NO NOS ENGAÑEMOS
Tal vez hayamos acabado con Amanecer Dorado, pero no
hemos
acabado aún con el fascismo
PEDRO OLALLA ATENAS
El cierre del largo juicio de Amanecer Dorado con la condena de Giorgos Roupakias por el asesinato de Pavlos Fyssas y de numerosos diputados y miembros del partido por pertenencia a organización criminal y comisión de actos delictivos es, sin duda, una buena noticia. En especial, para Magda Fyssas, la madre del músico y activista Pavlos Fyssas, una Madre Coraje que no ha dejado de luchar un solo día por que se hiciera justicia con los asesinos de su hijo desde que éste fuera apuñalado hace ahora siete años. Una buena noticia, igualmente, para esa parte de la sociedad civil que, con valentía y con firmeza, desde la razón y la serenidad, está combatiendo en Grecia el fascismo a cara descubierta. Y una buena noticia, también, para la democracia, que no condena por ideas sino por crímenes, consciente de que sus “debilidades” son el reverso de su grandeza.
Como suele pasar,
el ambiente de congratulación por este veredicto es un río revuelto propicio
para que políticos y medios del establishment pesquen el preciado trofeo de la
ejemplaridad democrática y de la mano dura con el fascismo. Hoy tenemos el
juicio, la condena y la declaración de Amanecer Dorado como organización
criminal; y, el año pasado, tuvimos el fracaso ante las urnas (julio) y el
desmantelamiento de las infraestructuras logísticas del partido ultraderechista
(septiembre). ¿Y antes? ¿Qué tuvimos antes? Tuvimos al partido como tercera fuerza
política parlamentaria, con diputados acogidos al aforamiento, con tribuna por
parte de la prensa, con ocultación de sus sombrías actuaciones y, por qué no
decirlo, con un escaso seguimiento mediático del largo y emblemático proceso
cuyo veredicto nos emociona hoy.
La Historia nos
enseña que el fascismo nunca ha nacido de los desfavorecidos, sino, del uso que
el poder establecido hace del descontento, la impotencia y la visceralidad de
los de abajo
Sin lugar a dudas,
el asesinato de Pavlos Fyssas forzó, en su día, un cambio de actitud en la
tibieza y en la tolerancia que, hasta entonces, había demostrado el sistema. El
asesinato, ocho meses antes, de Shahzad Luqman, un emigrante pakistaní, en un
barrio céntrico de Atenas, no había sido suficiente para que Amanecer Dorado
fuera declarada organización criminal. Tampoco el de Alim Abdul Manan en 2011,
ni el de los dos emigrantes casi anónimos a los que asesinó en 1999 Pantelis
Kazakos. Ni tampoco las numerosas acciones violentas organizadas –con intentos de
asesinato incluidos– que ahora son parte del sumario. Ni tampoco lo fueron,
asimismo, los treinta y dos expedientes de acciones criminales cometidas por
miembros de Amanecer Dorado, que la policía tenía archivados y que Nikos
Dendias, entonces ministro de Orden Público y Protección del Ciudadano, entregó
al fiscal cuando alguien de arriba decidió que había que poner por fin en
marcha los engranajes de la justicia. Hasta entonces, ante actos criminales que
ahora resultan obvios, no se movió ningún fiscal ni ningún juez para tratar de
declarar a esa organización y a ese partido fuera de la ley, y muchas de las
investigaciones policiales permanecieron archivadas. Es más, hace apenas diez
meses, tuvimos incluso la propuesta, por parte de la fiscalía, ¡de que se
retiraran los cargos contra todos los enjuiciados a excepción del homicida!
No nos engañemos:
desde su fundación en 1980 por Nikos Michaloliakos –uno de los diputados
enjuiciados, de larga trayectoria filonazi–, Amanecer Dorado ha crecido a la
sombra de los partidos del establishment, en especial de Nueva Democracia –que
gobierna actualmente en mayoría absoluta– y de amplios círculos militares,
policiales, empresariales y mediáticos que han jugado a la carta de la
tolerancia y el silencio, por no decir de la omertà. ¿Qué les ha movido a ello?
¿La evitación de un posible conflicto de intereses con sus secretos
defensores?, ¿la prevención de estar a bien con ellos por lo que pueda pasar en
el futuro?, ¿acaso sus propios intereses personales?, ¿o, tal vez, alguna
inconfesable simpatía? Desde el punto de vista de la estrategia política, a los
partidos tradicionales de la derecha sin esvástica siempre les ha venido bien
la existencia (controlada) de alarmantes partidos con esvástica, pues su
discurso radicalizado y feroz ayuda a amedrentar al electorado y a situar
psicológicamente la propuesta política propia en una moderada y respetable
“aurea mediocritas”. Pero cuidado con la falsa moderación, con las políticas
insolidarias y autoritarias de “extremo centro”, con el fascismo sin esvástica.
Y cuidado también con flirtear con el fascismo.
Durante la última
década, las políticas de la Troika y de los gobiernos alineados con el dogma
del Único Camino han conducido a Grecia a una situación extrema de
depauperación y expolio, agravada además por la peor parte de una crisis
migratoria que Europa no ha sabido metabolizar. Ante una situación así –que en
otras latitudes habría generado el Cuarto Reich–, es fácil de entender que haya
en Grecia votantes, proclives a la demagogia, dispuestos a creer que la
solución a los males causados por la pleonexia del capitalismo pueda venir
acaso de la mano del fascismo. Pero la Historia nos enseña que el fascismo
nunca ha nacido de los desfavorecidos del sistema, sino, muy al contrario, del
uso que el poder establecido hace del descontento, la impotencia y la
visceralidad de los de abajo para consolidar su autoridad y sus privilegios sin
las barreras que le imponen la democracia y las conquistas del Estado de
Derecho.
Así pues, tal vez
hayamos acabado con Amanecer Dorado, pero no hemos acabado aún con el fascismo.
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