Por Eduardo Sanguinetti
Filósofo (Ph.d, Cambridge, England)
La
relación entre consenso/disidencia es inseparable en una sociedad que gestiona
la resolución de los conflictos en términos de mayoría, de políticas públicas y
centralizadas, de códigos legales unívocos o de legalidades no dichas ni
escritas, pero no obstante obligatorias y dependientes de la “ontología de lo
mismo”: este es el estado natural y continuo que como paisaje recibimos los
habitantes de la República Argentina enfrentados a un flujo irreversible de
acontecimientos que no pueden ocultar su extremo rigor.
Tanto más
peligrosos cuanto menos se discuten, identificados en nuevas fórmulas en que
anacronismo y homogeneidad se manifiestan cual clero secular en la permanente
campaña de consenso a presión en el desdibujado acontecer político argentino.
Temo,
pues, no sólo que las mayorías expresen su voluntad, anestesiadas por un
materialismo ilusorio manifestado desde las corporaciones económico mediáticas
cual rutina hora a hora, sino que intenten universalizarla persiguiendo a la
disidencia, hoy presente en una serie de individuos aislados, pues lo que se
denomina oposición en Argentina es la simulación de un simulacro de un partido
ausente inmaterial que encarna los sueños de autonomía.
Democracia
e igualdad no son lo mismo, sino que incluso resultan términos antinómicos: si
la política presupone condiciones de igualdad, es preciso entenderla como una
fuerza cultural de la época: una compulsión a la identidad homogénea.
Pero a
través de los procedimientos por los cuales se expresa la mayoría en nuestras
sociedades y a través de este discurso apologético de la igualdad, las mayorías
terminan suprimiendo la opinión y el accionar de las minorías y, por otra
parte, como en una sociedad centralizada son pocos los sujetos que se ocupan de
gobernar, pues los otros están abocados a la campaña política permanente,
absorbidos en sí mismos y sus narcisos, no participando de la vida pública.
Ahora
bien, en una sociedad de iguales ¿a quién puede apelar una persona o grupo que
es discriminado? aunque no se trata únicamente de la “excomulgación” de los
mismos, como germen de diferencia, sino porque el efecto de la mayoría no
reside solamente en señalar al diferente o disidente sino también en seducir su
voluntad a través de la presión del sentir de la mayoría. La consecuencia es el
abandono de la opinión, el exilio, el ostracismo y, en el peor de los casos, la
violencia puesta en acto hacia quien resiste a la opinión de la historia
oficial.
No me
estoy refiriendo a los peligros del Estado totalitario (ese cuco que suelen
usar los liberales o los intelectuales posmarxistas que se avivaron luego del
archipiélago Gulag) sino a la amenaza de los consensos y de una cultura
igualitaria. Si el deseo de libertad depende del amor al riesgo de vivir con la
verdad, es necesario aceptar que la soledad es una sanción socio-política
posible hoy en Argentina y, por supuesto, el temor al “síndrome del paria”
socializa gregariamente: el miedo no es tonto, a pesar de los ismos de la
diferencia y la discriminación puesta en acto, cada uno puede producir un
delicado mapa de ruta y descubrir su receta de sobrevivencia en este estado de
cosas donde el demonismo como metáfora de la realidad colapsa todas las
representaciones.
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