miércoles, 1 de mayo de 2024

QUÉ BELLO ABRIL

QUÉ BELLO ABRIL

La voracidad del presidente Milei en destruirlo todo parece haberse topado con un muro. En Argentina, el frente común se llama educación pública, porque detrás se prolongan las conquistas de los últimos cien años

EMILIANO GULLO

Estudiantes levantan libros en señal de protesta contra los

recortes en educación de Milei. / YouTube (RTVE Noticias)

“Nos pasan tantas cosas en la vida

Que si aparece el sol hay que dejarlo pasar

Abril otra vez

Para que no tengamos soledad”.

 

                                          Bello Abril, Fito Paez (2003)

Las calles se llevaron puestos a los mercados en Argentina. Las protestas en todo el país en contra del recorte a las universidades públicas se transformaron en unas de las manifestaciones más grandes desde la vuelta de la democracia en 1983. Se transformaron, también, en la respuesta popular, nacional, multisectorial, colectiva y heterogénea a la forma de gobernar de Javier Milei que intentó, un día antes, calmar los ánimos con una noticia para los mercados: un superávit fiscal –ahorro de dinero– basado en recortes a jubilados y a programas sociales. Incluso con la certeza del descontento popular en aumento, Milei le habló al –reducido– mundo financiero. La conexión con la sociedad –y parte de su electorado– comienza a abrirse como un troquelado ruidoso.

 

En Buenos Aires –según los organizadores–, 800.000 personas. Para otros, 500.000. En el resto del país, un millón. La potencia de la Gran Marcha Federal Universitaria en defensa de la educación pública impactó en todos los niveles. En todas las provincias. Unió a sectores enfrentados desde siempre, como el radicalismo –al frente de la conducción institucional de la UBA– y el trotskismo. En la misma marcha estuvieron el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, y su enemigo durante los años de estudiante y profesor, el radical Emiliano Yacobitti, exdiputado y actual vicerrector de la UBA. Compartieron calle los militantes de las dos centrales obreras, la CGT y CTA; sindicatos burócratas y sindicatos de base. Exvotantes de Milei y militantes peronistas. Organizaciones sociales, piqueteras y Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

 

La potencia de la Gran Marcha Federal Universitaria en defensa de la educación pública impactó en todos los niveles

 

Desde el cielo los drones se hicieron una fiesta; mostraron ríos de gente, calles anegadas de cuerpos vivos que, apelmazados pero felices, mostraban en alto sus pancartas. Ácidas e irónicas, también se viralizaron en las redes sociales.

 

“Quiero estudiar para no ser policía”; “Déjeme estudiar, todavía no entendí a Lacan”; “Estudio para no pedirle consejos a un perro muerto”; “Nieto de analfabeto, hijo de kioskero, médico UBA, sí a la educación pública”. “En la universidad pública, papel higiénico y miedo nunca tuvimos”.

 

Con o sin carteles, saltaban y gritaban la canción que se repitió en plaza de Mayo, en todo el país, en cada ciudad, en las estaciones de trenes, en los bares:

 

“Universidad

 de los trabajadores

y al que no le gusta

se jode, se jode”.

 

Muchos también se sumaron a una iniciativa de último momento bastante particular: llevar un libro a la marcha. No fue extraño entonces ver a muchos con libros clavados en bolsillos, sostenidos sobre la cabeza como un escudo, o con la obra completa de Sigmund Freud.

 

Para encontrar un antecedente similar hay que ir hasta 1987, cuando los argentinos salieron a la calle para defender al gobierno de Raúl Alfonsín ante un levantamiento militar. La posibilidad de un golpe de Estado –otro– como límite absoluto, total, aglutinador de cualquier tendencia divergente, de toda diferencia. Ahora, el frente común se llama educación pública, porque detrás, como la continuación de un mismo cuerpo, se prolongan las conquistas sociales, económicas y políticas de los últimos cien años. Las que le permitieron a la Argentina sostenerse como potencia intelectual en un continente donde los estudios universitarios están reservados –y custodiados– por las élites gobernantes. Las mismas conquistas que ensancharon una clase media profesional, en una región marcada por la desigualdad social. Educación pública que durante el siglo XX dio cinco Premios Nobel.

 

Para encontrar un antecedente similar hay que ir hasta 1987

 

No hay universidad en el mundo que tenga calidad educativa, ingreso libre (sin ningún cupo) e irrestricto, y la gratuidad absoluta para cualquier persona que quiera inscribirse. Ninguna en América Latina. Ni la Unam en México. Ni la célebre escuela de cine de San Antonio de los Baños, en Cuba. Quizá pueden encontrarse algunas combinaciones. Gratuita pero con acceso restringido, con cupos o límites. Gratuita pero restricta a los ciudadanos de ese país. Gratuita pero de pésima calidad. Tampoco existen en España o en Italia. Mucho menos en el Reino Unido. Ni siquiera en las progresistas e inclusivas naciones de Escandinavia.

 

En ningún lado. Salvo en la Universidad de Buenos Aires, ubicada al tope de cualquiera de esos rankings que se toman para medir la calidad de las universidades en el mundo. Algunos –como el Quacquarelli Symonds (QS)– la colocan tercera en América Latina y dentro de las 100 mejores en todo el planeta. En la Universidad de La Plata. O en la Universidad de Tucumán. O en la de Rosario. O en la Universidad Tecnológica Nacional.

 

Un diálogo posible, una situación repetida. Una joven brasileña se acerca a la sede de la Facultad de Medicina de la UBA. Necesita comprobar algo que le dijeron unos amigos argentinos.

 

– Hola, quería saber cuánto tengo que pagar para estudiar Medicina acá.

 

– ¿Pagar? Nada.

 

  ¿Cómo cero? Algo simbólico. Una cuota mínima, simbólica.

 

– ¿Usted me está escuchando? Le dije nada, cero.

 

Alguno diría que, además de universidad pública, el ascenso social en Argentina se dio –siempre– de la mano del peronismo. Como sea, la voracidad del presidente Milei en destruirlo todo parece haberse topado con un muro. Cuánto daño generó en la legitimidad del gobierno es temprano para saberlo.

 

Lo que es cierto es que la defensa de las universidades públicas como tracción social, como espíritu inherente a la identidad nacional, fue el primer golpe que entró claro en el cuerpo libertario. Hasta los propios acusaron recibo del error.

 

La defensa de las universidades públicas fue el primer golpe que entró claro en el cuerpo libertario

 

El síntoma de la magnitud fue la discusión al día siguiente. Desde los grupos de WhatsApp hasta el diario oficialista La Nación. ¿Fue la más grande de la historia? ¿Importa la cantidad de millones? Tecnología aplicada en el conteo de personas. Memoriosos intentaron hacer una arqueología de las movilizaciones. El recibo del impacto final lo dio el mismo presidente, al día siguiente, desde su plataforma de gobierno preferida, la red X: “En ningún momento el gobierno nacional insinuó la intención de cerrar las universidades nacionales. Lejos de eso, ya el día anterior a la manifestación de ayer estaban hechos los giros de recursos para los gastos de funcionamiento de todas las universidades nacionales”.

 

La preocupación por la onda expansiva no es menor. Cuatro meses después de asumir el gobierno, la única respuesta que puede dar Javier Milei es el ejercicio para deslegitimar un reclamo que, día a día, se acumula detrás de otro. Una bomba a presión que nadie sabe cuándo explotará pero que evidencia una cosa: se sostiene sobre dos pilares. El odio de parte de la sociedad a la administración anterior y al peronismo en general, potenciado y motorizado por los grandes grupos empresarios.

 

Y desde y para el mundo financiero, el único ganador en este lío. Al que se dirigió con un discurso en cadena nacional 24 horas antes de recibir la peor marcha en su contra. Al único sector que beneficia con su política de depresión productiva y al que le prometió en su discurso. “La era del supuesto Estado presente se ha terminado. Ha sido un fracaso estrepitoso”.

 

Horas después de la movilización, en el diario no hablaban del superávit.

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