LA DANZA
DUNIA SÁNCHEZ
Es
hora de levantar, se dice. Llueve con las palabras solemnes de la eternidad. Es
hora de danzar, se dice. Se mira en un espejo. Cuerpo pulido a través de los
años, de los sueños. Solo un slip se pondría esta vez. Quería lucir su desnudez
a todos los transeúntes que pasarán. Se embardunó de aceite para resalta así su
fina musculatura. Pero llovía. Un cielo gris se perfilaba ante sus ojos. Salió
bajo su techo y comenzó con sus deseos, danzar y danzar. Aceras húmedas le
hacían casi resbalar a sus pies descalzos. Le daba igual. La gente lo miraba en
sus movimientos perfectos, en esos instantes que su brío navegaba en la
verticalidad. Y danzaba y danzaba a medida que la jornada ceniza avanza. Su
rostro era dudoso. Era hombre o mujer. No se sabía. Solo su cuerpo y bajo su
vientre delataba su sexo. Y entre más lo
observaban se sentía más impulsado a su danza. Su fibrosa sustancia más el
rigor de sus posturas atraían a cada mirada. Un espectro de tristeza se le veía
en sus ojos idos. Una belleza que sin igual colmaba a todos los que pasaban.
Hombre o mujer. Qué más da, pienso. Las
finas gotas no cesaban. Su ser impulsado por los que lo miraban se dejo caer
cuando la tarde sucumbía en una noche larga y perezosa. La neblina lo abrigó
pero él seguía y seguía en su sudor, en su llanto, en su dignidad. Ceso la
lluvia y los nubarrones es escurrían en la fuga. Una luna esplendorosa y
armónica nacía al son que él, que ella seguía y seguía. No pararía. No quería
parar en la hermosa plateada. Así continuó con el esplendor de sus muecas
corpóreas. El cansancio no llegaba. El cansancio eclipsado por su éxtasis.
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