Por Eduardo Sanguinetti –
Filósofo y Poeta rioplatense
Mario Benedetti “el Poeta” aventador de
rutinas, prejuicios y miopías en planos pensamiento ha muerto, la muerte de un
poeta duele y mucho, para quienes esperamos un Tiempo de Poesía se instale en
nuestro mundo. En este editorial recordaré a Benedetti parafraseando su obra,
creo que será el mejor homenaje para quien guardó fidelidad para sí y sus principios,
para quién sufrió el exilio y la cárcel… y sin embargo jamás dejó de “ser” él,
todo un poeta, jamás negociable.
Me referiré a “El acabose” que parte de
una primera persona: “Traje los pies desnudos para entrar en el siglo”
refiriéndose al tan mentado nuevo milenio y, finalmente, va incorporando un
nosotros virtual en el que dice: “Vamos a no estrenarla con quimeras exangües/
Sino con el dolor de la alegría”. Se refiere a estrenar “esa comarca en clave”
que será el nuevo siglo. En otras palabras, Benedetti nos pide que abandonemos
la utopía inherente al ideologema de América concebido desde los mal llamados
descubrimientos del siglo XV y la neocolonia del siglo XX (tal vez con su
última versión de la globalización económica que no es otra cosa que una
americanización). Estas dos “quimeras exangües” han agotado sus ejes y no
representan soluciones viables para nuestra contemporaneidad. Ese enigma del
“dolor de la alegría” que se repite a lo largo del poema se aclara en los
versos que le siguen:
La realidad se aviene
a su acabose
En cambio la memoria
se espabila y se ordena
La frontera está ahí/
pródiga en ceros
Con hambre sed
condenas acechanzas
Y nacimientos ávidos/
rompientes/
Después de todo
creemos en tan pocos milagros
Que no vale la pena
enumerarlos.
Nos encontramos en el territorio del
quiebre de las utopías heredadas o del desencanto a lo largo de cinco siglos.
Benedetti nos increpa en la cresta de la ola del 1999 que ante el derrumbe de
la realidad que se aviene a su acabose, o el final de juego cortazariano, nos
queda siempre la memoria y la frontera que siguen ahí espabilándose y
ordenándose para que aquellas “estirpes condenadas a cien años de soledad”
tengan “por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”, como
pedía el Gabo en su discurso de recepción del Premio Nobel 1982. Porque según
Benedetti continuarán el hambre, la sed, las condenas y sobre todo las
acechanzas. En el recurso de la literatura neorrealista de fin de siglo,
Benedetti parecería apartarse de las fórmulas que permearon la narrativa de
poesía, por otro lado, por lo estrictamente político que siempre ha permeado su
escritura. No se trata de ser necesariamente pesimista sino profundamente
realista ante el hecho innegable del anonimato de nuestro continente mestizo
(como diría el mismo Benedetti en uno de sus libros de ensayos). Nuestras
identidades, aún en las puertas del nuevo milenio, siguen siendo las del
anonimato de nuestra identidad cultural. Y el siglo se nos hace “carnal” o
manifestación de un cuerpo que al inicio del poema traía los pies desnudos y
abandonados a su destino transhumante de emigrados buscando un lugar donde
amontonar el legado o la herencia de preguntas y perplejidades. “El acabose”
nos propone una solución dinámica al fenómeno de la intercorporealidad como un
vértigo de indecisos. Dicho de otro modo: se acepta la condición irresuelta del
nuevo milenio y se espera que continúe como hasta ahora habiendo aprendido
lecciones del pasado cifradas en la memoria:
En el buzón de tiempo
las palabras
Se fraccionan en
sílabas y llantos
Otras se juntan como
peces
Que huyeron de su
orilla
Y alguna más se
reconoce
En las navajas del
silencio
Tengo los pies
desnudos para entrar en el siglo
Y el corazón desnudo y
la suerte sin alas
Vamos a no estrenarlo
con quimeras exangües
Sino con el dolor de
la alegría.
En otras palabras, aceptemos la convención del tiempo donde se divide la
literatura misma en sílabas y llantos, como peces o navajas del silencio. Y,
finalmente, la desnudez de los pies evoca la imagen del abandono a lo que pase,
aceptándolo. Entrando en el nuevo siglo sin aspavientos inútiles del Y2K (o ¿y
tú qué?), desprovistos de ideas agotadas y preconcebidas sino con el enigma del
dolor de la alegría o un continuum de lo ya aprendido (aquel “aire envejecido
al que estábamos acostumbrados” del inicio del poema). Parecerían
recontextualizarse aquí aquellas líneas famosas en los años noventa, de la
canción en ritmo de salsa del músico panameño Rubén Blades, “Simón, el gran
varón”: “si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonada”. Benedetti, va
rastreando la consecución de unas identidades múltiples que le permitan al
hablante lírico entrar en la comarca en clave del nuevo siglo totalmente
dispuesto al acabose que contiene en sí mismo un reinicio donde tal vez nos
falte ese “aire envejecido al que estábamos tan acostumbrados”.
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