martes, 20 de septiembre de 2011

HABLEMOS DE ECONOMÍA.

HABLEMOS DE ECONOMÍA. El coste de la unidad vendida.

L.Soriano

Entre las múltiples vallas que debe de saltar un empresario pequeño o grande, y una de las más complicadas e imprescindibles para conseguir sostenerse en el mercado, está el difícil cálculo del “coste de la unidad vendida”. Toda empresa vende algo y alguien, los controllers normalmente en las grandes o el empresario mismo en su sensibilidad personal en las pequeñas o muy pequeñas los aproximan, ya que todos necesitan saber con la certeza máxima, cuánto cuesta lo que se vende. A veces, cuando los márgenes son enormes y los costos más los gastos son insignificantes con relación al precio aceptado por el cliente o consumidor, parece que esto no es importante. Sin embargo, esta situación es rara y se da cada vez con menos asiduidad. Lo normal es que busquemos desesperadamente el coste de lo que vendemos, e incansable y reiteradamente controlemos ese factor para seguir en el mercado y no nos desbanque la competencia o hagamos involuntario “dumping” ruinoso.

Controlar el margen bruto sobre ventas, se hace fácilmente con la famosa “formula magistral”, y mucho mejor si se nos da un precio final del producto que luego venderemos teniendo únicamente que añadirle los márgenes que cubran los transportes, descuentos, etc. Mas difícil es si fabricamos y tenemos que mezclar materia prima con trabajo y calcular los costos de la unidad de obra, departamentales y otros parámetros más complicados, pero cuando tengamos el precio final, podremos avanzar hacia el Margen bruto que tendrá que ser suficiente para amparar y cubrir los gastos ciertos, posibles y esperados o no tanto, para dar un resultado positivo y tengamos beneficios que hagan que todo el trabajo añadido que hacemos sea rentable e incentivante. No nos olvidemos que se tiene que producir o comprar producido, buscar clientela, venderlo y cobrarlo, tareas ninguna de ellas menor, además de vérnoslas con los contables, hacienda, otras administraciones, licencias, permisos, etc., y demás obstáculos todos titánicos la mayoría de las veces.

Cuando el empresario confunde la “caja”, o los ingresos de la empresa, con los suyos propios, esto es, que la destina a sus gastos personales, suntuarios, desmedidos, o de otro tipo peor, normalmente la empresa hace agua y cierra, ya que no se puede calcular la estupidez o ignorancia de los que creen que las empresas se montan para que produzcan lo que necesitan, y no se limitan a recoger lo que produce luego de respetar los destinos de los ingresos escrupulosamente. La aplicación de fondos es esencial y es algo que por evidente paso por encima. Sin origen de fondos es posible nada, pero si conseguimos que fluyan los fondos y luego lo estropeamos porque o bien no hemos calculado bien los costos o porque los aplicamos indebidamente es mucho peor.

Sin embargo estoy convencido, y esto es una apreciación personal, aunque no por ello menos fundada ni meditada, son los gobiernos con su intervención excesiva quienes hacen naufragar a las empresas, entre otras cosas estorbando el cálculo de la unidad vendida. Cuando los gobernantes por egolatría o estupidez, aunque se dan ambas muchas veces, confunden o simplemente desvarían y creen que gobiernan Suiza, Alemania o Finlandia, en vez de Haití, Somalia, u otro que prefiero que pongan a su elección, se produce el cataclismo. Para sus dispendios más ridículos y esperpénticos, para sus gastos corrientes, para la compra de votos o para simplemente llenarse los bolsillos, derrochan el dinero que se recauda sin tino ni destino. Piden adelanto de impuestos, e incoan otros que hacen imposible los negocios. La burocracia estrangula al emprendedor, y la falta de claridad, pretendida para que siempre estemos en sus manos, es el objetivo. Eso hace que haya que subir impuestos, energía y combustibles, fáciles de recaudar, a la vez que ofrecen más prebendas y canonjías a los de su cuerda y más “derechos” insostenibles a los ciudadanos, incluso a foráneos y subvenciones a países exóticos por razones incomprensibles, que acaban no valorando nada de lo que reciben porque no es fruto del esfuerzo. Si los empresarios no están atentos a detectar y trasladar a los consumidores los costos extraordinarios imputables a ellos por “decreto” y por la necesidad recaudatoria de estos “ilusos demagogos”, la empresa está muerta. Pero si lo hacen puede que los consumidores no acepten pagar las subidas de precios constantes, debida a la presión de las Administraciones, y dejen de consumir, esto es, si el sistema no soporta más peso fiscal, no es el empresario el culpable. La combinación del mal gestor con el mal gobernante, es el final de la economía y del sistema. En esta dinámica, el costo de la unidad vendida es imposible de calcular y en cualquier caso desmontan la cadena, por lo que hace inviable la supervivencia de las empresas y arrojan al desempleo y a la indigencia a los ciudadanos que ven desesperados como les despeñan al abismo mientras hay “reservas” seguras poco afectadas por las actuaciones equivocadas o corrompidas. Esto es socialmente muy peligroso y difícilmente recuperable. Empresarios serios, reguladores sensatos, fiscalidad estable y burocracia baja.

A reflexionar

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