INFORMACIÓN Y DEMOCRACIA
POR EDUARDO SANGUINETTI
Se manifiesta
de manera rotunda y permanente que la democracia es un sistema político en el
que los ciudadanos tienen una voz importante en los asuntos públicos; entonces,
la ciudadanía no puede permanecer desinformada respecto de esos asuntos
públicos… Sin embargo, en la realidad no se ve cristalizado lo manifestado,
pues pocas veces en la historia de la humanidad, los pueblos han vivido en el
estado de incertidumbre respecto al devenir de sus existencias, como en este
presente difuso por el que transitamos.
Parecería, como
lo demuestra de manera magnífica y elocuente nuestra imagen de la realidad, que
la democracia no requiere de sabios, de un pueblo cultivado o ilustrado, sino
de una comunidad suficientemente informada, que tenga alguna idea y una imagen
de lo que sucede.
Ahora bien,
¿qué significa una comunidad “suficientemente informada”? Reconozco que no sé
cómo definir este interrogante, pero sí puedo asegurar cuándo una comunidad
está “suficientemente desinformada”.
La eficacia
escatológica de las imágenes que día a día presentan los medios audiovisuales,
de accidentes ‘anunciados’, homicidios a repetición, violaciones en serie,
genocidios amparados por organismos disfuncionales, aniquilan las palabras, torpes
y simuladas, de funcionarios y periodistas, intentando decir “algo”, acerca de
los luctuosos sucesos que se proyectan sin cesar, de las imágenes del desastre
del día. Puedo decir que la televisión es la agencia más grande de formación de
opinión pública, puesto que la información es la piedra angular de la formación
de la opinión pública.
A mi entender,
la información debe ejercerse desde la dialéctica, acompañada de la imagen de
quien la ejerce en discurso, en contenido, y esta debe estar sujeta a un
monitoreo que pueda ser clasificable en términos de veracidad, falsedad,
credibilidad, precisión etc., pero debe evaluarse. Al informar, no lo dudo,
debemos decir algo y a la vez evaluar lo que decimos.
Demasiada
información que aparece y desaparece de la pantalla, sin conocer los desenlaces
de lo que disparan, llámese crisis global, instalación de armas nucleares en
Europa del Este, vicepresidente investigado hace años, Intendente Macri
procesado, pero en carrera electoral a la presidencia, asesinato de hombre a
manos de su mujer, prostitución vip o atroz ¿accidente?, el pulgar en alto para
un candidato como Scioli, sin trayectoria militante, ex-funcionario del
ultraliberal Menem, hoy avalado por la presidente Cristina Fernández… Nada por
debajo del delirio; demasiado para el ciudadano, que permanece absorto ante la
avalancha de información sin finalidad aparente, salvo confundirlo más de lo
que estaba al comenzar su día.
Frente a esta
situación de bajas defensas, para pueblos enajenados en lo referente a “lo
político” a “lo social”, a “lo cultural”, hago responsables a los medios de
comunicación y a quienes los dirigen desde la esfera privada y pública de
sub-informar a sus espectadores incautos, con información patéticamente
idéntica en su tratamiento, caminando el sendero de discriminación aberrante al
conocimiento y a la inteligencia, ocultando información de cables de noticias
que no son ofrecidas a una platea anestesiada. Por supuesto, deviene de lo
manifestado que dicha discriminación recae sobre quienes están dotados de estas
cualidades.
No hay dudas de
que “la coartada de la democracia” en el cosmos consumista es una lógica
cultural demasiado manifiesta en una comunidad materialista, similar a los
candidatos en oferta de “liquidación”, que hacen pasar el consumo de objetos
innecesarios, por una ‘función social democrática’ indispensable para seguir
viviendo en este mundo.
La formación de
la opinión pública debe ser mejorada de inmediato, mi condición de ser que
transita esta existencia lo exige… y utilizando esa misma tekné. Padres,
centros de educación y periodismo valiente y capaz, hoy en fuga, deben
rediseñar su camino, en resistencia a la estupidez reinante y la impunidad
instalada en lo referente a los ilícitos perpetrados por el poder y que llevan
un estado de caos en el que el pueblo es víctima y cómplice pasivo de un tiempo
en que la simulación y la mentira los llevaron por consiguiente a una moral de
esclavos.
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