Dicen que las influencias son muy importantes para desarrollar una poética personal. Y muchos son los nombres que se vislumbran en la trayectoria de Olga Luis: el mencionado Dylan Thomas, Borges, la prosa de Proust, Ezra Pound, los haiku japoneses, Emily Dickinson, etc. Yo afirmo, junto con Jorge Rodríguez Padrón, que todas esa influencias han de derivar enconsecuencias si una cosmovisión poética quiere llegar a un mínimo de madurez expresiva.Consecuencia significa encontrar la habitación en donde habita el mismo poeta que escribe, desde donde dialoga con aquéllos que al principio lo deslumbraron. Y Olga es consecuente. Dialoga desde sí hasta los otros, lo hace incluso en el territorio del poema. No hay mejor manera de desasirse del yo romántico y del ego creator modernista que dialogar en discurso ininterrumpido desde ese rinconcito que Olga Luis ha fijado, desde su habitación de soñar la poesía. Y, desde mi punto de vista, pocos casos tan eficaces de consecuencia (el término es de Jorge Rodríguez Padrón) como el de Olga, al menos por estos lares del idioma.
En la poesía de Olga Luis el silencio es tan importante como la palabra. No obstante, no es su escritura una poética del silencio. No escuchar ese silencio sería no entender el sentido que ella le da a cada una de sus palabras: el silencio es su camino, su senda de Oku. No es la nada ni el vacío. Es desde donde siente, desde donde olemos el asombro que mana de sus poros como una leche de órbitas encendida de ópalos azules. Es el silencio que parte de una sensibilidad que no fija límites ni estereotipos. Un silencio comulgante.
Nuestra cultura occidental puso nombres y apellidos a la sensibilidad. Parece como si sentir estuviera prohibido o al menos silenciado en este sistema que coarta la hondura humana para quedarse en la comodidad de lo superficial. Un sistema cuyo eslogan es divide la sensibilidad humana y vencerás (a quién). Añádale prejuicios a las mentes espectantes y que los "poetas oficiales" acoten la existencia y expresen la debilidad de unas y la fortaleza de otros. Ése es el caldo de cultivo de la mentira. Su dulzor como verdad atractiva e impuesta. Asfixia delirante para dar la impresión de un pensamiento clarificador y recurrente. He ahí la gran mentira y el gran cepo en los que no cae Olga Luis, desde el primer asombro de su ingenuidad, a la ingenuidad de su asombro actual que es su lucidez.
El gran acierto de su expresión está en el dominio de un lenguaje que acota el ojo para darle rienda suelta y absoluta al resto de los sentidos. Por eso su poesía acaricia y punce, es dulce y al mismo tiempo amarga. Huele a rosas y a sangre auroral. Estruendo y melodía, y algo más que el aullido y el canto. El sentido de la vista, quizás, esté en la mente del que lee. Leer es recordar la piel de los sentidos.
@ Antonio Arroyo Silva
En la poesía de Olga Luis el silencio es tan importante como la palabra. No obstante, no es su escritura una poética del silencio. No escuchar ese silencio sería no entender el sentido que ella le da a cada una de sus palabras: el silencio es su camino, su senda de Oku. No es la nada ni el vacío. Es desde donde siente, desde donde olemos el asombro que mana de sus poros como una leche de órbitas encendida de ópalos azules. Es el silencio que parte de una sensibilidad que no fija límites ni estereotipos. Un silencio comulgante.
Nuestra cultura occidental puso nombres y apellidos a la sensibilidad. Parece como si sentir estuviera prohibido o al menos silenciado en este sistema que coarta la hondura humana para quedarse en la comodidad de lo superficial. Un sistema cuyo eslogan es divide la sensibilidad humana y vencerás (a quién). Añádale prejuicios a las mentes espectantes y que los "poetas oficiales" acoten la existencia y expresen la debilidad de unas y la fortaleza de otros. Ése es el caldo de cultivo de la mentira. Su dulzor como verdad atractiva e impuesta. Asfixia delirante para dar la impresión de un pensamiento clarificador y recurrente. He ahí la gran mentira y el gran cepo en los que no cae Olga Luis, desde el primer asombro de su ingenuidad, a la ingenuidad de su asombro actual que es su lucidez.
El gran acierto de su expresión está en el dominio de un lenguaje que acota el ojo para darle rienda suelta y absoluta al resto de los sentidos. Por eso su poesía acaricia y punce, es dulce y al mismo tiempo amarga. Huele a rosas y a sangre auroral. Estruendo y melodía, y algo más que el aullido y el canto. El sentido de la vista, quizás, esté en la mente del que lee. Leer es recordar la piel de los sentidos.
@ Antonio Arroyo Silva
Con éste, "a modo de presentación" que, con frecuencia nos acostumbra nuestro talentoso Antonio Arroyo Silva, no queda más que desear con cuerpo y alma, leer a la Poeta Olga Luis Rivero quién, sin duda es una fascinante escritora, un abrazo desde Santiago de Chile y mis parabienes a ambos!,
ResponderEliminarAstrid Fugellie Gezan
Poeta