Carlos I
(3,3), exige que sea juzgado por sus actos,
así como acabar con la inviolabilidad de la institución, y califica a
Felipe VI como un rey de derechas que era conocedor y beneficiario de los
negocios de su padre.
Lo que confirma el
fracaso de los intentos de desvincular al actual rey de la figura de su padre,
que no han evitado que la sombra de la corrupción emerja sobre un reinado sin
relato propio más allá del juancarlismo. A pesar de intervenciones como la del
discurso del 3 de octubre, posterior a la brutal represión contra el referéndum
del 1 de octubre de 2017, ya que, en lugar de reforzar la figura de Felipe VI,
aumentó la desafección de una parte de la sociedad, no sólo de la catalana,
hacia la institución monárquica, ligándola en cambio emocional y simbólicamente
con los sectores más reaccionarios.
Es cierto que hay
otras respuestas que reflejan que todavía hay un porcentaje significativo (con
una nota de 6,4) que cree en el mito construido en torno al papel del hoy rey
emérito durante el 23F; o un 40,1% que considera que la monarquía juega un
papel de garante de “orden y estabilidad”. Empero, sigue habiendo una respuesta
cercana al suspenso en relación con la “satisfacción” (4,6) o la “confianza”
(4,3) en esta institución y un porcentaje bajo (27,7%) que cree que la infanta
Leonor llegará a ser reina, mientras que hay división de opiniones respecto a
si “las tensiones con los nacionalismos (catalán, vasco…)” irían a peor con o
sin la monarquía. En resumen, parece innegable que el sentimiento
antimonárquico y antiborbónico de larga tradición en la historia de nuestros
pueblos está resurgiendo a ritmos que pueden acelerarse en los próximos
tiempos. Porque, como ya escribió Benito Pérez Galdós y pese a lo que nos han
querido hacer creer luego los juancarlistas, “el Borbonismo no tiene dos fases,
como creen los historiadores superficiales… Aquí y allá, en la guerra y en la
paz, es siempre el mismo, un poder arbitrario que acopla el Trono y el Altar,
para oprimir a ese pueblo infeliz y mantenerlo en la pobreza y la ignorancia”.
Es cierto también
que aparecen disparidades en torno a qué tipo de república se prefiere,
inclinándose un 48,5% por una de tipo presidencialista, frente a un 29,3% que
optaría por otra basada en su elección por el parlamento y con pocos poderes.
Esto demuestra que sigue pesando mucho todavía una concepción elitista de la
democracia en la mayoría de la ciudadanía y que será necesario un largo trabajo
que ayude a (re)generar una cultura política que sea republicana en su sentido
más profundo, o sea, participativa, deliberativa y libre de todo tipo de
despotismos para que culmine en procesos constituyentes.
Así que, en el
marco de la crisis múltiple que estamos viviendo, estos resultados nos
transmiten una tendencia clara a la erosión de una institución fundamental del
régimen del 78, con más del 70% de la población que considera necesaria una
reforma constitucional. Una demanda que sigue chocando con el miedo del
establishment a que se abra la caja de pandora en torno a qué aspectos del
texto constitucional habría que reformar, con la consiguiente polarización
entre un bloque monárquico reaccionario y el potencial bloque republicano,
(con)federal y plurinacional que toca construir en el nuevo escenario en el que
estamos entrando.
Porque, como
escribimos en el prólogo al libro colectivo de inminente publicación, ¡Abajo el
rey! Repúblicas (Sylone/viento sur), “aunque pueda haber diferentes matices
sobre el grado o lo avanzado de la crisis de régimen en la que nos encontramos,
nadie puede ignorar ya los profundos cambios que se están produciendo en el
sistema político español. Cambios que todo apunta que se agudizarán en los
próximos años, producto de la crisis multidimensional y sistémica que
atravesamos. Así lo anuncian incluso voceros del régimen que contemplan
horrorizados el futuro como una época de decadencia, la cual tiene su mayor
expresión en la ruina de la Marca España,
con su máximo representante huido a un resort de lujo en Emiratos Árabes
Unidos. Con todo, sería prematuro anunciar su definitivo ocaso (…). En el marco
de este nuevo periodo, que podemos definir de emergencia crónica global,
queremos abordar esta crisis de régimen y, en particular, la que en tiempos
recientes se manifiesta en la institución que es clave dentro del mismo, la
monarquía, cuyo grado de impunidad, corrupción y parasitismo permitido por la
propia Constitución ha provocado la legítima indignación de la gran mayoría de
la ciudadanía. Todo un mito construido desde la Inmaculada Transición se ha
venido abajo y, con él, las elites políticas, económicas y mediáticas que la
ensalzaron; algo que, por cierto, ha venido a reconocer en una clara
demostración de sinceridad Iñaki Gabilondo: “Todo esto ha abierto un capítulo
de vergüenza que ha degradado a mi generación públicamente. Se ha degradado él,
nos hemos degradado los que acompañamos el proceso. Hemos sido desnudados y yo
me siento avergonzado”.
A pesar de que los
voceros del régimen contemplan horrorizados la amenaza de una época de
decadencia, la ruina de la marca España, con su mayor representante huido a un
resort de lujo en Emiratos Árabes Unidos, sería, sin embargo, prematuro
anunciar su definitivo fracaso. No podemos subestimar la capacidad de
recomposición de las elites, ya que el bloque social plural que pueda emprender
una nueva fase destituyente es todavía débil. Nos podemos encontrar ante una
equivalencia de debilidades, con un empate catastrófico, pero asimétrico social
y territorialmente para quienes queremos derribar este estatus quo, con lo que
se podría seguir manteniendo la institución monárquica no tanto por sus
aciertos sino por nuestra falta de capacidad para acabar con ella.
Queda mucho, por
tanto, por hacer para llegar al momento republicano por el que apostamos, pero
encuestas como esta y fracasos tan estridentes como el de la campaña
publicitaria ¡Viva el Rey!, promovida recientemente por la plataforma Libre e
iguales de la trumpista Cayetana Álvarez de Toledo, nos dan más razones para
confiar en que seguiremos avanzando hasta conseguir levantar un amplio
movimiento que haga de la consigna ¡Abajo el rey! Una propuesta de futuro.
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