EN DEFENSA DE LAS REDES
SOCIALES
DIARIO RED
Son lógicas las dudas en la izquierda sobre las redes, pero esas dudas no deberían conducir a regalar la victoria a los que quieren destruir la paz, los derechos sociales y la convivencia
En una
misma semana, Pavel Durov, fundador y CEO de Telegram, era detenido en París y
la justicia brasileña prohibía X en el país latinoamericano. Aunque los dos casos presentan muchas diferencias entre sí, los
movimientos son de la suficiente entidad como para que se haya planteado un
intenso debate sobre los límites y los problemas en torno a la utilización de
las redes sociales.
En el caso de Durov y de Telegram, las autoridades judiciales francesas lo acusan de complicidad con los criminales que utilizan su plataforma para distribuir contenido pedófilo o para cometer otro tipo de graves delitos, así como por su supuesta negativa a comunicarse con dichas autoridades. Durov es un excéntrico multimillonario ruso-francés que decidió crear Telegram después de vender VK —una especie de Facebook ruso— al negarse a entregar los datos de sus usuarios al Kremlin. Esta negativa, que Durov ha mantenido al frente de Telegram, sumada a la utilización de la aplicación de mensajería por parte de la disidencia política en países como Rusia, China o Irán, le ha granjeado una reputación internacional como defensor de la libertad de expresión y de las comunicaciones. Sin embargo, sería muy inocente pensar que el magnate —con una fortuna estimada de más de 15.000 millones de dólares—, que presume de tener más de 100 hijos mediante la donación de esperma y que dedica sus propias redes sociales a mostrar su torso desnudo y musculado, es un héroe del pueblo y de las libertades.
En el
caso de Musk y X, el juez Alexandre de Moraes ha dictado la orden de cierre de
las operaciones de la red social norteamericana después de que la empresa
rechazada nombrar un representante legal en Brasil como exigen las leyes del
país. La orden forma parte de una investigación por la difusión de bulos relacionados
con el asalto bolsonarista a las principales instituciones del país por parte
de una turba de extrema derecha en enero de 2023. Entonces, el juez ordenó la
suspensión de unas 200 cuentas implicadas en el intento de golpe de estado y
Musk se negó a ello. A diferencia de Durov, que se ha limitado a decir que
Telegram cumple la normativa europea, Musk ha arremetido duramente contra de
Moraes —a quien ha amenazado con desvelar “una larga lista de crímenes”
supuestamente cometidos por el magistrado— y también contra el presidente Lula
Da Silva, a quien ha llamado “perrito faldero” aunque el juez tenga una
orientación conservadora y fuera nombrado bajo el mandato de Temer. En el caso
de Musk, además, nadie duda de que sus intereses no tienen nada que ver con la
libertad de expresión sino que pretende utilizar X para avanzar la agenda
política de la extrema derecha a nivel global. Después de la difusión por su
parte de bulos racistas y mensajes de odio para instigar las cacerías neonazis
en el Reino Unido, después de su apoyo cerrado a personajes como Trump o Milei,
después de apoyar sin matices a la extrema derecha golpista en Venezuela y
después de haber afirmado explícitamente que “vamos a dar un golpe donde nos dé
la gana” tras el golpe de Estado en Bolivia, los únicos que piensan que
Musk es un héroe son los militantes ultraderechistas que se colocan en el 10 de
la escala ideológica del CIS.
Sería
faltar a la verdad negar los numerosos problemas y debates abiertos en torno a
las redes sociales desde un punto de vista democrático y de izquierdas
Así las
cosas, sería faltar a la verdad negar los numerosos problemas y debates
abiertos en torno a las redes sociales desde un punto de vista democrático y de
izquierdas. Es obvio que hay que encontrar un
punto intermedio entre la libertad absoluta de utilización de estas
herramientas —incluyendo la comisión de delitos de forma anónima— y la
violación de la privacidad de sus usuarios por motivos políticos. Para
cualquier ciudadano que cumple con la legalidad, resulta evidente que hay que
permitir el acceso a la policía y a los jueces a los datos de estas plataformas
cuando se están utilizando para el narcotráfico o para la pedofilia. La
dificultad en este punto estriba en que la legalidad y la operativa de las fuerzas
de seguridad en determinados países no solamente sirve para perseguir a
delincuentes comunes o a terroristas, sino también a los adversarios políticos
de la élite dominante. Si bien parece claro que Telegram debería entregar los
datos de usuarios que estén cometiendo delitos de tráfico de armas a la policía
española, no podemos olvidar que hace pocos años el ministerio del Interior
puso a los agentes a espiar ilegalmente a Podemos o a los partidos
independentistas catalanes. Garantizar lo primero mientras se evita lo segundo
y hacerlo al mismo tiempo en todos los países y con todos los gobiernos no
parece desde luego un asunto sencillo. De la misma manera, aunque resulta
evidente que X debería suspender a las cuentas que participen del intento de golpes
de Estado —como los que intentaron Trump o Bolsonaro; ambos por cierto amigos
de Musk— o las cuentas que propaguen bulos y odio para instigar a la violencia,
habría que ser muy inocente para no darse cuenta de que la definición de todas
estas cosas —golpe de Estado, bulo, instigación al odio— puede ser
utilizada para perseguir a la disidencia política y para atacar a la democracia
si proviene de un gobierno de extrema derecha (o incluso de derechas). Por
último, no es menos complejo el hecho de que estas potentes
herramientas de comunicación estén todas ellas en manos de multimillonarios,
algunos de los cuales presentan comportamientos abiertamente sociopáticos.
Ninguna persona de izquierdas puede estar tranquila ante ello.
No es
menos complejo el hecho de que estas potentes herramientas de comunicación
estén todas ellas en manos de multimillonarios, algunos de los cuales presentan
comportamientos abiertamente sociopáticos
Es
evidente que todos estos debates que afectan al ejercicio de las libertades
civiles y políticas, a la protección de la privacidad y de la democracia, pero
que también pueden implicar la comisión de delitos graves son debates que han
de ser tenidos con la voluntad de encontrar soluciones operativas que
beneficien a la gente trabajadora de los diferentes países del mundo. Es
evidente también que el hecho de que algo tan poderoso como Telegram, X o
Facebook esté en manos de ultracapitalistas orientados al máximo beneficio —o
peor aún, a garantizar la continuidad política del ultracapitalismo— es algo
preocupante para cualquier demócrata y posiblemente habría que estudiar la
creación de algún tipo de red social bajo control público.
Sin
embargo, no compartimos el planteamiento de aquellos que llevan a cabo una
enmienda a la totalidad de las redes sociales o se quedan cerca de ella. Aunque, claramente, un espacio que empezó siendo intrínsecamente
progresista hace una década y media, en los últimos años ha sufrido una deriva
reaccionaria en su conjunto, no nos parece que esto sea una razón para tirar la
toalla sino todo lo contrario. Si las redes sociales se han convertido
en un espacio de conflicto es precisamente porque son importantes
políticamente. Si la extrema derecha está poniendo tanto esfuerzo en ellas es
precisamente porque son importantes para sus fines. Por ello, lo que tiene
que hacer cualquier persona que milite en la izquierda, en la democracia y en
los derechos humanos es dar la batalla en esos espacios para que los
reaccionarios no se queden con todo. Son lógicas las dudas que surgen en la
izquierda respecto de la utilización de las redes sociales, pero esas dudas no
deberían conducir a regalar la victoria a los que quieren destruir la paz, los
derechos sociales y la convivencia. Y, en todo caso, si el lector o lectora de
este editorial todavía duda, nos permitimos señalarle el hecho de que
—diariamente y con gran intensidad— tanto Ana Rosa Quintana como Antonio García
Ferreras intentan criminalizar a los usuarios de las redes sociales desde sus
programas de televisión. Si esto no despeja la duda, al menos debería dar
alguna pista.
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