“AÚN UNA
ESPERANZA” (DEL LIBRO “UNA APROXIMACIÓN A LA NUEVA LITERATURA CANARIA”, EDITADO
EN 1985
JORGE
RODRÍGUREZ PADRÓN
La obra de
V.R. se reduce, por el momento, a un solo libro, que reúne dos largas
narraciones, y a algunos cuentos publicados en diversas revistas españolas (Cam
de l’arpa, Fablas…) o en los periódicos insulares.
En los
círculos interesados se sigue esperando la publicación de su novela larga,
repetidamente anunciada, “Los alimoches”,
que podría servir como confirmación de sus indiscutibles calidades como
narrador.
Puede incluso que esa novela, habida cuenta el tiempo que lleva
de maduración, haya cambiado su título para cuando vaya a publicarse.
De todas
formas damos la referencia por lo que pueda tener de anuncio para un
acontecimiento que se aguarda siempre esperanzadoramente.
Hasta ahora,
con sólo “Cada cual arrastra su sombra” (*)
V.R. no sólo ha llamado la atención de la crítica más avisada, sino que ha sido
el narrador que más ha sorprendido entre los de su generación, porque sus relatos
tienen como objetivo la valoración literaria de la lengua popular, de las
peculiaridades del lenguaje colooquial isleño, para alcanzar con ello una obra
artística que penetra –precisamente por medio de esa manipulación de la
escritura- en los problemas de esa realidad inmediata, reflejada en niveles
sociales marginados o que viven de espaldas a la realidad oficial.
La prosa de V.R. se adivina así como una de las posibilidades
más ricas de la literatura hecha en las islas en los últimos años; de la constancia
y el entusiasmo que el escritor ponga en su trabajo hay que esperar que su obra
llegue a completar el camino que le cumple andar, y que su novela próxima sea
tan sorprendente y valiosa como su primera entrega publicada.
De V.R. es
imprescindible hablar cuando se intenta una aproximación al fenómeno de la
nueva narrativa en Canarias, puesto que su obra es una de las piezas
importantes de ese conjunto tan vario e interesante, y porque el camino en que
está empeñado es de los más originales.
Su libro fue recibido primero con cierta tibieza, a la que ya
estamos acostumbrados, para luego convertirse se el centro de ataracción para
lectoros y críticos. Este libro, sim embargo y puedo decirlo sin que exista el
menor asomo de duda, es, cuando menos, sugestivo, atrayente, máxime si tenemos
en cuenta que su autor habría trabajado en silencio, paciente y certeramente
hasta su publicación.
Es más,
V.R., según parece, es un escritor decididamente inclinado a la prosa; escritor
que pone todo su empeño y esfuerzo, toda la tenacidad que descubrimos cuando
nos habla (gesto y voz son firmísimos, y hastta amenazantes en ocasiones), en
estudiar y experimentar todas las posibilidades estructurales y expresivas de
la narración.
VR tiene algo de caballero andante, de luchador a pecho
descubierto, con pureza ejemplar, contra los problemas de la vida y la
literatura. Oyéndolo, contagiándonos de su fe, podemos estar ciertos de la
inmediata existencia de una narrativa canaria que, desposeída de todo falso
folklorismo, de todo falso aditamento costumbrista, incluso de toda limitación
lingüística, sea válida y eficaz.
Una narrativa que por su temática y sus formas sea expresión
fiel de las peculiaridades regionales, pero que al propio tiempo (y porque
recoge aquello que más importa) tenga un sentido y sea eficaz en el contexto
cultural de la lengua en que se escribe.
En otro
lugar he insistido sobre la urgente necesidad de nuestra manifestación
literaria; se hace preciso dejar de hacer una obra que siga haciéndonos volver
hacia adentro, que deje de definirnos en el mismo repetido cíirculo vicioso, cerrado y enervante, y se vuelva con
empeño, incluso con terca insistencia, hacia lo que pueda significar una manifestación artística que nos explique con eficacia y rigor.
Necesitamos abrir esa labor, además, a un ámbito más
universalizado, hacia un receptor más amplio y que logre entendernos; y al
propio tiempo se necesita un estudio sobre las capacidades expresivas de una
lengua que, al no ser propia y distinta de la hablada por la comunidad cultural
a la que pertenece, se rebela y resiste con mayor fuerza a cualquier
peculiaridad.
No podemos seguir pagando un tributo baldío a esa habla
pretendidamente canaria , que no es
sino una vulgar y fraudulenta transcripción de peculiaridades fonéticas que
definen un habla de tránsito directa y evidentemente emanada del castellano.
Reflejar una
problemática peculiar, explícitar ese sentido particular de la región, requiere
un aprovechamiento y valoración del léxico y de la sintaxis, de expresividad y
evocación significativas, muy distinto de los que se han venido prodigando
hasta ahora.
Por ello nos ha interesado especialmente la obra de VR, porque
en ella se dan cita todas estas cuestiones, y se apunta más de una solución
cargada de verdadero sentido literario.
“Cada cual arrastra su sombra” agrupa dos amplios relatos que a pesar de ser
distinto en su enfoque y desarrollo, parten de una misma clave: la
imposibilidad y la frustración que provoca en el hombre una evidente situcaión
de subdesarrollo socio-cultural.
No sé si el autor se plantéo previamente esta cuestión, pero lo cierto es que, si el
libro importa como expresión y como explicación de una problemática insular, lo
es porque se entronca con esa coyuntura crítica. Y también porque consigue
despegarse del falso pastiche en que ha dado ese concepto de lo canario, ya vacío de tanto que se ha
abusado de él: un concepto tan traído y llevado en narraciones, poemas o
sainetes pseudo-teatrales.
Por eso, y
porque muestra una sabio manejo de la perculiaridades expresivas isleñas.
Ahora bien.
No creo que esto sea todo. El libro me parece ejemplar por muchas otras
razoones: por su riguroso orden interno, por la perfecta sincronización de los
elementos que se dan cita en él, por cómo se manejan éstos, cómo se conducen y
aprovechan con inteligente fluidez.
La sintaxis nunca es elemental a pesar de lo escueto y lacónico,
sino que se muestra serenamente estudiada, penetrantemente analizada y
trabajada, para resolver problemas estilístico y expresivos.
Y no sólo por lo que respecta a la construcción global, donde
diálogo, narración y descripción, monólogo o reflexión, se aglutinan en un solo
bloque que, en modo alguno, resulta envarado y falso, sino también en el caso
concreto de determinadas situaciones a las que hay que solucionar
literariamente con una determinada forma también:
(“Y al que despacha le temblaba el pulso cuando
apretuñó un tronquito de lápiz roñoso entre los dedos de su mano zurda y
garabateó sobre el zinc del mostrador, moviendo los labios como si musitara. Y
siete son veincicinco, me llevo dos. El esfuerzo mental era respetable,
fatigoso. Y yo no me llamo Cristobalito, gracioso el muchacho, y que tenga que
cobrar una porquería después de todo, cuando esto no hay dinero en el mundo con
que pagarme, encima chanzas, Cristobalito dice el simpático. Se perdió en la
suma y tuvo que comenzar de nuevo. Ocho y nueve son diez yyyy siete, y seis
son.”)
Repárese
que, en el primer relato (el segundo está montado sobre la linealidad de un
largo y sostenido monólogo interior), existe un esquema alternado,
entrecruzado, que va a desembocar en un mismo final ( final nada truculento,
justo, contenido, natural), sin que en ningún momento se nos ponga en
antecedente de tal circunstancia.
Personajes y situaciones se definen con su sola presencia, por
lo que dicen y por lo que hacen, nunca salen de las palabras del autor, de las
fórmulas que éste puede haber asimilado literalmente, sino que se escurre por
entre los pliegues del propio relato y sólo surge de vez en vez para comentar,
o acotar, los sucesos, o para participar en ellos. De ahí el constante juego de
traslación temporal, en ningún momento chocante nunca falso:
(El que despachaba, cuando habla, ganguea; por
eso apenas habla, pero piensa mucho que habla; y él solito, en su mente,
entabla sustanciosas conversaciones, interpelándose, animándose, se insulta, se
disculpa; acabará chiflado. Pero por fin cobró, una verdadera birria; y dice el
puerco ese que si se ha roto algo, ¿por qué no van a dar la lata al Cacatúa
Dorado y así verán que no hace falta romper nada para que les levanten el
sueldo de un mes, ¡borrachos!?)
Todos estos
rasgos están dando testimonio de la rigurosa precisión de la mirada de su
autor. Mira y sabe mirar, sabe penetrar en la realidad y traspasarla, volcarla
en la obra literaria con sentido, con entidad propia, con su punta de irónica
crueldad, como se deja entrever frecuentemente en “El arranque”, memoria íntima e inconfensable de un casi
esperpéntico personaje y que constituye el segundo relato de los contenidos en
este volumen.
Sigo prefiriendo, sin embargo, el primero, más hecho, más
válido, menos limitado, con mayor dimensión: lo que no le priva en ciertas
ocasiones de excesiva localización, lo que puede coartar su capacidad más relevante.
No pretendo
con estas notas que ahora concluyen señalar a este escritor como difinitivo. Él
mismo sabe que no ha hecho sino empezar; quizás la lenta elaboración de su
novela se debe precisamente a ello.
De todas formas las esperanzas puestas en nuestro autor estoy
seguro de que no serán defraudadas, porque V.R. tiene dos virtudes
imprescindibles para salir airoso en el camino que ha iniciado: facilidad para
concebir el relato y valentía para entrar al saco en el lenguaje y
personalizarlo con rigor.
Este su primer libro, aun en su brevedad, no puede ser
considerado como una obra aislada y casual, sino el principio de una necesaria
y valiosa continuidad.
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