SOBRE LAS ISLAS
GUILLEM MARTÍNEZ
En la I Guerra
Mundial, UK se enfrentó a un gran problema. No tenían ejército. Para crearlo,
el Estado hizo una gran campaña de reclutamiento. Las calles se llenaron de
carteles, con el gran héroe de la última gran guerra que se recordaba. En el
Sudán, hacía mucho, mucho tiempo. Y se crearon grandes alicientes para el
alistamiento, que lo hacían simpático y preferible. La guerra sería un paseo
hasta Berlín, de manera que se animó a ir hasta allá en grupos de amigos. Grupos
de chicos que se conocían de la escuela, de la universidad, de la fábrica, de
la misma calle, del mismo pueblo podían alistarse juntos, y recibir por ello el
premio de permanecer juntos, en el mismo destacamento. Convertir la guerra en
una aventura de amigos que se conocían de toda la vida –una vida, por otra
parte, corta, sin biografía, que apenas acariciaba la juventud rampante y
luminosa– fue un éxito, y los alistamientos fueron, así, masivos. Aquello fue
un error. Brutal. Una sola bomba –en aquella guerra se lanzaron millones de
toneladas– acababa con todos los chicos de una escuela, una universidad, una
fábrica, una misma calle, un mismo pueblo. Y eso provocaba un vacío impactante
y turbador. Un aula, una calle, un pueblo, en fin, se vaciaba, cambiaba su
paisaje y su ruido en un solo día. En aquella guerra de aprendizaje –la última
del XIX, la primera del XX– se descubrió que el hermano o el amigo no podían
luchar codo con codo, pues la desaparición de ambos, la desaparición de muchos
hermanos y muchos amigos juntos, desanimaba en la retaguardia de manera
profunda. Desde entonces no vamos juntos a la guerra. Nunca más volvió a haber
un aula, un barrio o una fábrica vacía, repleta del vacío de personas que
dejaron de existir y que nunca envejecerían. Y que todo el mundo, de alguna
manera, veía. Con el tiempo, se nos fue dificultando ir juntos a cualquier
parte. Se nos separa, de manera que pensamos que nuestra suerte, o la del
hermano, o la del amigo, es solo de cada uno. Con el tiempo, se consiguió explicarnos
que no íbamos a la guerra. O, incluso, que estábamos en la retaguardia, ese
sitio en el que, aparentemente, nadie muere, y todo está repleto de
personas, aparentemente vivas, como nosotros.
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