¿DÓNDE ESTÁ EL PUNTO Y APARTE?
JUAN
TORTOSA
El
presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante un mitin
del
PSC, a 2 de mayo, en Sant Boi de Llobregat, Barcelona - EP
Desconozco la rentabilidad que podrán proporcionarle a Salvador Illa el próximo domingo electoral en Catalunya los cinco días que su jefe anduvo desaparecido, retirado en los cuarteles monclovitas. Aquellos cinco días de silencio que ya parecen tan lejanos, aquellas cinco largas jornadas de zozobra y temblor de piernas para los socialistas, para los socios minoritarios en el Gobierno de coalición y hasta para los partidos que apoyaron la investidura. Ni Puigdemont se libró del tembleque.
Vamos a ver qué pasa el próximo día 12 de mayo. Ahí puede que empecemos a entender parte de la última jugada con fuego de ese amante de los espectáculos de riesgo llamado Pedro Sánchez. Ya es la tercera vez que lo hace. La primera, cuando en 2016 lo defenestraron en su propio partido y apenas tardó año y medio en resucitar; la segunda fue en Europa, ¿recuerdan?, cuando hace dos años se enfadó en una reunión del Consejo Europeo porque no conseguía pactar medidas para bajar el precio de la luz y abandonó la sala tras pronunciar aquella célebre frase: "Me voy a airear un rato". La espantá de hace una semana sería la tercera, o puede que la cuarta, si incluimos la convocatoria de elecciones generales anticipadas en mayo del año pasado, tras el descalabro en las autonómicas y municipales.
Su verdadera
habilidad es que casi siempre nos vende la nada, pero se las ingenia para crear
expectativas de manera tan magistral que los demás acabamos creyendo que pasará
algo. Sabemos que va a terminar llevando al huerto a quienes confiamos en que
esta vez será la buena y que por fin los malos van a recibir su merecido. Pero
aún así consigue que la mayoría experimente cierto alivio cuando sale a flote
del órdago de turno porque al final hay que admitir, si se mira a su alrededor
y analizamos las alternativas posibles, que gana en casi todas las
comparaciones. Así está la cosa.
Lleva diez años
pareciéndole el mal menor a buena parte de la ciudadanía porque no solo tiene
la habilidad del trilero profesional, sino que la mayoría de sus adversarios
políticos le ponen en bandeja la supervivencia. Está demostrado que es capaz de
pensar una cosa y la contraria, asegurar que no va a hacer lo que acabará
haciendo y prometer que hará lo que jamás hará. Sabemos que una vez superado el
mal trago cambiará pocas cosas o ninguna. Pues bien, aún así continuamos
creyendo que igual esta vez cae la breva.
Desde su última
resurrección, el pasado lunes 29 de abril, no ha movido ni un solo dedo para
que cambie nada, pero ahí andamos, esa ciudadanía a la que se dirigió contrito,
soñando con la renovación del Poder Judicial, con que los medios que se dedican
a mentir se verán obligados alguna vez a dejar de hacerlo, o con que por fin la
televisión pública del Estado será una televisión decente.
La derecha ultra y
la ultraderecha, por mucho que continúen con sus infectos raca-racas y sus
nauseabundas amoralidades, a veces dan la impresión de no estar del todo
contrariados con la continuidad de Sánchez. Menudo marrón haberse tenido que
preparar de prisa y corriendo para gobernar, ¿verdad, señor Feijóo? Cada día
que pasa anda el todavía líder de la oposición más cómodo en su papel de gruñón
eterno, sin gobernar porque no quiere, sin zafarse de Vox porque no quiere, sin
llamar al orden a Ayuso porque no quiere...
Tras el domingo 12
de mayo, ocurra lo que ocurra, los focos serán para las elecciones europeas.
Así llegaremos al 9 de junio y a las vacaciones de verano sin que, tras
aquellos cinco lejanos días de silencio, haya cambiado nada. Quienes sueñan con
que algún día acabe pegando un puñetazo encima de la mesa y resuelva algo de lo
que lleva tanto tiempo pendiente, más les vale esperar sentados. Eso solo
ocurría cuando, desde dentro del Gobierno, Podemos empujaba hasta conseguirlo.
Lo sabemos de
sobra, nos cabreamos al comprobar que hemos sido ingenuos una vez más, pero
pareciera que nos resignamos al mal menor, sobre todo cuando imaginamos
cualquier escenario distinto en la Moncloa. No veo yo mucha regeneración en el
horizonte, no tengo claro que a corto plazo deje de haber jueces que practiquen
el lawfare o periodistas que se vean obligados a pagar caro dedicarse a la
mentira. De momento no es punto y aparte, ni siquiera punto y seguido. Como
mucho, una mísera coma.
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