POR: EDUARDO SANGUINETTI,
FILÓSOFO
El
1º de mayo de 1886 200.000 trabajadores estadounidenses iniciaron una huelga
reclamando que la duración legal de la jornada de trabajo fuera de 8 horas. A
finales de 1886 las patronales accedieron a otorgar la jornada de 8 horas de
trabajo a centenares de miles de trabajadores, marcando este hecho un punto de
inflexión en el movimiento obrero mundial.
Bien,
en este caso de celebraciones sin sentido vital, hoy, la realidad duerme sobre
la mentira, es un espectro en este mundo de gobernantes estafadores que se
acuestan con las multinacionales, que todo lo manipulan… gobiernos y
corporacionistas que van tras el lucro y la explotación de los trabajadores,
que celebran su día, con hambre y en estado de indigencia, insatisfacción y
humillación.
En
la actualidad la mayoría de las naciones del mundo conmemoran el día 1º de Mayo
como el Día Internacional de los Trabajadores, salvo los países de colonización
británica concreta, que lo celebran en otra fecha, para evitar movilizaciones
radicales y socialistas, que causen disturbios en tan magna celebración, pues
no hay nada que celebrar, salvo que todo sigue igual o peor.
Hoy,
ante el triunfo del neoliberalismo genocida en todas las naciones, con su
tendencia de ir tras las ganancias de activos incorpóreos junto al poder
concentrado en manos de pocos que provocan confrontaciones entre pueblos… la
satisfacción de los trabajadores no es una preocupación para las empresas, ni
para los gobiernos… jamás lo ha sido en la historia, basta remitirse al origen,
pues el trabajo fue considerado a lo largo de siglos una actividad
despreciable, que con el capitalismo y la división del trabajo suma degradación
en calidad de ser, con dolor, sufrimiento y humillación a quien lo ejerce.
Un
informe publicado por Gallup en 2013, revela que sólo el 13% de los
trabajadores se sienten atraídos por sus empleos. Dicho de otro modo, el
trabajo es más una fuente de frustración para el 90% de los trabajadores del
mundo.
Me
pregunto qué sentido tiene hoy la celebración del 1º de Mayo si en espacio y
tiempo, se plantea una situación similar a la planteada hace un siglo y medio,
salvo que en aquel entonces se podía aspirar a superar los conflictos con una
revolución.
Es
imposible dar espacio a una mentalidad revolucionaria hoy erradicada del sentir
y pensar de los pueblos, que viven en estado de anestesia y resignación el
espectáculo insano que propone y ejecuta el neoliberalismo. Simulación de un
simulacro, en un espacio de libertad condicional que tiene como marco de
¿legalidad? el creer existir en una democracia procedimental.
La
democracia procedimental carece de todo contenido ético y no le interesa la
defensa de ningún valor, salvo la coherencia con las normas del sistema de poder:
la democracia reducida a una maquinaria de contenido procesal. Nos convierte en
sociedades anónimas.
Un
totalitarismo subliminal ha sentado reales en el mundo, devenido en la puesta
en acto de conductas socioculturales y políticas compactas, con la inestimable
ayuda de las “tecnologías de punta”, que penetran la epidermis del tejido
social, degradándolo y convirtiéndolo en un objeto del destino con la valiosa
complicidad de las fuerzas vivas del capitalismo empresario, la Iglesia, las
Fuerzas Armadas y los partidos políticos, en el crepúsculo de sus funciones de
ser legítimos representantes de los pueblos.
El
“estado de las cosas” queda resumido magníficamente en esta expresión lanzada
por el expresidente José Mujica, al diario El País de Madrid en inicios de
2014: “Los presidentes somos juguetes del poder financiero global”.
Ante
esta frase, ¿qué nos queda por hacer? me pregunto, pues nada más sepultado que
el sentido popular que desde el subsuelo, donde palpita, puede brotar algún día
en un preciso momento, en el instante decisivo, fundar el día del hombre
trabajador, digno y libre. Por ahora un deseo y una desesperación, de millones
de trabajadores sin trabajo, infancias hambreadas y de pies desnudos.
Dentro
de la bestial política latinoamericana se encierran cinco siglos de tragedia y
desventura, cual siniestro karma… de un siglo a otro, y de forma inalterable,
perseveró la misma consigna de dolor y fracaso para el trabajador.
La
conquista española le pasó la posta a la colonia y esta al feudalismo criollo,
que perdura a pesar del discurso cómplice de quienes dicen gobernar en nombre
de la igualdad y libertad, de la fraternidad y la verdad: estafadores y
ladrones de la vida de los pueblos, quienes se manifiestan alegremente,
pactando bajo la luz de neón con los eternos enemigos de Latinoamérica y sus
habitantes. El feudalismo nativo pactó su comodato con los imperios del norte,
en plena vigencia de eliminar civilizaciones milenarias.
Las
ciencias políticas importadas de los bunkers de la comedia imperialista
neoliberal son cada vez más sutiles cuando teorizan sobre el genocidio de
pueblos, sometidos a fuego de artillería, que como paisaje natural soportan el
delirio de psicópatas, con anuencia de todos los gobiernos latinoamericanos,
tan silenciosos en el momento de denunciar a viva voz el asesinato de cientos
de miles de civiles en Siria, por naciones europeas y EEUU.
La
especulativa y destartalada teoría de lograr llegar a que los trabajadores
conquisten sus derechos, en transformación gradual, es una patraña infecta,
causa primera y única de nuestra constante frustración de no haber logrado
alcanzar la unidad de nuestra Latinoamérica, tan fragmentada y balcanizada.
Todo
cambio de estado, de búsqueda de libertad y de igualdad en los habitantes de un
territorio, no se gana sin una revolución real y concreta, basta remitirse a la
historia de naciones como Inglaterra, Francia, Estados Unidos, basta de
engaños, pues sobre una economía feudal no pueden prosperar ni funcionar
instituciones democráticas.
En
este 1º de mayo, meditemos que nunca se debe considerar el patriotismo con
criterios de torpe exclusivismo. Es un deber irrenunciable defender con energía
lo que constituirá una personalidad nacional a nivel continental e imprimirá
carácter a la tan proclamada Patria Grande. Un horizonte a alcanzar, hoy
demasiado lejano, que ocupará en caso de cristalizarse, un sitial de honor en
la Historia del Hombre.
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