IR DESPACIO
ANÍBAL MALVAR
Acojonado quedeme
cuando supe, por eldiario.es de la tarde del 31, que un chat de Meritxell Batet
anuncia el pleno de investidura para estos días 4,5 y 7 de enero. La presidenta
del Congreso no ha convocado formalmente la sesión, pero le filtró las fechas a
los portavoces de los grupos parlamentarios para que planifiquen sus
desplazamientos y recojan su carbón el 6 de enero, que libran.
A vosotros, oh
papanoelizados lectores, os parecerá baladí mi inquietud. Pero es que en la
política de este país observo, desde hace largo rato, cosas muy raras.
Resulta que la
comunicación filtrada por Batet se produce dos días antes de que el Consell de
Esquerra Republicana avale los acuerdos entre los de Gabriel Rufián y el PSOE
para la abstención. ¿Y si ahora se enfada ERC considerando la filtración una
injerencia y detiene la investidura? Cosas peores han pasado en no tan lejanos
tiempos. Nos han infantilizado, tanto, la política, que sería hasta factible
este escenario infantil.
Hemos pasado tantos
meses sometidos a una política exclusiva de escenificación, de arlequines, de
espadachines en pelea de gallos, que cualquier chorrada, como la filtración de
Batet a los grupos, nos hace temer que se puedan alterar los frágiles
equilibrios (no voy a decir aquí de una banda de desequilibrados) que permitan
un gobierno progresista (más o menos progre, para ser exacto, o sea).
Ahora que vivimos
fechas de lágrima fácil, sería terrible, para la presunta izquierda de base de
este país, ver el castillo de naipes caerse otra vez por un suspiro neoliberal
a destiempo. Esta incertidumbre hace que, cada vez más, nos conformemos con
menos, a cambio de ver qué puede hacer ese gobierno progresista. Y eso no está
de todo mal. Quien espere mucha revolución se va a desencantar bastante pronto.
Pero eso pasa en todos los cuentos de hadas.
Desde la
desratificación fallida del 15-M hasta hoy, la expectativa de la izquierda
española ha ido rebajando sus pretensiones. Hasta conformarse con que el
señorito le ponga palo a la fregona. Supongo que así funciona la Historia, y no
es de revolucionarios quejarse.
La izquierda
española sabe asustarse muy civilizadamente, con gran fineza, y prudencia que
yo hasta calificaría de cobardía. En la Transición fue el ruido de sables, y
ahora el ascenso de Vox. Ante esos temores, reales o ficticios, pero muy
mediáticos, solemos traducir nuestros juveniles asaltos a los cielos en pactos
de mínimos algo etéreos, también algo limosneros, y con limosnas no se invierte
el rumbo de la historia. Pero ya digo que hay que ir despacio.
Yo, a veces, en mi
profunda ignorancia, no sé si me estoy haciendo viejo en este empeño de ir
despacio.
Es cierto que, a mi
edad, no puedo disimular que el miedo a unas nuevas elecciones es cósmico,
gótico y melodramático. Me hace tanta ilusión este gobierno, gordi y chuli,
como a un tonto un lápiz. Soy de los que lloró con el abrazo de Pedro y Pablo,
aunque no me atreviera a reconocerlo si no fuera por dinero en el papel o en el
plasma couché.
Como pasen unos
años más, no me va a quedar tiempo ni para seguir yendo despacio con esto de
los avances de izquierda. Supongo que habré muerto, de tanto ir despacio. De
tanto ir muerto.
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