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miércoles, 14 de octubre de 2015

LA DANZA

LA DANZA

DUNIA SÁNCHEZ

Es hora de levantar, se dice. Llueve con las palabras solemnes de la eternidad. Es hora de danzar, se dice. Se mira en un espejo. Cuerpo pulido a través de los años, de los sueños. Solo un slip se pondría esta vez. Quería lucir su desnudez a todos los transeúntes que pasarán. Se embardunó de aceite para resalta así su fina musculatura. Pero llovía. Un cielo gris se perfilaba ante sus ojos. Salió bajo su techo y comenzó con sus deseos, danzar y danzar. Aceras húmedas le hacían casi resbalar a sus pies descalzos. Le daba igual. La gente lo miraba en sus movimientos perfectos, en esos instantes que su brío navegaba en la verticalidad. Y danzaba y danzaba a medida que la jornada ceniza avanza. Su rostro era dudoso. Era hombre o mujer. No se sabía. Solo su cuerpo y bajo su vientre delataba su sexo.  Y entre más lo observaban se sentía más impulsado a su danza. Su fibrosa sustancia más el rigor de sus posturas atraían a cada mirada. Un espectro de tristeza se le veía en sus ojos idos. Una belleza que sin igual colmaba a todos los que pasaban. Hombre o mujer. Qué más da, pienso.  Las finas gotas no cesaban. Su ser impulsado por los que lo miraban se dejo caer cuando la tarde sucumbía en una noche larga y perezosa. La neblina lo abrigó pero él seguía y seguía en su sudor, en su llanto, en su dignidad. Ceso la lluvia y los nubarrones es escurrían en la fuga. Una luna esplendorosa y armónica nacía al son que él, que ella seguía y seguía. No pararía. No quería parar en la hermosa plateada. Así continuó con el esplendor de sus muecas corpóreas. El cansancio no llegaba. El cansancio eclipsado por su éxtasis. 

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