3* NO FUE CUESTIÓN DE ENVIDIA
VICTOR RAMIREZ
- I -
Dijo el viejo Armiche: He leído y escuchado en varias ocasiones a
paisanos nuestros que al esplen-doroso novelista Benito Pérez Galdós se le
birló el más que "merecido"
Premio Nobel por envidia. Se-gún lo
que tengo sabido y deducido, muchachos, se le negó tan sólo por razones políticas.
La eufemísticamente
mentada envidia nada tu-vo que ver,
pues don Benito fue realmente poco, casi nada, envidiado -tan sólo por ese
reducidísimo número de escritores que quisieron "triunfar" co-mo él.
En todo caso sí fue ignorado por la casi tota-lidad de los españoles, que no
sabían leer o apenas sí leían; e incluso sería despreciado y atacado por sus
adversarios ideológicos sin siquiera haber leí-do algo suyo.
Las pocas gentes
progresistas que allá leían o-bras suyas no le envidiaban, salvo -insisto-
algunos de los que se embarcaron en la zarandeada nave del proceloso arte
novelesco con la natural vani-dosa pretensión de también destacar en él. Parece
ser que no hace mucho Pancho acabó de leer un libro biográfico sobre don
Benito: ¿no es así?
En
efecto, señor Armiche. Lo leí el año pasado. Se titula Vida de Galdós y cuyo autor es Pedro Ortiz-Armengol y que tiene 920
páginas. Fue edi-tado por Grijalbo Mondadori de Barcelona, en su
colección Crítica.
Esperen
a que saque el cuadernito de apuntes, donde pergeñé unas notas extraídas de las
páginas 711 y siguientes. (Pancho sacó del bolsillo interior de su chamarra
negra una libretita roja con ban-dera nuestra independentista pegada en ambas
ta-pas). Son el comienzo del Capítulo
76, el titulado "Pretensión al Nobel y apuros
económicos, 1912-1917". Dicen así:
"El año anterior se le dio al belga
Maurice Maeter-link -lírico y dramaturgo. Galdós no tenía en su bi-blioteca obra
alguna de él, y desaprobó la elección.
También comentó que en España existían
autores con más merecimientos... para que se pensara en él".
Esto apunté de entrada, amigos. Y
recordaría yo lo que usted tantas veces nos ha insistido, señor Armiche: lo inexorablemente
perverso que acaba siendo para un escritor el dejarse enredar por las vanidosas
ambiciones de que se te premie desde el Poder.
Cierto
es, muchacho: todo galardón concedido por cualquier clase de Poder está
corrompido y es corruptor. No importa que ese galardón haya teni-do un honesto
principio, un loable objetivo inicial. Rápidamente cae su utilización -al igual
que cual-quier importante descubrimiento o avance cientí-fico- en manos del
Poder. Y los Poderes sólo saben sobornar, chantajear o silenciar –haciendo
matar inclusive. Jamás han podido hacer verdadera justi-cia, jamás, por
ineludible incapacidad natural.
Los únicos premios tangibles que considero
a-ceptables -y hay también que estar alerta si por un casual se te llega a
conceder alguno de ellos- son los instituidos espontáneamente; son los
insti-tuidos sin pretensión de continuidad: instituidos sólo para la ocasión y
por algún pequeño colectivo popular que quiera agradecerte la obra o
contratu-larse con tu aportación a la lucha por la dignifi-cación de tu gente.
Así es que me alegro de que no le
concedieran el tan ansiado por él Premio Nobel, y pese a la ne-cesidad
imperiosa de dinero que tenía el anciano don Benito -ya con casi setenta años.
Siga usted leyendo sus tan interesantes anotaciones, amigo Pancho.
En
noviembre de 1911 el muy joven escritor Tomás Borrás, en la revista España
Nueva, pidió el Premio para
el dramaturgo don Jacinto Bena-vente -que había nacido en 1866, 23 años después
que don Benito. Esta propuesta produciría otras, entre ellas una en favor de
Galdós por iniciativa del diario republicano El País, muy anticlerical: perió-dico que tanto había participado
en el tumultuoso éxito del drama galdosiano Electra.
Azorín -nacido en 1874, con 31 años menos que don Benito- aparecería entre
los escritores que apoyaban a Galdós: y
proponiendo que no se men-cionasen las actividades políticas de Galdós ni sus
ideas en religión.
Argumentaba
Azorín (ingenuamente creyendo que su triquiñuela curricular podría dar resultado entre los irredentos batuecos tan monárquicos, tan
imperial-católicos, tan serviles) que el zar de Rusia no obstaculizó nunca
la atribución de honores a Tolstoi y que la reina de Italia no
dejó de admirar al indócil Carducci; y que debería ocurrir en
Es-paña lo mismo con Pérez Galdós.
Ahí
tenemos nítidas las meritas razones, mu-chachos -interrumpió el viejo Armiche. Las ideas políticas de don Benito y sus
manifestaciones socia-les contra el catolicismo español fueron los princi-pales
obstáculos en su camino hacia el anhelado Premio Nobel.
No olvidemos que don Benito era un
combativo antimonárquico (pues en una monarquía la con-tienda política del
republicano se reduce a intentar acabar con ella), un militante intelectual
anticató-lico -que no anticristiano, por supuesto, pues para él, si había
ideología y comportamiento anticris-tianos era lo católico-, además de un
intransigente anticapitalista -que no antiburgués, entendiendo por burgués
al hombre citadino de clase media y por capitalista al parásito
codicioso explotador de sus semejantes hasta la ignominia. Continúe usted,
amigo Pancho.
La
candidatura de Benavente, por afectuoso respeto del comediógrafo madrileño
hacia don Be-nito, se retiró. Pero la batalla periodística no podía evitarse.
En la prensa santanderina El Cantábrico
se daban las primeras noticias el 25 de enero del año 1912, proponiendo a
Benito Pérez Galdós. In-cluso lanzaba la fanfarronada de que se recauda-rían
doscientas mil pesetas (equivalente aproxi-mado de las 140.000 coronas del
Premio Nobel) para donárselas a nuestro escritor en caso de que se le negare
éste.
Sin embargo el día 8 de febrero siguiente El Diario Montañés, de tendencia
católica y muy próximo a Menéndez Pelayo, lanzaba la noticia
de que el Centro Católico Montañés se adhería a la so-licitud para don
Marcelino "verdadera encarnación del
alma nacional española" (al contrario que Gal-dós, según ellos, y
razón tenían si "el alma nacional española" es la infamante
monárquica imperial-ca-tólica).
El afamado ultrahispano Herrera
Oria estaba entre esos firmantes representando a la revista El Debate. Incluso El Siglo Futuro proponía a los cató-licos españoles el envío a
Estocolmo de telegramas y tarjetas postales en apoyo de Menéndez Pelayo -sin
contar con éste-, quien, nacido en 1856 -13 años después que Galdós-, estaba
enfermo de muerte (hace tiempo leí que don Marcelino anduvo lacerado de
conciencia por la indomable satiriasis
que le sobrevino en su vejez).
Oyéndote,
amigo Pancho, lo de telegramas y tarjetas postales, recuerdo que el amigo Víctor
Ra-mírez -hoy ausente porque sigue muy atareado co-rrigiendo ejercicios
de sus alumnos- me contó algo sobre este asunto. Dijo que el poeta canario Justo
Jorge Padrón tuvo en sus manos una carta firmada por el parásito y
altanero déspota borbón Alfonso XIII en la que solicitaba a su colega el rey
sueco que no se le concediera el
Nobel a don Benito.
Dicha carta se la enseñó a Justo Jorge
Padrón el hombre que era presidente de la Academia Sueca y que se llamaba -pues
falleció en 1991- Artur Lundkvist. Éste era amigo de Justo (quien estaba casado
con una sueca), y estuvo por Canarias en los comienzos o mediados de los
setenta: hombre alto y grueso, jovial. Ignoro si esa carta fue escrita y
enviada en 1912 o en algún año anterior o poste-rior. (No olvidemos que, cuando
esto, Alfonso XIII tenía ya sobre los 26 años).
5-junio-1999
* * *
- II -
El Diario Montañés publicaría el 14 de febrero del año 12 la actitud vaticanista de L'Osservatore Romano, instando a que los
católicos se atuvieran a las normas pontificias -es decir, que atacaran a Galdós. Se recogieron firmas
en favor de Marcelino Menéndez Pelayo para obstaculizar la candidatura de don
Benito.
Insisto en que los dos eran ancianos y
jamás contenderían públicamente. Mucho se ha escrito sobre la sincera amistad
entre ambos literatos -y pese a las tan contrarias posturas ideológicas que
ellos defendían. Don Marcelino murió ese mismo año, pocos meses después de que
se iniciara la catolicísima campaña antigaldosiana.
("Las
protestas de los neos me benefician en ex-tremo. Son un estímulo para que la
gente lea mis o-bras. El día de la protesta se pidieron treinta y tan-tos
ejemplares de mi novela Gloria" –recordó Beni-to Madariaga que le había dicho
Galdós, nece-sitado obsesivo siempre de dinero, en una entre-vista).
Queda claro que la envidia no sería la
enemiga de Galdós en este asunto del Nobel. Quienes recu-rren a tal argucia lo
harán por no tener que en-frentarse a la tan natural maldad despótica de la
monarquía frente a un republicano de prestigio, a la tan soberbia maldad
castradora del catolicismo español y a la no menos incontestable maldad
de-nigrante del caciquil capitalismo parasitario.
Esas maldades han sido, y continúan siendo
más o menos camufladas, las esencias ideológicas del imperial-nacionalismo
español intransigente y dominador pasado y actual -el de ¡vivan las caenas! y ¡ande yo
caliente y ríase la gente! Los nacio-nalistas españoles benéficos (como Larra,
Max Aub, Corpus Bargas, García Lorca, Antonio Ma-chado, Juan Ramón Jiménez,
Goya, León Felipe, Luis Cernuda, Américo Castro, Salvador de Ma-dariaga
y tantos otros), solidarios ellos con los de-más nacionalismos siempre,
respetuosos interna-cionalistas siempre, fueron también víctimas del
nacional-catolicismo imperante español: suicidán-dose, siendo ejecutados y
encarcelados o exiliándo-se definitivamente. Siga usted, amigo Pancho.
La
Academia de Medicina propuso a Galdós, la de la Lengua -sí, ¡sí!- a Menéndez
Pelayo. Tres mil estudiantes firmaron un
escrito oponiéndose a la concesión del Nobel a un autor –Galdós- del que no admiraban el talento ni
consideraban como dogma lo que éste había producido.
Ahora
interrumpió el apellidado Miranda: Sí, señores, tres mil estudiantes ¡en aquel tiempo... cuando casi el noventa por
ciento de los españoles eran analfabetos plenos! No me negarán ustedes que a la
Universidad se va principalmente para a-cabar de adocenar tu espíritu, para
acabar de do-meñar las ansias de rebeldía intelectual, para aca-bar de
aborrecer a quienes literaria o artística o científicamente continúan pugnando
por la bús-queda veraz de caminos dignificadores al servicio de sus semejantes
más desfavorecidos, para -salvo pocas y sufridas excepciones- pudrirse el alma
y tener como única meta existencial el abarrotarse de dinero aprovechándose de
–incluso perjudican-do a- los demás.
Tiene
usted mucha razón, señor Armiche: toda instituición y todo organismo públicos
que depen-dan de los poderes político-sociales solamente podrán ser
instrumentos represores al servicio de éstos. ¿Para qué engañarnos? Perdona la
interrup-ción, Pancho).
La Época, en
noviembre de 1911-, recalcó: "para
la mayoría de los españoles el escritor era, an-tes que nada, el presidente de
la Coalición republica-no-socialista que acababa de producir graves suce-sos
subversivos, y sangrientos, en la patria".
Y el extraño obispo de Jaca, Antolín
López Peláez -de humanidad rotunda-, intervino en un tono moderador,
puesto que sin tapujos admiraba a don Benito. Lamentaba las campañas del
escritor contra la Iglesia -cierto; pero pedía que se le reco-nocieran sus
méritos literarios, dignos del Premio Nobel, y que no se opusieran a su
concesión. Por ello fue combatido el
pobrecillo monseñor Antolín López Peláez desde las dos facciones (con Pérez
Gal-dós sufriendo por su casi ceguera y escasa movili-dad, y con Menéndez
Pelayo a punto de morir)
Don Benito recibiría los apoyos de Ramón
y Cajal, de Echegaray, de Romanones -¡sí! La peti-ción del
Nobel sería registrada en la Legación de Suecia en Madrid a mediados de febrero
del men-tado 1912, y competían treintiún europeos y el norteamericano Henry
James. Pérez Galdós fue presentado por los académicos Picón,
Echegaray, Sellés, Carracido, recibiendo -además- el respaldo de unos
quinientos escritores y artistas.
Entre los competidores españoles del
guanche hispanizado Galdós estaban el profesor R. Altami-ra, el poeta Salvador
Rueda, el escritor Angel Gui-merá. De los otros
europeos destacaban Bernard Shaw, Anatole France, Bergson.
El informe "académico" sobre don
Benito cons-tará de veintinueve folios. Fue realizado por Göran Björkman,
firmándolo éste el 1 de mayo de 1912. Entre otras observaciones el señor
Björkman a-puntó el tan certero manido tópico de que "España es el país de los extremos. Así ocurre con este es-critor,
puesto en las nubes por los del partido políti-co en que milita y negado por
los adversarios".
Aquel año eligieron -siempre
políticamente, claro- al alemán Hauptmann y en el siguiente -1913-
al indio britanizado Rabindramath Tagore. Berkowitz,
biógrafo galdosiano, dejará escrito a-ños después: "ni siquiera sus más íntimos amigos conocieron cómo tomó Galdós su
fracaso. Cuando se conoció el fallo de la atribución del Nobel, el escritor
estaba preocupado con algo más grave: la visión del ojo derecho disminuía
rápidamente y para evitar la ceguera total hubo de someterse a una segunda
ope-ración el día 5 de abril de 1912".
Ya les dije que el contrincante enarbolado
con-tra nuestro paisano por la España irredenta (la pa-triotera España
católica, monárquica y capitalista-caciquil), el cántabro Marcelino Menéndez
Pelayo, había fallecido el 19 de marzo anterior.
22-junio-1999
* * *
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