LOS SEÑOROS DE LA RAE
JUAN CARLOS ESCUDIER
Se le piden a la
RAE cosas muy difíciles. Se pretende de un lado que una institución que rechazó
como académicas a María Moliner o a Emilia Pardo Bazán y que en sus más de 300
años de historia sólo ha acogido a nueve mujeres en sus sillones se haga feminista
de la noche a la mañana. De otro, se la requiere a la vanguardia de la
modernidad, lo que para este club, que impone en el artículo 24 de su
Reglamento comenzar y acabar sus sesiones con una antífona y unas oraciones en
latín en las que se suplica al Espíritu Santo que llene el corazón de sus
fieles y encienda en ellos el fuego de su amor mientras no deja de dar gracias
a Dios in saecula saecolorum, es como el empeño vano de pedir lana al asno. Ab
asino lanam quarere, dicho así para que se entienda. Está visto que entre
nuestros académicos hay tan pocas mujeres como ateos, agnósticos, musulmanes y budistas, o, si los hay, no se
les ha escuchado queja alguna por este motivo.
Esta semana la
Academia se ha pronunciado primero sobre la fórmula para prometer el cargo de
algunos miembros del Gobierno, y ante la referencia al ‘Consejo de Ministras’
ha recordado que es incorrecto emplear el femenino para aludir a ambos sexos,
con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del
conjunto. Y, además, ha procedido a aprobar por unanimidad el dictamen sobre el
lenguaje inclusivo en la Constitución Española que, por dos veces, le había
solicitado la vicepresidenta Carmen Calvo. Será este lunes cuando ofrezca sus
conclusiones, pero ya se ha sabido que la RAE no ha hallado incorrección
alguna. Su opinión experta es que la Carta Magna está bien redactada y que
corregirla con duplicaciones inclusivas, del estilo de consejo de ministras y
ministros o españoles y españolas, no aportaría nada y crearía confusión.
Lo que se pedía en
esta ocasión a la Academia sobrepasaba el ámbito de lo difícil para entrar en
el de lo imposible. Y lo es porque, aunque entendiera, que no lo hace, que el
idioma es una expresión del patriarcado y del androcentrismo, su misión se
limita al inventariado de palabras y expresiones, es decir, a recoger cómo se
habla pero no a intentar cambiar la forma en la que se hace. De igual manera,
considera innecesario el doble género y todas sus variables y sostiene la regla
de que el masculino, empleado de forma genérica –“los ciudadanos”- incluye al
femenino –“las ciudadanas”, sin que ello implique la invisibilidad de la mujer.
Aun a riesgo de que
uno sea tildado como un señoro impresentable, hay razones que avalan este
criterio. La fundamental es que la discriminación de la mujer no es una
cuestión de vocales. La verdadera batalla no es conseguir que el diccionario
acepte fiscala, que lo hará sin remedio si los hablantes reniegan de fiscal
como genérico, sino cerrar la brecha que existe a todos los niveles entre
hombres y mujeres, ya sea en tasas de actividad y ocupación, en liderazgo
empresarial, en derechos laborales y salarios, en el trabajo doméstico y el
cuidado familiar y en educación, además de combatir hasta la extenuación el terrorismo
machista. Es muy posible, además, que una cosa lleve a la otra sin necesidad de
empezar la casa del empoderamiento femenino por el tejado.
Cree también este
señoro que, aplicado de manera estricta, el llamado lenguaje inclusivo haría
muy difícil el simple ejercicio de hablar. Sin llegar a la burla con la que la
académica Josefina Martínez acogió en su día el encargo del Gobierno a la RAE –
“dentro de poco, en Tráfico las autoridades van a decir ‘precaución a
conductores y conductoras’; en los hospitales van a decir que no hay camas para
enfermos y para enfermas; vamos a celebrar el día de los difuntos y de las
difuntas; y seguramente tenemos que decir ‘ruega por nosotros y por nosotras,
pecadores y pecadoras’ al rezar el Padrenuestro”- es verdad que el
desdoblamiento no puede ser la regla general por simple economía del lenguaje.
Ver machismo en que
el vecino no te pregunte por tu padre y tu madre sino simplemente por tus
padres o por tus hijos, aunque sepa positivamente que haya dos que se llaman Inés
y Beatriz, es sacar los pies del tiesto. ¿Que en vez de decir profesores se
puede sustituir el término por el de profesorado? Aceptamos pulpo, pero sin que
por ello deba confundirse con sexismo lo que son las reglas gramaticales del
idioma.
Resaltaba a este
respecto el periodista Isaías Lafuente la contradicción que supone construir
genéricos femeninos del estilo del Consejo de Ministras, porque si las mujeres
no se sienten incluidas en el masculino genérico tampoco los hombres lo harán a
la inversa. Y aconsejaba con buen criterio alternativas como llamar Congreso al
Congreso de los Diputados o Consejo de Gobierno al de ministros y ministras.
Ese tendría que ser el camino de la inclusión, pero lo previsible es que a la
RAE le caigan chuzos y chuzas de punta.
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