LOS ENEMIGOS DE
ESPAÑA
SATO DÍAZ
Varios migrantes con asilo pasean
por las calles de un pueblo de Teruel.
Javier Escriche / Europa Press
Sin
armas ni armaduras, como David contra Goliat, nos enfrentamos al extendido,
mayoritario y mainstream discurso xenófobo y racista sobre las
migraciones. Las imágenes de la llegada de un mismo cayuco que se arrastra
hasta la costa de la isla de El Hierro en bucle durante casi todo el verano en
una cadena privada de televisión. El efecto multiplicador de la tele
hace casi imposible perforar el relato dominante, ese que dice que Europa y su
identidad, que son lo que son hoy por una acumulación de grandes oleadas
migratorias en el pasado, están en peligro por la llegada de nuevas personas
migrantes.
Otra vez las izquierdas llegamos tarde al duelo y solo vamos equipadas con una honda y una piedra; otra vez las (ultra)derechas imponen el marco, los ritmos, el campo semántico, el contexto, los canales del debate. Salen al césped con 20 jugadores dopados. Así no se puede. Vamos a intentar empatar otro partido. A la defensiva.
Relacionan
migración con delincuencia (la causa para delinquir hay que buscarla en la
exclusión social y no en tonalidades de piel); anticipan cambios en la forma de
vida de pueblos y ciudades (siempre cambian los modos de vida, cambian las
personas que habitan los lugares); diferencian entre personas migrantes
dependiendo de cuál sea el origen (no es lo mismo el europeo, el
latinoamericano o el magrebí, ¿acaso no estamos en una remodelada versión de
las guerras de religión?); intentan difundir bulos, a diario, para sostener
a través de la mentira sus propósitos racistas; ‘discurso’ y ‘odio’ cada
son dos conceptos más difíciles de separar en los espacios públicos y en las
redes sociales.
El
fantasma que recorre Europa en el 2024 es este repliegue identitario que solo
se sostiene inventándose un enemigo, aunque este no exista. El momento es
nacionalista. La fortaleza del nacionalismo reside en la creación de un
adversario, en la mayoría de las ocasiones ficticio, que cohesione al
colectivo. El de fuera, el pobre, el de abajo: soluciones facilonas repletas de
cobardía y obediencia al de dentro, el rico, el de arriba.
El
debate sobre la migración debería centrarse en cómo garantizar los derechos de
las personas que migran, que llegan a un lugar nuevo, que no es el suyo, a
continuar con sus vidas. Al menos en Europa, este debería ser el marco. Porque
la identidad de una Europa de la ciudadanía es que los sistemas políticos se
fundamentan en constituciones construidas sobre los cimientos de los derechos
humanos. Esta es la identidad europea que quiere ser borrada, paradoja, por
los identitarios.
Cuenta
el profesor de Ciencias Políticas Ignacio Sánchez-Cuenca en una
entrevista que se podrá leer próximamente en una publicación especial de Público
que, cuando al calor de la crisis financiera, económica y social de 2008 en
Europa comenzaron a aflorar con fuerza opciones de ultraderecha, llamaba la
atención que en España no hubiera un partido homologable a esas formaciones.
Cierto es que el PP englobaba, en aquel momento, este espectro político hasta
que una escisión, Vox (hoy tercera fuerza política del país), fuera acumulando
potencial.
Sin
embargo, el partido ultra de Santiago Abascal irrumpió con fuerza en la
política española por primera vez en las elecciones andaluzas de 2018 y, luego,
en los comicios generales de 2019. La ultraderecha española despuntó no por la
crisis económica y las soluciones simplistas que daban los ultras de otros
países, señalando a los de abajo, a los pobres, a los de fuera, a los
migrantes. La ultraderecha española arremetió contra el tablero de juego
impulsada por la cuestión nacional y territorial, uno de los atávicos problemas
españoles todavía sin resolver.
Todavía
sin resolver, aunque se avanza en soluciones gracias a que la gobernabilidad
del Estado, al menos en los últimos años, se ha basado en una mayoría de
carácter progresista y plurinacional en el Congreso de los Diputados. Y
esto pese al férreo antagonismo construido en base al nacionalismo español, el
cual tiene una fuerte implantación en la política, en los medios de
comunicación, en el gran empresariado, en las altas estructuras del Estado.
Y
cuando más se avanza en una solución de carácter plurinacional, cuando más desinflamado
está el conflicto sobre Catalunya, el nacionalismo español se inventa nuevos
enemigos. Ahora quien pone España en peligro son las personas migrantes, los
cayucos, las pateras. Los enemigos de España. ¿Qué nación es esa que se
tambalea por la llegada de unos centenares de niños?
Tenemos
que acertar con la honda y la única piedra que nos queda y darle al monstruo en
la frente, justo entre ojo y ojo. Así fue como cayó Goliat ante el pequeño
David.
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