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sábado, 4 de enero de 2020

“AÚN UNA ESPERANZA” (DEL LIBRO “UNA APROXIMACIÓN A LA NUEVA LITERATURA CANARIA”, EDITADO EN 1985


“AÚN UNA ESPERANZA” (DEL LIBRO “UNA APROXIMACIÓN A LA NUEVA LITERATURA CANARIA”, EDITADO EN 1985
JORGE RODRÍGUREZ PADRÓN
La obra de V.R. se reduce, por el momento, a un solo libro, que reúne dos largas narraciones, y a algunos cuentos publicados en diversas revistas españolas (Cam de l’arpa, Fablas…) o en los periódicos insulares.

En los círculos interesados se sigue esperando la publicación de su novela larga, repetidamente anunciada, “Los alimoches”, que podría servir como confirmación de sus indiscutibles calidades como narrador.
Puede incluso que esa novela, habida cuenta el tiempo que lleva de maduración, haya cambiado su título para cuando vaya a publicarse.
De todas formas damos la referencia por lo que pueda tener de anuncio para un acontecimiento que se aguarda siempre esperanzadoramente.


Hasta ahora, con sólo “Cada cual arrastra su sombra” (*) V.R. no sólo ha llamado la atención de la crítica más avisada, sino que ha sido el narrador que más ha sorprendido entre los de su generación, porque sus relatos tienen como objetivo la valoración literaria de la lengua popular, de las peculiaridades del lenguaje colooquial isleño, para alcanzar con ello una obra artística que penetra –precisamente por medio de esa manipulación de la escritura- en los problemas de esa realidad inmediata, reflejada en niveles sociales marginados o que viven de espaldas a la realidad oficial.
La prosa de V.R. se adivina así como una de las posibilidades más ricas de la literatura hecha en las islas en los últimos años; de la constancia y el entusiasmo que el escritor ponga en su trabajo hay que esperar que su obra llegue a completar el camino que le cumple andar, y que su novela próxima sea tan sorprendente y valiosa como su primera entrega publicada.

De V.R. es imprescindible hablar cuando se intenta una aproximación al fenómeno de la nueva narrativa en Canarias, puesto que su obra es una de las piezas importantes de ese conjunto tan vario e interesante, y porque el camino en que está empeñado es de los más originales.
Su libro fue recibido primero con cierta tibieza, a la que ya estamos acostumbrados, para luego convertirse se el centro de ataracción para lectoros y críticos. Este libro, sim embargo y puedo decirlo sin que exista el menor asomo de duda, es, cuando menos, sugestivo, atrayente, máxime si tenemos en cuenta que su autor habría trabajado en silencio, paciente y certeramente hasta su publicación.

Es más, V.R., según parece, es un escritor decididamente inclinado a la prosa; escritor que pone todo su empeño y esfuerzo, toda la tenacidad que descubrimos cuando nos habla (gesto y voz son firmísimos, y hastta amenazantes en ocasiones), en estudiar y experimentar todas las posibilidades estructurales y expresivas de la narración.
VR tiene algo de caballero andante, de luchador a pecho descubierto, con pureza ejemplar, contra los problemas de la vida y la literatura. Oyéndolo, contagiándonos de su fe, podemos estar ciertos de la inmediata existencia de una narrativa canaria que, desposeída de todo falso folklorismo, de todo falso aditamento costumbrista, incluso de toda limitación lingüística, sea válida y eficaz.
Una narrativa que por su temática y sus formas sea expresión fiel de las peculiaridades regionales, pero que al propio tiempo (y porque recoge aquello que más importa) tenga un sentido y sea eficaz en el contexto cultural de la lengua en que se escribe.

En otro lugar he insistido sobre la urgente necesidad de nuestra manifestación literaria; se hace preciso dejar de hacer una obra que siga haciéndonos volver hacia adentro, que deje de definirnos en el mismo repetido cíirculo  vicioso, cerrado y enervante, y se vuelva con empeño, incluso con terca insistencia, hacia lo que pueda significar  una manifestación artística que nos explique con eficacia y rigor.
Necesitamos abrir esa labor, además, a un ámbito más universalizado, hacia un receptor más amplio y que logre entendernos; y al propio tiempo se necesita un estudio sobre las capacidades expresivas de una lengua que, al no ser propia y distinta de la hablada por la comunidad cultural a la que pertenece, se rebela y resiste con mayor fuerza a cualquier peculiaridad.
No podemos seguir pagando un tributo baldío a esa habla pretendidamente canaria , que no es sino una vulgar y fraudulenta transcripción de peculiaridades fonéticas que definen un habla de tránsito directa y evidentemente emanada del castellano.

Reflejar una problemática peculiar, explícitar ese sentido particular de la región, requiere un aprovechamiento y valoración del léxico y de la sintaxis, de expresividad y evocación significativas, muy distinto de los que se han venido prodigando hasta ahora.
Por ello nos ha interesado especialmente la obra de VR, porque en ella se dan cita todas estas cuestiones, y se apunta más de una solución cargada de verdadero sentido literario.

“Cada cual arrastra su sombra” agrupa dos amplios relatos que a pesar de ser distinto en su enfoque y desarrollo, parten de una misma clave: la imposibilidad y la frustración que provoca en el hombre una evidente situcaión de subdesarrollo socio-cultural.
No sé si el autor se plantéo previamente  esta cuestión, pero lo cierto es que, si el libro importa como expresión y como explicación de una problemática insular, lo es porque se entronca con esa coyuntura crítica. Y también porque consigue despegarse del falso pastiche en que ha dado ese concepto de lo canario, ya vacío de tanto que se ha abusado de él: un concepto tan traído y llevado en narraciones, poemas o sainetes pseudo-teatrales.
Por eso, y porque muestra una sabio manejo de la perculiaridades expresivas isleñas.

Ahora bien. No creo que esto sea todo. El libro me parece ejemplar por muchas otras razoones: por su riguroso orden interno, por la perfecta sincronización de los elementos que se dan cita en él, por cómo se manejan éstos, cómo se conducen y aprovechan con inteligente fluidez.
La sintaxis nunca es elemental a pesar de lo escueto y lacónico, sino que se muestra serenamente estudiada, penetrantemente analizada y trabajada, para resolver problemas estilístico y expresivos.
Y no sólo por lo que respecta a la construcción global, donde diálogo, narración y descripción, monólogo o reflexión, se aglutinan en un solo bloque que, en modo alguno, resulta envarado y falso, sino también en el caso concreto de determinadas situaciones a las que hay que solucionar literariamente con una determinada forma también:
(“Y al que despacha le temblaba el pulso cuando apretuñó un tronquito de lápiz roñoso entre los dedos de su mano zurda y garabateó sobre el zinc del mostrador, moviendo los labios como si musitara. Y siete son veincicinco, me llevo dos. El esfuerzo mental era respetable, fatigoso. Y yo no me llamo Cristobalito, gracioso el muchacho, y que tenga que cobrar una porquería después de todo, cuando esto no hay dinero en el mundo con que pagarme, encima chanzas, Cristobalito dice el simpático. Se perdió en la suma y tuvo que comenzar de nuevo. Ocho y nueve son diez yyyy siete, y seis son.”)

Repárese que, en el primer relato (el segundo está montado sobre la linealidad de un largo y sostenido monólogo interior), existe un esquema alternado, entrecruzado, que va a desembocar en un mismo final ( final nada truculento, justo, contenido, natural), sin que en ningún momento se nos ponga en antecedente de tal circunstancia.
Personajes y situaciones se definen con su sola presencia, por lo que dicen y por lo que hacen, nunca salen de las palabras del autor, de las fórmulas que éste puede haber asimilado literalmente, sino que se escurre por entre los pliegues del propio relato y sólo surge de vez en vez para comentar, o acotar, los sucesos, o para participar en ellos. De ahí el constante juego de traslación temporal, en ningún momento chocante nunca falso:
(El que despachaba, cuando habla, ganguea; por eso apenas habla, pero piensa mucho que habla; y él solito, en su mente, entabla sustanciosas conversaciones, interpelándose, animándose, se insulta, se disculpa; acabará chiflado. Pero por fin cobró, una verdadera birria; y dice el puerco ese que si se ha roto algo, ¿por qué no van a dar la lata al Cacatúa Dorado y así verán que no hace falta romper nada para que les levanten el sueldo de un mes, ¡borrachos!?)

Todos estos rasgos están dando testimonio de la rigurosa precisión de la mirada de su autor. Mira y sabe mirar, sabe penetrar en la realidad y traspasarla, volcarla en la obra literaria con sentido, con entidad propia, con su punta de irónica crueldad, como se deja entrever frecuentemente en “El arranque”, memoria íntima e inconfensable de un casi esperpéntico personaje y que constituye el segundo relato de los contenidos en este volumen.
Sigo prefiriendo, sin embargo, el primero, más hecho, más válido, menos limitado, con mayor dimensión: lo que no le priva en ciertas ocasiones de excesiva localización, lo que puede coartar su capacidad más relevante.

No pretendo con estas notas que ahora concluyen señalar a este escritor como difinitivo. Él mismo sabe que no ha hecho sino empezar; quizás la lenta elaboración de su novela se debe precisamente a ello.
De todas formas las esperanzas puestas en nuestro autor estoy seguro de que no serán defraudadas, porque V.R. tiene dos virtudes imprescindibles para salir airoso en el camino que ha iniciado: facilidad para concebir el relato y valentía para entrar al saco en el lenguaje y personalizarlo con rigor.
Este su primer libro, aun en su brevedad, no puede ser considerado como una obra aislada y casual, sino el principio de una necesaria y valiosa continuidad.


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