Por Eduardo Sanguinetti - Filósofo
argentino
Don José
“Pepe” Mujica, el hombre que asumirá la presidencia de Uruguay luego de las
elecciones que se celebrarán en el mes de octubre, el hombre que fue
resistencia en los 70, formando parte de Tupamaros, en los momentos difíciles
de proscripción y escarnio, manifiesto con convicción desde la intuición y
desde la razón lo dicho fundamentando mi aseveración, para los que crean
vislumbrar cierto futurismo en mis palabras, lo hago como acto de vida, en
absoluto optimista ni delirante y agrego que no existe un solo argumento válido
concreto o virtual, para que este “hombre” con todas las letras no sea el
primer magistrado de la Banda Oriental en los próximos cuatro años.
En épocas
victoriosas prefirió quedarse en lo suyo o, mejor, consagrarse al rechazo sistemático
de las dádivas retóricas de los obsecuentes, de los cobardes, de los
oportunistas… Reivindica con honestidad y total ausencia de resentimiento los
años de prisión sufridos y asimilados con estoicismo y sabiduría, instancia que
no muchos podrían dar como testimonio de vida devenido en silencio de lo
transitado en dolor y pérdida, de años de oprobio y de soledad, cuando los
derechos humanos, tan presentes hoy en el discurso de los “otros”, brillaban
por su ausencia en tiempos de dictaduras cívico-militares.
Mujica
utiliza el anacronismo para trazar analogías. Piensa en el pueblo como sujeto
de la historia. Escribe en cada acto de su rutina diaria, la historia de su
“pueblo”, al que ama mucho más que a los “próceres”, aun los que elogia
calurosamente. Se permitió criticar a los innombrables con gracia y un estilo a
su manera, pues a no dudar que Don “Pepe” instaló un “Estilo Mujica” de hacer
política, que será imitado por muchos candidatos políticos en un futuro no
lejano, aún a la espera de resultados: la especulación no es zonza.
A Mujica
no le agradan las anteojeras ideológicas, le desagradan la intolerancia y la
desmesura, en su óptica clave de los errores cometidos en la historia del
Uruguay. Opina acerca de lo que sabe, con cierto desenfado, sumado a la
sensatez y la intuición de quien “ha vivido” , tampoco tiene reparos en admitir
alguna equivocación, “el orgullo es pasión de estúpidos” y lleva a
confrontaciones inútiles, Mujica es digno y dicha dignidad se puede apreciar en
su transitar, en su aptitud y actitud con que transita su vida.
Pepe
Mujica no es negociable; su tolerancia es auténtica y sabe ponderar cuando el
gesto así lo requiere…las cosas hechas con afecto y transparencia, una de sus
cualidades, que no son fáciles de llevar en este mundo violentamente afectivo.
“…no
perdono a la vida desatenta,
no
perdono a la tierra ni a la nada.” Estas palabras pertenecientes a un texto de
Miguel Hernández podrían haber sido escritas por “Pepe” Mujica. No perdona a la
muerte, ni a la nada, así es bienvenida la vida con la mirada en el futuro
caminando un presente un tanto incierto en este mundo. Expresa bien el
sentimiento a modo de elegía de un pueblo que no deja de soportar una
existencia al margen con tanto pan amargo que ha comido.
Los que
hasta ahora se han ocupado de él, desde perspectivas diversas, han coincidido
en señalar la feliz combinación que se produce entre su discurso clara,
directo, su honestidad intelectual y criterio independiente con el humor, el
uso del anacronismo deliberado, el paréntesis anecdótico. Y los que lo conocen,
en mayor o menor medida, lo ven coherente en palabra y acción; coincidencia que
no siempre se da. Sencillez, palabra mesurada, interés por la situación del
interlocutor (incluso más que por sus palabras ocasionales) contribuyen a que
el tímido o el huraño se sientan cómodos en su presencia. No hay que esperar de
él ni grandilocuencia, ni audacias expresivas o metafóricas.
Pero es
imposible convencerlo de algo que fuera en contra de las certidumbres vigentes
en su pensamiento y su sentir. Su apertura al diálogo y su tolerancia teórica
y práctica no se cimentan en el vacío de ideas ni en la seducción mimética del
interlocutor. En todo caso, si el intercambio ingresa en la vía del
ofuscamiento y la cerrazón prefiere una ironía a tiempo o un contundente
sarcasmo.
Puede
equivocarse, como cualquiera, y se equivoca nomás. Errar en un razonamiento o
en un argumento, confundir una información, elegir un ejemplo dudoso, extraer
una conclusión apresurada. Pero lo que dice es lo que piensa, lo que cree
cierto. Correspondencia difícil de hallar entre pensamiento y la palabra.
Veracidad, que le dicen. Lealtad consigo mismo, además, no sólo con los otros.
Sin duda, podía lograrlo con más facilidad, porque como pienso, creo que está
alejado de toda “estructura de poder”: sindical, eclesiástico, militar,
periodístico, docente, de todas. Y hablamos del poder, no de sus lugares de
ejercicio. Finalmente: elude las formulaciones absolutas y le resultan azarosas
y fuera de temporada. Como piensa que “nada es definitivo” consigue evitar esa
impresión que nos dan algunos políticos incluso los lúcidos y profundos de
“sabérselas todas”, de estar muy por encima de temas y problemas, de dominar la
verdad previamente conquistada.
Es
autocrítico también con su estilo. Afirma que en materia histórica, “mi estilo
apto para llegar a un pueblo sin distinciones de clase, color ni ideología, con
el afán de ofrecer a los interlocutores síntesis fácilmente asimilables. No
sumaré mis palabras a las de aquellos que compartieron con Mujica sus actos de
vida, informe de lo real-real. Es preciso el fervor, confiar en que estas
palabras ofrecidas humildemente al pueblo uruguayo, una vez más recorran el día
del Hombre. No tiene precio, frente a las ideologías de ocasión este Pepe
Mujica, que incomoda, es veraz, no es negociable(repito). No lo compro a
Mujica, no lo vendo, no existe efusión de presentador en este Editorial, lo
creo necesario y en tiempo, como la vida, surcada en mi persona comprometida
con mi tiempo, desde la raíz de ser en esta tierra, compromiso para con un
pueblo: el uruguayo y su verdadero y dignísimo representante, en este caso
candidato a la presidencia de La Banda Oriental don José Mujica presente y
vigente, comprometido en la circunstancia histórica de una generación, de un
tiempo clave en la Historia del país.
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